“El deporte es un nexo para ayudar a los demás”

Bien temprano, prácticamente al amanecer, Pablo ya se encuentra en las inmediaciones del Club Náutico Gallineras, en el centro de la Bahía gaditana. Prepara con esmero todo lo necesario para que no falte un detalle. En la travesía Memorial Santos Fernández, no nada y lo hace todo junto a su inseparable Rafa Carmona.

Isleño de cuna, afincado ahora en Sevilla porque estudia Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, este cañaílla es voluntario de Brazadas Solidarias desde hace cuatro años. Ha aprovechado su pasión por el agua para sacarle algo más que una sonrisa. Su colaboración con la Fundación Vicente Ferrer permite recaudar fondos destinados a Nepal, donde esta organización está comenzando su nuevo periplo solidario tras más de medio siglo de experiencia en La India.

Pablo Martín entró “en este mundillo de las travesías” de la mano de su antigua profesora, nadadora veterana que ha participado en muchas de estas pruebas solidarias. “El deporte es un lugar de nexo, para socializar, para echar un rato con los amigos, para ayudar a los demás. En estas citas se ve el buen ambiente, tanto antes, durante como en su rato después, como el tercer tiempo en el deporte”.

En su acción como voluntario, se encarga de “la entrega del dorsal del nadador, de la llegada al pantalán, de repartir las bolsas de nadador y de echar una mano en la barra con la comida y la bebida”. En eso consiste el voluntariado: en ayudar en lo que se necesite, en “lo que se va requiriendo y necesitando”.

Lo más gratificante de su labor es “la sonrisa del nadador. Cuando le ofreces la ayuda para subir al final de la travesía, o en el momento en que va a empezar y puedes notar su ilusión y su nerviosismo”.

Pablo advierte a quien se quiera apuntar a un voluntariado que “esto no se hace por algo a cambio, sino para ayudar a los demás”; de ahí que, “cuando se llega a un voluntariado, la pregunta que te debes hacer es qué puedo aportar más de lo que me pueden aportar”.

Con 24 años, ya es un fijo de Brazadas Solidarias cada vez que se organiza una travesía a nado en las provincias de Sevilla y Cádiz. Parte activa de una Fundación que realiza una labor encomiable en la lucha por dar dignidad a las clases más desfavorecidas de La India y Nepal. Construyendo colegios, levantando hospitales y formando a generaciones enteras de personas que al fin encuentran la oportunidad para fraguarse un futuro lleno de esperanza. Gracias sobre todo a esa red de voluntarios y colaboradores que hacen de este mundo un lugar un poco mejor.

“Venimos a servir y nos llevamos más de lo que ofrecemos”

Jóvenes voluntarios, tanto de la provincia de Cádiz como del resto del territorio andaluz, colaboran de forma altruista con la Asociación de Personas con Diversidad Funcional ‘La Gaviota’ todos los veranos. Los usuarios se benefician del Proyecto HidroSport, en la playa de Valdelagrana de El Puerto, que les permite disfrutar de una magnífica jornada estival en un bello ejemplo de integración y convivencia.

En esta ocasión participan Rocío Roca y Jaime Escolar, con 25 y 18 años respectivamente. Son sevillanos, alumnos del colegio jesuita Porta Celis, y realizan diferentes labores de voluntariado a lo largo del año para ofrecer

Rocío comenzó de niña en este tipo de experiencias, participando en las actividades de la orden de la Compañía de Jesús, y ya de adulta sigue fraguando ese compromiso ahora en el equipo de coordinación. Psicóloga de profesión, se reserva varias semanas del verano para cultivar y además el espíritu de servicio y entrega que caracteriza a los jesuitas.

“Hemos elegido este año estar aquí en El Puerto y uno de los sitios que nos ha acogido para prestar nuestro servicio de voluntariado ha sido La Gaviota, hemos tenido esa suerte“, reconoce. Como suele suceder en estas actividades, los jóvenes están para ayudar. De la forma que sea necesaria. Lo explica Jaime, que resalta la labor de apoyo a los trabajadores de La Gaviota, “que son los que se encargan de los ‘boogies’, de los bañistas. Nosotros les acompañar, ayudamos en todo lo que podamos, sobre todo en el tema físico, y para hacerles compañía a los usuarios cuando no les toca el baño”, apunta. “Esto va por turnos de llegada porque al final todos a la vez no pueden estar con cuidado en el baño. Así que les hacemos compañía y nos lo pasamos muy bien con ellos”.

La fraternidad, la armonía, el trabajo en equipo, son esos términos que abundan sobre la arena de la playa. “Estamos muy unidos”, reconoce Jaime. “Estamos todos en el mismo colegio y ese ‘buen rollo’ se traslada a los bañistas. Al final se consigue crear un vínculo con los usuarios que es indescriptible“.

Rocío apunta que “sólo son 15 días de verano que damos gratuitamente, y a cambio recibimos muchísima felicidad al saber que estamos ayudando a estas personas”. Forma parte de su formación cristiana, de su aprendizaje. “Es una satisfacción que nos llevamos grandísima y todos los valores que tanto han repetido en el cole, y que nosotros también le repetimos a los niños durante las dinámicas y las reflexiones, son capaces de ponerlos en práctica por la mañana en el voluntariado”.

“Vemos que va calando ese mensaje de servicio, de entrega, de amor, de cariño”, confiesa la sevillana. Su profesión, además, le otorga muchas herramientas en este voluntariado, “al tener esa escucha activa, cuidado con ciertos usuarios, el cariño, maneras de comunicar también y, sobre todo, el trato, con la atención más especializada”.

“Aquí venimos a aplicar todos esos valores que nos han transmitido en el colegio”, reconoce Jaime. “Y una cosa que yo me llevo es que, como ha dicho Rocío, nosotros venimos a servir, pero muchas veces nos llevamos más de lo que ofrecemos“.

“Me llevo, sobre todo, ese recibimiento de los usuarios. No nos conocen y depositan toda su confianza en nosotros, se abren, nos cuentan su vida y nos quedan esas anécdotas. Vienes a ayudarle, te sientes su amigo y muchas veces eres tú incluso el que sale beneficiado”, asegura el joven voluntario.

“La mayoría de los usuarios que se encuentran aquí son ancianos y nos pueden transmitir tanto como les digo, más de lo que podemos ofrecer”.

A Rocío le “encantaría en un futuro poder organizar un voluntariado a lo grande junto a ellos”. Y es que ya tiene experiencia en la organización, que al final, aunque con su sacrificio, compensa con creces. “En cuanto a la coordinación, en los meses previos tiene mucha organización, llamamos a los voluntarios, tenemos que organizar lo que después hacemos en el cole por las tardes de dinámicas, diaria, oraciones… hay un trabajo de formación también”.

“Pero después merece la pena por ver el resultado que tienen ellos. Son preadultos que están en una etapa súper importante en su vida. Ves que les va a servir para pararse, y ser, y pensar, y saber qué personas quieren ser en un futuro. Todo se devuelve en ese sentido”, concluye.

“Los niños llegan con miedos y aquí aprenden a confiar porque el skate es una terapia”

Por las rampas de La Bodega Skate Center no solo ruedan tablas: ruedan sueños, segundas oportunidades y un deseo imparable de construir un futuro con las manos —y los pies— sobre la tabla.

Este centro deportivo y cultural de Jerez de la Frontera, referente nacional del skateboarding, se ha convertido en un lugar donde la inclusión y la comunidad se dan la mano cada día. Tres nombres ponen rostro a este impulso: los hermanos Israel y Javier Pérez Peña y Oussama Bouaoud.

Oussama Bouaoud tenía 17 años cuando se lanzó al mar desde la costa de Tánger en una tabla de surf de poco más de dos metros. Sin traje de neopreno, sin leash, sin apenas nada más que unas calzonas, una camiseta y una mochila con lo poco que pudo llevar consigo. “Pensé que eran solo 15 kilómetros, no sabía que había tanta corriente”, cuenta con la calma de quien ya ha sobrevivido a una prueba que parecía imposible.

Nacido en Taghazout, un pequeño pueblo costero del sur de Marruecos, Oussama soñaba con un futuro distinto aunque tuviera que apostarse la vida sobre una tabla para cruzar el Estrecho.

Hoy, con 20 años, vive en Jerez, y tiene un contrato de prácticas con el programa Incorpora de la Fundación La Caixa.  Ahora colabora con La Bodega Skate Center, donde da clases de skate y ayuda en tienda.

“Trabajo rodeado de tablas. Es como si el mar me hubiera traído justo al lugar donde tenía que estar”, dice con una sonrisa tímida. En La Bodega no solo ha encontrado trabajo: ha encontrado un espacio donde crecer, expresarse y ser parte de una comunidad que le impulsa.

Israel y Javier: levantar un sueño entre rampas

Detrás de La Bodega Skate Center están Israel y Javier Pérez Peña, dos apasionados del skate que imaginaron este lugar como algo más que un parque de patinaje.

Lo construyeron desde cero en la calle Cañada Miraflores, (muy cerca de ÁreaSur) apostando por una visión donde el deporte, la cultura y el compromiso social van de la mano. “La Bodega nació como respuesta a una necesidad: un sitio donde cualquier chaval o chavala pudiera sentirse libre, acompañado y escuchado”, explican.

Ahora, con el respaldo de la Unión Europea y la Real Federación Española de Patinaje, La Bodega pone en marcha el programa Skateboarding Beyond, una iniciativa que usa el skate como herramienta para promover la inclusión social, la igualdad de género y el desarrollo comunitario. Las clases son gratuitas y están dirigidas a menores, personas FLINTA y colectivos en situación vulnerable.  La iniciativa está financiada por la Unión Europea que busca fomentar la inclusión social, la igualdad de género y el desarrollo comunitario a través del skate.

Este proyecto, que se desarrolla simultáneamente en España, Alemania y Suecia, tiene como eje central el uso del skateboarding como herramienta de empoderamiento juvenil y transformación social, promoviendo espacios seguros y accesibles donde todas las personas puedan aprender, expresarse y desarrollarse.

“El skateboarding no es solo un deporte: es una forma de canalizar emociones, de expresarse y de construir identidad”, explica Israel. Y Javier añade: “Los niños llegan con miedos y aquí aprenden a confiar porque el skate es una terapia”.

En La Bodega, las tablas se convierten en puentes entre mundos, en vehículos de transformación social y en herramientas para imaginar otros futuros posibles.

“En este lugar la gente es feliz y siempre quiere volver”

Ser voluntario es poner tu talento al servicio de los demás. Beatriz Armillas, ingeniera de profesión, es una apasionada del mundo de la comunicación. Así que aporta su formación, sus inquietudes, su particular y fresca mirada, para dar a conocer el excelente trabajo que se hace desde la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de El Puerto.

En este mundo de sobreinformación se suele decir que lo que no se dice, lo que no se comunica, no existe. Y Beatriz tiende sus redes para vibilizar el trato humano y cercano de una organización que desde su pequeño edificio en la calle Durango, en pleno centro histórico, se ha ganado un enorme hueco en el corazón de muchos portuenses. Además, se encarga de derribar mitos y de demostrar que una atención precoz ralentiza los efectos de esta enfermedad y facilita esa transición tan necesaria para la última etapa vital.

-¿Cómo llegó a esta asociación?

-Se remonta todo a 2019. Yo tenía un proyecto con una amiga que se llamaba Cabopalo. Pretendíamos a través de la venta de camisetas recaudar fondos para causas locales.

Entonces comenzamos con un proyecto en el hospital junto a la Universidad. Y gracias a que mi madre hace una exposición de pintura en la sala municipal de El Puerto, conozco a esta asociación. Años después de una colaboración, la presidenta de AFA Puerto me llamó porque necesitaba una persona joven que llenara de dinamismo sus redes sociales.

Para mí fue una oportunidad increíble.

-¿Y cuál es su labor concreta en la organización?

-Me dedico a la comunicación, tanto a nivel de redes sociales, como de publicar las actividades que se desarrollan en el día a día, como eventos especiales que tienen a lo largo del año, difusión de información relevante para los familiares…

En la página web mostramos qué servicios ofrecemos y también queremos transmitir los valores y lo que diferencia esta asociación de otros centros de día. Todo relacionado con la comunicación y lo que surja,

-¿Cómo de importante es la comunicación en este tercer sector, en el de las asociaciones solidarias?

-Es muy importante. Todavía hay un poquito de estigma con la enfermedad de del Alzheimer. Hay mucho desconocimiento, muchos mitos. La información sirve para acercar a las familias, a la realidad de lo que puede suponer traer a su familiar aquí, el bastón, el apoyo que les va a suponer y los beneficios de ralentizar el avance de de la enfermedad.

A su vez, las redes sociales han tomado mayor protagonismo. Los proyectos que se realizan en la Junta de Andalucía, de Diputación de Cádiz, de entidades privadas como la Caixa, te impulsan o te mueven a que hagas una serie de publicaciones mensuales para difundir esa colaboración. Se ha convertido de algo voluntario a requisito imprescindible para poder optar a esos proyectos.

-¿Qué resultados ha ido dando ese plan de comunicación?

-Hemos conseguido que tanto nuestra página web como nuestras redes transmitan esa cercanía, esa familiaridad que ofrece este centro tan pequeñito, esa alegría que se transmite. Todo eso hace que haya un una visión diferente de  lo que es traer a tu familiar a ser atendido aquí. Se han ido aumentando cada vez el número de socios y de usuarios que entran al centro.

Mi trabajo aquí ha sido ido ayudar a que se visibilice esa oferta que hay para una demanda cada vez mayor, pues por el envejecimiento de la población cada vez más personas padecen de Alzheimer y otras demencias.

-¿Qué mito le gustaría desmentir acerca de esta enfermedad?

-Uno de los principales errores es que la gente viene muy tarde. Se piensa en alguien con alzheimer como una persona que está completamente desmemoriada, que no reconoce a los suyos, que no se ubica, se desorienta, y eso ya es un estado avanzado de la enfermedad.

Hay que actuar cuando se empiezan a detectar despistes que no son tan comunes. La enfermedad empieza mucho antes y centros como éste lo que proponen es una transición, además de ralentizar ese avance de la enfermedad.

-¿Qué diferencia esta asociación de otras o similares o de otros centros?

Tenemos la suerte de que AFA Puerto forma parte de una gran familia de ‘afas’. Nuestra manera de trabajar intentamos que sea común al resto de de asociaciones. Todas tenemos los mismos valores, la misma manera de trabajar, con terapias no farmacológicas, con atención centrada en la persona.

Lo que igual nos puede llegar a diferenciar es nuestro tamaño. Somos un centro muy pequeño, con menos cantidad y el usuario está muy bien atendido, Destacaría la familiaridad y la atención tanto como a familiares como a usuarios.

-¿Qué idea de futuro tiene con respecto al voluntariado?

Mientras esté en El Puerto, voy a estar ayudando, porque una vez que conoces cómo trabajan, que conoces la necesidad cuando vienen aquí los familiares y te expresan su vivencia, te dices, “Qué necesario es un centro así”.

Colaborar aquí es estar abierto a ayudar a quien venga con una sonrisa, con muchísimo humor gaditano. Con una tranquilidad, una manera de desenvolverse tan propia de nuestra tierra, y que ves que aquí la gente es feliz, y que salen felices, y que quieren volver,

¿Y qué le diría a jóvenes de su generación que no se deciden a dar el paso?

Pues creo que se ha puesto muy de moda hacer voluntariado como una experiencia. En África, en Filipinas, muy lejos, y lo que se busca ahí es la experiencia exótica más que el hecho de ayudar a los demás. En mi propia ciudad hay mucho que se puede hacer y no me tengo que ir tan lejos.

Ir una vez a un sitio a hacer algo realmente no genera un impacto. Y aquí se da el compromiso diario, que nos viene muy bien a los jóvenes a los que se nos acusa de falta de compromiso.

Paola Reyes, un ejemplo de solidaridad y compromiso en el Programa Mentor de Fundación Don Bosco en Jerez

En un mundo que a menudo parece acelerar sin pausa, historias como la de Paola Reyes nos recuerdan el valor humano y la fuerza transformadora del voluntariado. Paola, con solo 28 años, lleva años dedicando su tiempo y energía a ayudar a quienes más lo necesitan, y ahora forma parte del Programa Mentor de la Fundación Don Bosco en Jerez, acompañando a jóvenes como María, quien destaca la relación de confianza y apoyo que han construido.

Paola es Integradora y Educadora social de profesión, pero desde niña el voluntariado ha sido parte esencial de su vida. Comenzó su trayectoria en un centro juvenil Salesiano, donde descubrió el placer de enseñar y aprender al mismo tiempo, y continuó su labor en Cruz Roja y en una fundación de esclerosis múltiple. Su camino la llevó a Granada, donde amplió su experiencia, hasta que regresó a Jerez y se incorporó a la Fundación Don Bosco.

“Conocí a Mónica y a Delia, y fue Delia quien me propuso formar parte del programa de mentoría, que no conocía antes. Cuando conocí a María todo fue muy satisfactorio”, explica Paola.

María es una joven estudiante de Arte que atraviesa una situación personal complicada. Su pasión por la pintura y la cerámica brilla con luz propia, y Paola la acompaña en un vínculo cercano y constante, a través de mensajes por WhatsApp, quedadas para tomar un café, compartir ocio en la Feria o incluso crear carteles para ayudar a María a preparar su currículum.

Es un acompañamiento continuo —dice Paola—, ella solo tiene que decirme lo que necesita y busco soluciones. Nos ayudamos mutuamente.”

Este tipo de voluntariado, según Paola, es más recibir que dar. “Me siento realizada al ver que confían en mí, que se apoyan en mí. Aprendo muchísimo y aunque a veces los casos son difíciles, la experiencia siempre es enriquecedora. Animo a cualquiera a sumarse porque no se arrepentirá.”

María, por su parte, coincide en que la relación con Paola es muy especial. “Paola es muy linda, como mentora y amiga. Desde el principio conectamos muy bien. Me ayuda mucho, siempre está pendiente de cómo estoy, incluso cuando estoy ocupada trabajando o estudiando”, comenta la joven, que combina su trabajo en Benalup con sus estudios en Cádiz y su pasión por la cerámica.

Además, ambas comparten el cariño por los animales, y ya han pensado en hacer quedadas con sus perritos, fortaleciendo un vínculo que va más allá del apoyo académico o social.

Y es que este programa de Mentoría en Fundación Don Bosco no solo crea redes de ayuda, sino que también fomenta la solidaridad y la amistad.  Paola Reyes es un claro ejemplo de cómo la dedicación y el corazón pueden marcar la diferencia en la vida de jóvenes que buscan oportunidades para crecer y superar dificultades.

Proyecto de Mentoría Juvenil

La @funddonbosco en Jerez lleva a cabo el Proyecto de Mentoría Juvenil que une a mentores voluntarios con jóvenes que necesitan apoyo en su proceso de inserción sociolaboral y en el entorno comunitario.

Gracias al acompañamiento intensivo, el mentor se convierte en modelo, guía en su aprendizaje y motor que impulsa a alcanzar objetivos y sueños. Por su parte, el joven recibe el cariño, agradecimiento y esas experiencias de vida que ayudan a crecer en espíritu.

La realización de este Proyecto es posible gracias a la Consejería de Inclusión Social, Juventud, Familias e Igualdad mediante la subvención del IRPF de la Junta de Andalucía.

La pedagogía de Don Bosco es única y eficaz y se basa en tres pilares: la Confianza, la Alianza y la Esperanza. La Fundación Don Bosco implementa programas de mentoría como parte de sus iniciativas sociales para apoyar a jóvenes en riesgo o situación de vulnerabilidad. Estos programas ofrecen acompañamiento personalizado y apoyo en diversas áreas como formación, empleo e inserción social.

La mentoría en Don Bosco es un enfoque integral que busca no solo brindar apoyo profesional, sino también fomentar el desarrollo personal, la autonomía y la integración social de los jóvenes.

Entre los aspectos clave de la mentoría están el establecimiento de relaciones de confianza y apoyo, donde los mentores comparten experiencias y conocimientos para ayudar a los jóvenes a desarrollar habilidades y competencias. Además, se fomenta la autonomía, la autoestima y el empoderamiento, preparando a los jóvenes para un futuro exitoso.

“Soy voluntaria por mi devoción a mi Virgen y mi Cristo”

Elsa Oneto suma 20 años como hermana del Nazareno de Santa María de Cádiz. Justo los mismos que tiene de vida. Recién nacida, su familia, muy vinculada al titular de este barrio gaditano (especialmente su abuelo Cabrera), la vinculó con la cofradía y desde entonces sus destinos se han ligado. El Greñúo y la Dolorosa le han acompañado en los más tiernos momentos de su infancia y juventud, y también en la enfermedad que durante demasiado tiempo le trajo dolor, lágrimas y le dejó en un suspiro de 34 kilos. Pero nunca le quitó la fe.

La joven no participa como voluntaria del Grupo Joven de la Hermandad porque padeciera un rabdomiosarcoma. Un cáncer que se desarrolla en los huesos. Pero merece contarlo para entender la devoción que la niña tiene hacia su Virgen y su Cristo, que son el motor para colaborar con este colectivo en todos los aspectos que necesite.

“Aquí no hay nadie que sea ni más ni menos”, agradece con orgullo. Sobre todo, porque es ferviente creyente de que los jóvenes tienen más respeto o más que los mayores. Elsa ayuda “a limpiar, a montar, a desmontar. A acompañar a los titulares en días como el Besamano de la Virgen, o en el Dulce Nombre de Jesús, en el Besapié del Cristo”, relata. “Lo que les vaya haciendo falta, lo que nos pidan”.

Además, recaudan dinero para las actividades, y hacen sudaderas, banderines o medallitas. “Las cofradías de Cádiz hacen una importante labor de caridad”, reconoce. “En Navidad se recoge comida, se recogen juguetes para los niños. Y los litros de leche también es algo que se suele recaudar mucho para los más necesitados”.

Lo hace “por la devoción que yo tengo a mis titulares, sobre todo a la Virgen. Yo la miro y digo: ‘es que me sale estar aquí porque estás tú'”, confirma. Y obviamente porque hay un buen ambiente con mis amigos, pero lo primero es porque está ella. Y te sale hacer, o lo que sea”.

Se ve toda la vida en la parroquia. “Veo a mi abuelo, que lleva aquí sus 80 años, veo a mis tíos, a mis primos pequeños y yo de mayor quiero ser como mi abuelo, que me cuenta a mí las cosas de sus tiempos“, confiesa con una sonrisa,

Hace unos años le diagnosticaron ese tumor y ya, por fin, hizo sonar la campana. Está limpia. “Yo sé que a mí me curó mi oncóloga, y mi Virgen y mi Cristo”, comenta con seguridad. “Cada dos o tres meses voy yendo a las resonancias, a las pruebas, para ver qué tal estoy”.

“Y estoy rezando cada vez que voy,  porque todo siga bien y siga limpio. Ha sido una experiencia de vida de la que aprendí mucho, desde luego”. Esos meses le hizo valorar todo “mucho más. Hasta poder ducharte sola o salir sola a la calle. Esto me ha aumentado la fe porque yo no me separé de ellos”.

Por eso recomienda a chicos y chicas de su generación que den el paso. “Yo creo que unirse al grupo joven de tu hermandad nunca va a traer nada negativo. Al revés, te va a traer amigos, te va a traer risas, te lo vas a pasar muy bien, y al final vas a estar rodeado de gente que tiene la misma pasión que tú y comparte lo mismo”.

“El futuro de estos niños está en la educación”

Ignacio Arévalo es voluntario de la Asociación Juniors de Cádiz, a través de su relación con la Fundación La Caixa. Gaditano de condición, durante muchos años partió por motivos académicos y laborales, si bien ha terminado regresando a su tierra, encontrando una realidad que le emociona, le apasiona y en parte le preocupa. O le ocupa, más bien. Porque Ignacio es de aquellas personas dispuestas a echar una mano donde le demanden, ya sea en el hospital para diseñar la planta de Oncología Infantil o en esta organización para ayudar con los estudios a niños y adolescentes.

Empleado de banca privada, su primer acercamiento con Juniors fue con motivo de un proyecto de la Fundación La Caixa con sus clientes: el árbol de los sueños. “Vine un día para la entrega de sus regalos y luego ya me capturó este trabajo”, recuerda. “Todas las semanas, todos los días, ayudamos a los niños y niñas que vienen para hacer sus tareas y vemos la evolución en el colegio. Pronto ves esas dificultades que tienen en casa, de que no disponen de mucho sitio para hacer la tarea. No tienen ese hábito de estudio, y por eso aquí intentamos apoyarles en este apartado”.

“En Juniors llevan muchos años de labor social. En estos dos años con ellos ya lo vas conociendo a todos y sí se nota ese trabajo, ese refuerzo”, reflexiona. “Van cogiendo sus hábitos y somos como sus segundos profesores. Se percibe cómo evolucionan. De hecho, hay algunos que ves que que tienen hasta un recorrido en sus notas y, cuando ellos son capaces de tener notas muy altas o de llegar a incluso a matricularse o acabar las carreras, pues es una satisfacción para todos. Para mí es un orgullo”.

Es padre de familia, con tres hijos, pero al llegar adquirió el compromiso de venir al menos un día a la semana “y se lo recomiendo a todo el mundo. Es importante que la Asociación Juniors pueda conocerse en todo Cádiz, y este voluntariado lo puede hacer directamente cualquier persona”.

Por supuesto, entre los estudiantes hay niños más aplicados que otros, y quienes tienen más dificultades. Diferencia entre dos grandes grupos: por un lado, los chicos y chicas de 9 a 11 años, “que se pueden manejar un poco más fácil. Con ellos, la labor de educación es mucho más sencilla a nivel de enseñanza”. Y luego, el grupo de adolescentes. “Se hace una ayuda no solo en  las clases, sino también apoyo en sus vidas, que son complicadas y me gusta darles siempre unos consejos. También hacemos un tutorización. Alrededor tienen muchas tentaciones y yo siempre intento hacer una educación global, como por ejemplo ahora combatir el tema de los móviles o las redes sociales”.

“Es necesario que los niños tengan esa conciencia de que deber tener una formación porque el futuro está en esa educación. Hay muchos niños que aquí no tienen esa cultura de salir de Cádiz, o no ven otras miras. Creo que es fundamental que vean que lo importante es formarse, que tengan una capacidad de estudiar de aprender para luego ser ellos capaces por sí mismos de tener una vida con más oportunidades”, entiende Ignacio

Cuenta con muchas motivaciones para ir cada lunes a Juniors Cádiz. “La principal es ver a estos niños. Y la necesidad que tienen de que se les ayude con sus tareas, y eso ves que hay esa necesidad. Esta asociación hace mucho por Cádiz y por este barrio y ya es un referente de muchos años”.

Reconoce que, como en todos los colectivos, hacen falta voluntarios. “Animo a todo el mundo a que venga, que se dé una oportunidad. Vemos el voluntariado como algo lejano, por eso recomiendo que lo practiquen porque  yo estoy convencido de que van a repetir”.

Únete a la Marcha Rosa de la Asociación Cáncer Bahía y ‘Mírate sin miedos’

 

  • Colabora adquiriendo uno de los 1.300 pequeños espejos de bolsillo de bambú

La Asociación Cáncer Bahía (Amucán), junto con el apoyo de la Diputación Provincial de Cádiz, celebra lo que han denominado como Octubre Rosa, para lo que junto a la Marcha Rosa que este sábado 6 tendrá lugar en el Parque de Los Toruños se va a poner en marcha la campaña ‘Mírate sin miedos’.

El cáncer de mama, aunque se supere, deja cicatrices, emocionales, por supuesto, y físicas y parte del proceso de derrotar al cáncer es aceptarlo, aprender a vivir con ellas y perder el miedo a mirarse al espejo, ha explicado la presidenta de la asociación, Yolanda Beláustegui, que ha indicado que la puesta en marcha de la campaña ‘Mírate sin miedos’, con pequeños espejos de bolsillo, anima a reflexionar y a aceptar esta realidad a mujeres y hombres que sufren la enfermedad.

Por su parte, la diputada de Servicios Sociales, Familias e Igualdad, Paula Conesa, ha destacado la labor que realiza la Asociación, y se ha mostrado feliz de colaborar un año más con esta entidad “en un mes muy importante”, según ha señalado la Diputación. Asimismo, ha subrayado su desempeño no sólo con las mujeres que sufren cáncer de mama, sino también con los hombres que lo padecen, aunque en menor porcentaje y quizás por ello con detección más tardía y peor pronóstico de la enfermedad. Conesa se ha mostrado convencida de que la iniciativa será un éxito.

Belén, Charo y María José, usuarias de Amucán

En total se venderán 1.300 unidades de pequeños espejos de bolsillo, hechos de bambú, que podrán adquirirse a un precio simbólico de tres euros en diferentes establecimientos de la Bahía de Cádiz.

Igualmente, ha augurado un éxito a la otra cita señalada en el calendario de este Octubre Rosa, la Marcha Rosa del día 6 en Los Toruños, que ya superó en 2023 su récord de participación y que desde Cáncer Bahía confían en que reedite la buena acogida. Una marcha para todos los públicos, no competitiva, que pretende, según Yolanda Beláustegui, “dar visibilidad” y además “recaudar fondos para la investigación”.

 

Presentación del octubre rosa contra el cáncer de mama
Presentación del octubre rosa contra el cáncer de mama

Sobre la Campaña ‘Mírate sin miedo’ ha explicado que se extenderá todo el mes de octubre, así como que los establecimientos en los que podrá adquirirse pueden consultarse en los perfiles de Facebook e Instagram de la Asociación

Con estos espejos se trata de hacer reflexionar sobre tres realidades, como son la necesidad de aceptarse a una misma, o uno mismo, en el transcurso y tras la enfermedad, la necesidad de trabajar en la prevención y la detección temprana, autoinspeccionarse a través del tacto y la vista con estos mismos espejos como aliados, y concienciar que la investigación es crucial para combatir esta extendida enfermedad.

Por ello, lo que se recaude de este Octubre Rosa tendrá como destino apoyar el trabajo científico sobre el cáncer de mama.

Por último, la presidenta de Cáncer Bahía ha señalado otro elemento muy útil para vencer a la enfermedad, como es la promoción del ejercicio físico, ya que hay estudios que revelan que la actividad física previene en un 50 por ciento el riesgo de recaída.

Charla en la cabaña de Amucán, en Valdelagrana, en El Puerto
Charla en la cabaña de Amucán, en Valdelagrana, en El Puerto

Julia Ruiz Belaustegui: “Lo que me motiva es poder ayudar a las personas”

La Asociación Nueva Bahía de El Puerto suma más de un cuarto de siglo apoyando a los vecinos más necesitados de la ciudad. Ubicada en el corazón del Barrio Alto portuense, en la calle de las Cruces, hace uso de esa cercanía para convertirse en un miembro más de la comunidad. Fundada por el sacerdote jesuita Guillermo Arremberg, ha logrado construir una red de seguridad para salvar a esas personas que necesitan una mano y se aferran a este ejército de colaboradores y voluntarios.

Entre ellos se encuentra Julia Ruiz Belaustegui, una joven portuense de 25 años que pese a su edad ya acumula muchas experiencias desde que en plena adolescencia (16-17 años) se embarcara en este tipo de proyectos. Fue como alumna del Centro Inglés, con quien se estableció un convenio de colaboración. No obstante, desde niña había sabido de la presencia de esta organización “y de su maravillosa labor, porque Paco siempre ha estado ahí”. Es su tío Francisco, que ejerce de cicerone en la visita a un edificio multifuncional donde se realizan talleres de costura, de informática y la recogida y entrega de ropa.

Julia presta sus manos y sus pies para lo que haga falta. Vive y trabaja en Irlanda. Pero aprovecha la visita a la familia para colaborar con Nueva Bahía. “Suelo venir en Navidad y en verano, así que en los meses de enero y en julio y agosto ejerzo como voluntaria”.

Normalmente se encarga del puesto en el Mercadillo de los martes, ahora ubicado en El Juncal. “Ayudo en la recogida de  pañales, mantas, en organización de eventos, entrega y recogida de juguetes para los niños. Apoyo para la división de la ropa que va para el mercadillo y la que va para el ropero”.

Y es que “son muchos voluntarios que nos dejan bolsas de ropa. El resto de ropa se queda aquí pero para el mercadillo va el 1% de la que recibimos, normalmente la que está en mejor estado”, comenta. Ese puesto salió adelante porque hay muchos vecinos que prefieren comprarse su propio vestuario y apoyar con una cantidad mínima, simbólica, “de uno o dos euros”. Incluso en ocasiones se produce un regateo pero a la ‘baja’, en la que los ‘vendedores’ reducen el coste a medida que negocian con el usuario.

Tienen una clientela fija. Vecinos que se pasan para conversar con ellos y echarles el cable. Unos por necesidad, otros lo hacen de manera solidaria. “Tenemos clientas ya que vienen y nos compran ropa y lo hacen para ayudar a la asociación”. Y es que ese dinero sirve para financiar los diversos proyectos que se realizan desde la entidad. Por ejemplo, el de corte y confección, en el que aprenden junto a una profesora y los vestidos se venden en una gala benéfica. O el de informática, con el apoyo de administraciones públicas.

Nueva Bahía trabaja “normalmente con personas vulnerables, La mayoría es de aquí del Barrio Alto, personas que que no tienen recursos y necesitan ayuda”. En gran medida familias numerosas con niños y se acercan a la organización para recogida de ropa, juguetes y demás enseres.

A nuestra voluntaria lo que más le gusta es mantener “el contacto con las personas, es maravilloso”. No sólo en el mercadillo, sino en los citados talleres y cuando necesitan cualquier tipo de ayuda. “Para la documentación, internet, formación. Lo que sea necesario y la formación para que puedan evolucionar”.

“Lo que más me motiva es ayudar a las personas y ver esa gratitud”, reconoce. “La felicidad que tú ves ayuda y motiva para ser voluntaria. “A raíz de esto he hecho otros voluntariados en otras ciudades, de entrega de comidas a personas que viven en la calle. Y seguro que en Irlanda encontraré otro voluntariado porque me gusta mucho ayudar a las personas”.

Termina lanzando un mensaje a todos los jóvenes que se piensan en dar este paso. “Todo el mundo debería tener al menos una experiencia en una asociación. Para ayudar a las personas y para ser conscientes de que somos unos privilegiados. Se necesita poner un poco de nuestra parte para que la sociedad siga evolucionando”.

Grupo In-Visible: la mirada más profunda del teatro

“Bueno, vamos viendo…”. “Pues yo eso no voy a poder”. Antonio no para de bromear y saca punta a cualquier circunstancia, a todo comentario. El humor es su bandera y la enarbola como desafío ante las acometidas de la vida. Una vida que observa de una manera especial, distinta, profunda. Este isleño de 31 años “que ya va para 32” sufre ceguera total desde su nacimiento, al margen de otra patología que le obliga a ser dependiente.

Lo asume. Forma parte de su ser, como lo es su pasión por el teatro. Desde pequeño cultiva este amor por las artes escénicas, tanto desde la interpretación como a través de la lectura (en braille). En épocas duras de su niñez se aferró al ‘burgués gentilhombre’ de Molière, ‘El sí de las niñas’ de Moratín o ‘El sueño de una noche de verano’… “¿Quién no se ríe con ello?”, se pregunta en voz alta alguien que no entiende la existencia sin la alegría.

Antonio Amor forma parte de la familia del grupo de teatro In-Visible de la ONCE (Organización Nacional de Ciegos Españoles). El elenco está integrado por seis personas de diferentes grados de deficiencia visual y lo dirige Germán Corona, actor, promotor y docente además con una dilatada trayectoria sobre las tablas. En estos momentos perfilan los últimos detalles de su obra ‘3 locos, dos enamorados, una boda, un funeral… y Ramsés’, que ya han estrenado con una magnífica acogida.

“Una sucesión de sketches al estilo de ‘Aquí no hay quien viva'”, con bastante ritmo, desenfreno, situaciones hilarantes, desconcertantes, y mucho humor. “Es lo mejor de la vida. Si hay que llorar, que sea de risa. es la mejor medicina. Porque quien está triste y se ríe, poco a poco se le marcha la tristeza. Y el que viene contento y se ríe más, pues saldrá diez veces más alegre de lo que entró”, reflexiona Antonio.

Tradición teatral de la ONCE

Germán destaca que ya “hay una tradición teatral dentro de la ONCE, pues existen bienales donde grupos de todo el país se reúnen para presentar los teatros de las compañías. Es una apuesta de valor, de doble valía: por un lado permite que la gente con discapacidades visuales tenga acceso a la cultura, y por otro el nivel que exige es elevado, profesional dentro de que somos un grupo amateur. Teatro lo puede hacer cualquiera, pero intentar alcanzar ese nivel ya es mucho más difícil”.

Antonio recuerda sus inicios, sus motivaciones para querer dar el paso y asentarse sobre las tablas. “Me apunté de pequeño, con diez años. No es simplemente aprenderse el texto de una obra y representarla; tiene otras ventajas. Conoces a la gente, tú mismo te diviertes y te relacionas con otros, que para personas con cierta discapacidad no es tan sencillo”.

Distintas discapacidades visuales

“Es importante destacar que en nuestra familia teatral hay distintas discapacidades visuales”, apunta Germán Corona. “Desconocemos mucho lo que hay de fondo, forma parte de nuestra ignorancia. En esta experiencia he aprendido muchas cosas, y hay disfuncionalidades que no son únicamente la ceguera“.

“Con esas particularidades, el trabajo es más complejo. Porque el teatro está vinculado con el espacio. Ese binomio es un mundo si careces de la vista, y nos obliga a crear códigos distintos, nomenclaturas, de cómo hacerlo para intentar que parezca siempre teatro al máximo nivel”, relata. Explica la complejidad con la iluminación, pues cierto voltaje les puede dejar sin visión. “Eso, añadido a entradas, salidas, cambios de escena, permutas de mobiliario, dónde ubicarte en el espacio… eso lo hace muy, muy complicado”.

La raíz de la palabra teatro, originaria del griego, significa literalmente “lugar para ver, para mirar”. “Todo lo que hacemos es para ser percibido por todos los sentidos”, comenta el director. En el caso del grupo In-Visible, “nos vienen espectadores que no ven, sólo escuchan, y en la escucha debe haber mucha verdad. Las palabras que dice un actor deben reflejar una verdad, que quien las dice lo hace como si fuese el personaje”.

El encuentro con esa “veracidad” le da “mucho valor a la interpretación, aunque no lo podamos ver”. Cuenta con ello con auténticos apasionados que no dudan en ensayar, tres tardes por semana, en el edificio de la calle Acacias de la capital. “Me encanta representar, meterme en la piel de un personaje. De novio, de profesor… hasta de muerto. Tú mismo te diviertes haciéndolo”, completa Antonio.

Entre lo más complejo, alcanzar esa independencia en el escenario. “Y para eso necesitamos señales”, apunta Corona. “Intentamos que no exista dependencia. Yo le doy una indicación a Antonio y él sólo me pregunta cuántos pasos debe dar. No hay que llevarlo al sitio”. “Te tienen que ilustrar un poco”, reconoce el actor. “Tienes que dar tantos pasos, moverte en esta dirección…”

“Sin embargo, hay ciertas cosas de carácter gestual que se las tenemos que ilustrar y él tiene que tocarnos para percibirlo”, aporta el director. “U otras veces lo hacemos a través de la descripción. En su caso, no ha visto nunca nada, por lo tanto se convierte en una recreación. Y eso es fascinante, porque consigue darle veracidad a algo que no ha visto nunca. ¿Cómo puede hacerlo? A raíz de las señales. Ahí están nuestros códigos”.

¿Cómo interpreta un gesto alguien que nunca ha visto nada?

Se complica especialmente en la representación ante personas invidentes. “En el teatro, hay que aprenderse el guion, y si fallas, improvisar. No obstante, muchas veces en la comedia vale más la gestualidad que lo que digas, pero la gente que no puede verlo, también tiene que divertirse“. “Es lo más difícil, seguro. Pero el teatro es algo muy complejo y el fin es conseguir que tu personaje sea lo más real posible”.

¿Cómo logra esa recreación, alguien que nunca ha visto nada? “Para todo hay un truco, una respuesta a quienes te dicen que no es posible. Yo me enfado muchas veces, pero no sé el tipo de cara que pone la gente que se enfada. Nunca he visto a nadie ponerse nervioso, pero me imagino a mí mismo nervioso y así lo consigo. Tiro de mi experiencia personal”. Obviamente, el apoyo de todos es fundamental. “Si hay algo mal, me lo corrigen, y poco a poco vas sacando el personaje”.

Antonio es un magnífico referente, un espejo honesto y sincero de que las principales limitaciones se las pone uno mismo. Y quien piensa que un invidente no puede hacer teatro, se encuentra sumido en un profundo error. “Eso lo puede decir la gente que no se ha metido en el mundo de la discapacidad, y no sólo visual. Una persona con silla de ruedas, con discapacidad mental, o autismo… saben todo que se puede hacer. Siempre con alguna ayuda, por supuesto“.

Yo no podría hacer teatro sin este apoyo, sin que me dijeran cuántos pasos hay que dar o cómo hacer un gesto o un movimiento. Sí, sin ellos mi personaje sería gracioso; pero no porque yo lo quisiera, sino por la cantidad de meteduras de pata”, sonríe. Antonio Amor no pierde ni la sonrisa ni la esperanza. Mira al futuro con la certeza de que su vocabulario no alberga la palabra rendición. Y que en esta vida, con energía, con esfuerzo, y con humor, todo es posible. “Si se me presentara la ocasión de hacer teatro de forma profesional… no sé si soy buen actor, pero me tiraría de cabeza porque eso quiere decir que alguien se ha fijado en mí”.