Flore Espina: «Los límites están en nuestra cabeza»

La deportista perdió su pierna con 21 años por una negligencia, un trauma que no ha sido obstáculo para cumplir sueños y exprimir cada minuto de vida

«He alcanzado metas que jamás pensé que iba a conseguir». Flore Espina es una mujer fuerte y luchadora. Es realista pero no se limita. Es una amazona de élite, practica escalada, protagoniza campañas de publicidad, ha sido empresaria y es capaz de compaginar todas estas actividades con la maternidad.

Lleva casi 20 años en Cádiz, muchos de ellos afincada en El Palmar y aunque nació en Suiza parece que los genes de su padre sevillano tiraban para España. De pequeña veraneaba en Los Caños de Meca, donde sus padres compraron un terreno que se convertía en su hogar durante dos meses. «Teníamos una casetilla y allí acampábamos», rememora. Con 14 años vino por primera vez sola a Cádiz y empezó a trabajar en un bar. Cuando cumplió la mayoría de edad, anunció a sus padres que se iba a quedar a vivir aquí de forma definitiva y, como a esta mujer aventurera pocos retos se le resisten, cogió su mochila llena de ilusiones y proyectos y se vino a El Palmar.

La vida de nuestra protagonista ha sido intensa y azarosa. «He currado en toda clase de trabajos mal pagados y chungos. Tenía además la barrera de que no dominaba el español». Amante de los animales, decidió estudiar Veterinaria, una vocación que se vio truncada cuando con 21 años tuvo un accidente de moto cuando iba a empezar su primer año de universidad.

«Me fracturé la tibia y el peroné y me ingresaron en el hospital Puerta del Mar de Cádiz. Era verano y el centro estaba masificado. Debieron hacerme una exploración vascular para comprobar la circulación y ver si llegaba la sangre a las extremidades o los vasos sanguíneos estaban dañados». Tardaron ocho días en realizar la prueba y ya era demasiado tarde. Los tejidos estaban muertos y podridos. Tenía gangrena. «Me informaron de que me iban a amputar la pierna pero sin la seguridad de que fuera a vivir. La infección estaba descontrolada, corría por todo el torrente sanguíneo y los órganos comenzaron a fallar».

Tras 26 operaciones, transfusiones diarias y después de varios meses en la UVI al borde de la muerte, consiguió volver a la vida. «No tenía pierna pero tenía una segunda oportunidad. Decidí aprovecharla».

Cuenta Flore que el dinero de la indemnización lo invirtió en una discoteca en Conil que tuvo que vender «presionada por unos narcos locales». Fue entonces cuando retomó la idea de terminar la carrera que el accidente y la negligencia médica truncaron pero sus recursos económicos ahora eran exiguos. «Aún no tenía la prótesis en la pierna porque lo que quedaba estaba tan dañado que no se podía usar». Flore usaba muletas y tenía que enfrentarse a las miradas y a los murmullos. «Mi hijo era muy pequeño y lo pasó muy mal. Es un proceso y tienes que ir aceptando lo que te ha pasado».

Flore encontró el valor que necesitaba para superar el trauma y enfrentarse a la vida cotidiana en la hípica. Montaba desde pequeña pero sin pretensiones de ganarse la vida con ello. "La hípica es un deporte de élite que requiere mucho dinero y donde es muy difícil destacar" pero le dieron la oportunidad de montar y recibir clases. Tuvo que aprender a subirse al caballo, a equilibrar la ausencia de pierna y a montar de forma diferente pero el deporte mantenía su mente ocupada y la sacaba de su zona de confort. Perfeccionó su estilo y terminó compitiendo a nivel internacional.

«Como no tenía dinero, trataba de compensar la oportunidad que me daban limpiando las cuadras y atendiendo a los caballos». Lo hacía con muletas y reconoce que se cansaba muchísimo e incluso se caía... pero nunca se dio por vencida. «El factor autolimitante está en la mayoría de los casos en nuestra cabeza. Es cierto que es un proceso. En mi caso no te levantas un día y dices: ‘está bien, he perdido una pierna, estoy jodida pero ahora voy a estar fenomenal y no me va a dar vergüenza ni miedo salir al mundo’. No funciona así porque es un camino», reconoce.

En su caso, le ayudó mucho hacer campañas publicitarias porque «fui aceptando que me faltaba una pierna pero que las fotos que me hacían eran bonitas. Y fue una catarsis. Me exponía, me daba miedo, pero me iba sanando porque aprendes que no hay un único tipo de belleza o de ser humano y eso es lo que hay que mostrar. Las cicatrices son hermosas porque son testigo de todas las batallas que has librado y estar fastidiada en casa no va a cambiar nada. Así que aunque estés jodido, sal al mundo y vive porque esto es lo que tenemos y se acaba», reflexiona contundente.

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