REPORTAJE

La seguridad en las prisiones gaditanas, en el punto de mira

El caso del preso enjuiciado esta semana acusado de intentar matar a varios funcionarios pone el foco de nuevo en las «deficiencias» en los sistemas de control en las cárceles

Imagen de pinchos intervenidos a presos en Puerto III.

MARÍA ALMAGRO

«Podría haber sido una auténtica masacre ». Estas palabras, claras y directas, las pronunció el fiscal que este pasado miércoles tomaba las riendas de la acusación hacia Fabrizio Joao Silva, un guineano de treinta y pocos años, procesado por haber intentado matar a varios funcionarios de prisiones en la cárcel de Puerto III hace dos años. A uno de ellos le asestó una puñalada con un fleje artesanal en el cuello que le quedó a pocos centímetros de la yugular, a otro le perforó la mejilla y a un tercero le dirigió un golpe mortal al tórax que paró con su antebrazo.

Con antecedentes por matar a su pareja, y por acabar con la vida de otro recluso en el centro penitenciario de Alcolea, Fabrizio llegaba a la Audiencia provincial de Cádiz custodiado por una decena de agentes. Las precauciones que tomaban con él no eran casuales. Este preso está considerado uno de los más peligrosos de España al haber tenido ya demasiados líos desde que ingresó por su primera condena.

Al margen de la carrera penal de este individuo, lo que llama la atención es que de las tres veces que ha estado encausado, dos de ellas ha sido por hechos ocurridos dentro de una prisión. Supuestamente en un lugar donde los reclusos están encerrados, controlados, donde se les vigila en todo momento, se les cachea (con especial reiteración a los más conflictivos) y se sigue toda una serie de estrictos protocolos para que no haya problemas añadidos.

Sin embargo, que Fabrizio Joao Silva pudiera atacar de esa manera tan brutal y sorpresiva –como se le acusa que hizo– contra seis funcionarios en primer término y luego enfrentarse a otra decena de hombres que tuvo que ir a reducirlo, ha puesto el foco de nuevo en las carencias que los trabajadores de los centros penitenciarios llevan años denunciando. Los funcionarios piden más medios para poder ejercer su labor con total seguridad. Tanto para salvaguardar su propia vida como para poder proteger también a los reos.

Durante la vista celebrada esta pasada semana, algunos de estos funcionarios que vivieron ese episodio relataron de manera coincidente y detallada cómo ocurrieron los hechos juzgados. Aquella mañana de julio fueron seis en vez de tres, como dicta la normativa, a trasladar a este interno al patio. «Era muy conflictivo y tomábamos muchas precauciones», dijeron. Pero su diligencia les sirvió de poco. Cuando Fabrizio salió de la celda, de repente, comenzó la pesadilla. Según relataron, el recluso llevaba ya un arma en sus manos. «Se tapó con una toalla y en segundos apuñaló al primero. Luego, fuimos cayendo uno a uno», recordaban.

Un arma en sus manos

Según le acusan, el interno utilizó una pletina de zapato. Una pieza de metal rectangular que él mismo pudo afilar para que fuera cortante. «Se lo puso como un puño americano y cada golpe era una herida». Pero, ¿cómo pudo llegar a las manos de un preso al que le constan dos asesinatos algo así? , ¿cómo no se detectó antes?, ¿dónde lo escondió?, ¿cómo ocurrió eso en una zona de máxima seguridad donde están los internos más peligrosos? Las preguntas llevan rápidamente a las carencias denunciadas y al «no es la primera vez que pasa y seguro que tampoco la última».

Pinchos intervenidos en Puerto III. Abajo a la derecha, fleje similar al que utilizó Fabrizio en el ataque por el que ha sido denunciado.

«Los arcos detectores se estropearon y se quitaron», explicaron los funcionarios que declararon. Y las raquetas, que también utilizaban para detectar metales, no sabían si estaban o no debidamente calibradas, por lo que realmente quizá han estado años sin poder cerciorar que la detección se hacía de forma correcta. Sin embargo, este gravísimo incidente provocó que algunas de estas deficiencias denunciadas se remediaran. Según explicaron, les dieron nuevas raquetas y también se reactivaron algunos arcos. Aunque otras cuestiones quedaron en el aire.

«¿Usted fue a reducirlo en pantalón y camisa mientras apuñalaba a sus compañeros?», le preguntó sorprendido a uno de estos funcionarios

Como destacó el fiscal en su informe de conclusiones, es «especialmente preocupante» que los trabajadores, sobre todo aquellos que tratan con este tipo de presos conflictivos , no tengan uniformes adecuados . «¿Usted fue a reducirlo mientras apuñalaba a sus compañeros en pantalón y camisa?», le preguntó sorprendido a uno de estos funcionarios. «Claro, es lo que tenía», le contestó. Ya no quedaban ni escudos, ni cascos ni defensas. Este es el material del que disponen en caso de enfrentarse a episodios como el narrado. Y puede ser todavía más peligroso. Fabrizio fue capaz de romper uno de estos escudos cóncavos a patadas. Según denuncian los trabajadores de prisiones, los recursos que tienen no son suficientes.

Otra de las medidas que se puso en marcha fue la creación de un equipo de funcionarios que estuviera de algún modo especializado en el control de actitudes violentas. Es el conocido como Equipo de Intervención . Sin embargo, esta formación no se le da a todos los trabajadores que tienen contacto con reclusos «sin saber tampoco cuándo ni por dónde va a venirte un problema».

Sí hubo cambios importantes en cuanto a la forma de proceder con los 91.3. Antes se les cacheaba directamente, cuerpo a cuerpo, y ahora se hace después de que pasen por el arco y de forma indirecta, a través de una reja. Sin embargo si el detector pita y el reo se resiste y no quiere volver a su celda, hay que ir a por él. De nuevo, cuerpo a cuerpo. Por otro lado, si las circunstancias así lo obligan, pueden engrilletarlos de manera preventiva, también con una cancela de por medio.

«El cupo de presos muy peligrosos que puede haber en el módulo se sigue excediendo. Eso es una bomba de relojería»

El día que Fabrizio Joao Silva fue acusado de haber intentado matar a seis funcionarios había unos quince presos considerados «muy peligrosos» en el módulo de aislamiento de Puerto III. «Un equipo de seis funcionarios teníamos que vigilar a unos 50 reclusos con internamiento restrictivo, de los cuales, 16 eran especialmente peligrosos y exigían control directo... ¡eso es una barbaridad!». En todo el territorio nacional pueden existir sobre unos 50 internos catalogados como peligrosos.

La situación desde entonces, lamentan, no ha cambiado mucho. Al menos en Puerto III. Allí hay unos catorce. La mayoría reincidentes, complicados , que han tenido ya problemas en otras prisiones y han sido trasladados. «El cupo se sigue excediendo a menudo. Esto es una bomba de relojería».

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