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El Niño de Sanlúcar que se hizo narco

Descarado, arriesgado, el rey de las planeadoras cuya historia ha llegado al cine, se ha convertido en la imagen del relevo generacional en el oscuro negocio del narcotráfico en Cádiz

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Descaro, velocidad y una especial pericia con las planeadoras. Ese es el curriculum que le bastó a Iván Odero para abrirse paso en Marruecos, entre las inmensas plantaciones de cannabis y tif que se reparten de Tánger a Chefchaouen y Larache. Así, con veintitantos, desde Bonanza, Sanlúcar, comenzó a meter la cabeza en ese submundo millonario plagado de minas donde pisar en el sitio equivocado no es lo más recomendable. Un balazo en la sien y listo.

Pero Odero quería más. Más dinero negro, rápido y fácil, y siguó adelante. Su ambición y pasión por los coches caros y las motos, entre otros lujos ostentosos, le animó a querer ser más que un simple porteador de hachís como tantos otros, eclipsados bajo la sombra de 'clásicos' como el Cagalera, el Nene de Ceuta, o El Tomate, y convertirse en el líder, en la persona que manejara los hilos de su propia banda.

El sanluqueño Iván Odero, cuya historia ha inspirado en parte –con importantes diferencias– la película de Daniel Monzón ‘El Niño’, se ha convertido, también a golpe de titular y promoción de cine, en la imagen del relevo generacional del narcotráfico del Estrecho y el Guadalquivir. Es ya una pieza más de ese oscuro negocio de la doble moneda. Del riesgo y el fracaso. De la huida y la celda.

El pasado viernes 28 de octubre, Iván Odero pisaba la prisión por segunda vez. Un control de carretera de la Guardia Civil daba con él en las inmediaciones de Coria. Agentes de la Unidad de Seguridad Ciudadana (USECIC) daban el alto de madrugada a un potente BMW 320E. En él viajaba El Niño junto a dos amigos. Su nombre aparecía pronto en la base de datos policial de delincuentes en busca y captura y, tras ser detenido, pasaba la noche en los calabozos. Al parecer, durmió a pierna suelta. «No se resistió. Estaba tranquilo…». Y eso a pesar de que su siguiente destino era la cárcel de Sevilla I. Allí estará por una condena de siete años por narcotráfico que lo tendrá alejado, al menos por un tiempo, de los mandos de las neumáticas.

El preferido por «los moros»

«Los moros sabían que era con él con quien podían ganar más dinero y lo buscaban», cuenta uno de los agentes del Equipo de Delincuencia Organizada y Antidrogas (EDOA) que intervino en la operación por la que se ha sentenciado y sacado del mercado al rey de las planeadoras. Distribuidores marroquíes lo tenían como referencia. Sabían que Odero era un experto en adentrarse a toda velocidad en ese laberinto de canales y cañizos que forma la desembocadura del Guadalquivir y que exige un milimétrico conocimiento de la zona. Iván lo tenía, lo había recorrido cientos de veces con su moto acuática, y eso reducía el riesgo de que encallara y perdiera de una atacada con un mal giro miles de euros. Su caché era de los más altos.

También podía presumir de ser de los pilotos que llegaba más lejos. Hasta Isla Mayor. Una vez allí, con la ayuda de los porteadores descargaban la droga, la ocultaban en guarderías y por tierra la distribuían por España y Europa. Cuanto más kilómetros de distancia, más valor toma la mercancía porque más obstáculos ha superado. Esa es una de las leyes no escritas para los narcos.

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