Libertad estival
Actualizado: GuardarVerano y libertad son dos palabras bien avenidas. Desde que en la época escolar aprendimos a anhelar la llegada del verano para olvidarnos de las obligaciones, los exámenes y los madrugones, esa estación se tiñó en nuestro imaginario del color de la independencia y de los sueños propios. Incluso aunque fuésemos felices en el colegio: una cosa es la felicidad y otra bien distinta la libertad. Ningún niño de mi generación, por muy buen estudiante que fuese, le hacía ascos a los casi tres meses de juegos en la calle, polos de nieve y excursiones esporádicas a La Puntilla o Valdelagrana.
Los adultos tenemos, con suerte, un mes libre. Afortunadamente, el recreo estival no empieza con las vacaciones sino con los sentidos. Con la vista, porque el vestuario se vuelve liviano y floreado, y la piel dorada asoma por aberturas o escotes, alegrando la ciudad y los ojos. Con el olfato, que se solaza con el perfume punzante de la madreselva o el más sutil del jazmín y la rosa. Con el gusto, que redescubre año tras año la variedad de frutas estacionales, el melón, la sandía, el damasco, el níspero, el higo breval. Pero es que además de los regalos sensuales, el verano nos entrega el don de sentirnos menos atados. Trasnochamos más, caminamos más relajados hacia el trabajo, buscamos más momentos para el ocio, la lectura, la música y el amor. Se instala en nuestra mente un código estival que nos mueve a la diversión y a la risa. Y es que el sol despierta en nosotros unas reacciones químicas que nos cambian el humor. Es un hecho científico, que tiene que ver con la producción de serotonina, así que no se avergüencen de las ganas de juerga que, seguro, ya les están acometiendo en estos primeros días de julio. Déjense llevar: es verano.