SUCESOS

Así actúan los clanes familiares de la droga en la provincia

Madres, padres, hermanos, primos... integran grupos dedicados al tráfico de drogas a pequeña y mediana escala. Lo han convertido en su forma de vida por lo que la lucha de la Policía contra ellos se torna incansable

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Los especialistas en el tráfico de drogas al por menor, los que combaten contra el menudeo y conocen sus argucias y escapatorias, saben que Dolores La Pinilla, que hace algo más de una semana admitía una condena de siete años de cárcel para ver reducida una probable pena de quince, ha sido durante años la gran jefa del narcotráfico a pequeña escala en la provincia de Cádiz. La han seguido, investigado y llevado ya en varias ocasiones ante el juez.

La última vez que la detuvieron fue en febrero de 2013, en Sanlúcar. Lo que se vivió aquel día en el barrio Huerta de San Cayetano fue una muestra más de su forma de actuar. Cuando decenas de policías, armados y altamente equipados irrumpieron en la barriada donde tenían al menos dos de sus ‘sucursales’, ni los fuertes golpes de los GOES para reventar las puertas blindadas de los pisos que se iban a registrar, pareció quebantar demasiado la paz de los vecinos que miraban sin un especial asombro todo lo que allí estaba ocurriendo.

Era otra redada más, que discurría según el protocolo habitual. Así, mientras los agentes inspeccionaban uno de los salones de la casa, Dolores pidió fumarse un cigarrillo. Hacía poco había vuelto a salir de prisión tras cumplir la última condena de cinco años, también por narcotráfico.Aunque aquella vez estar entre rejas no fue un inconveniente.

Según la acusación, aprovechaba los vis a vis en la cárcel para seguir dirigiendo a todo su ‘ejército’, la gente que trabajaba para ella y su familia en la distribución de la heroína y cocaína que ofertaban. Hasta que volvió a caer. La matriarca y dos de sus hijas han sido condenadas a siete años–una de ellas en busca y captura tras no aparecer en el juicio–. Y también cayeron su pareja sentimental y sus dos yernos. El ‘negocio’ quedaba en casa.

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Para el fiscal del caso, cada uno de ellos tenía un papel determinado. Así, La Pinilla, la matriarca, se encargaba de dar las órdenes al resto de miembros del grupo llevando y dirigiendo de manera directa las negociaciones con los distribuidores de la droga. Pero además, concretaba las citas para adquirir las partidas, decidía la forma de probar la calidad de las sustancias, y era la persona a la que el resto del grupo rendía cuentas sobre lo que más le pedían o sobre lo que había que reponer.

Y en ese núcleo duro también estaban sus familiares directos, cuya tarea era el contacto y negocio tanto con los proveedores como con los correos y los ‘esquineros’, los encargados de vender en la calle. Un supermercado que abría las 24 horas y para el que trabajaban más de una veintena de personas.

Una 'profesión' con riesgo

El clan de la Pinilla es un ejemplo de cómo se mueve el negocio del menudeo a gran escala. La lucha contra este tipo de narcotráfico es incansable porque sus profesionales lo han convertido justo en eso, en su profesión. Es su ‘modus vivendi’, una forma de enriquecerse rápidamente, aunque tarde o temprano puedan acabar en la cárcel. «Saben que se les puede pillar en cualquier momento, que acabaran en prisión pero mientras, la historia consiste en intentan engordar su patrimonio», comenta un experto agente.

Precisamente, esta semana la Policía asestaba otro golpe al menudeo en La Línea. Una madre de 56 años y su hijo de 32 eran detenidos como presuntos miembros de un clan familiar dedicado a la venta en pequeña y mediana escala de droga en el barrio de Las Palomeras. Los investigados residían en unas viviendas sociales dependientes de la Junta y desde allí mismo, una VPO, distribuían al parecer sin pudor alguno. La UDYCO mantiene abierta la investigación porque hay sospechas de que tenían más colaboradores que les ayudaban a alcanzar un volumen de ventas diarias «de notoria importancia».

«Saben hasta la droga que pueden tener en casa para que les dé tiempo a tirarla si llega la policía»

«Normalmente son clanes familiares porque la droga que venden la tienen en sus propias casas y al final todos participan, por omisión o por acción», cuenta Francisco Mena, presidente de la federación de asociaciones de lucha contra el narcotráfico Nexos. «De una manera u otra suele estar toda la familia metida, es una forma de vida y su fuente de ingresos». Aunque en esta manera de actuar vaya implícito pasar una temporadita en la cárcel. «Eso es algo habitual en este negocio ilícito y ellos son conscientes perfectamente de lo que les puede pasar». Por eso, para intentar evitar ponerse en peligro colocan obstáculos a la policía. Por ejemplo, una práctica común es blindar las viviendas donde almacenan y reparten la droga.

Con este objetivo utilizan rejas o dobles puertas que entorpezcan la entrada a los agentes. «Saben hasta la droga que tienen que tener en casa para que, si es necesario, les dé tiempo a tirarla por el váter». Esa es una regla básica que han aprendido bien. Si no hay droga incautada es más difícil demostrar que se dedican al narcotráfico.

«Son los que más daño hacen»

Esta actividad ilícita lleva así, sin un fin aparente, desde hace años. Desactivar estos clanes es trabajoso, y a menudo ingrato. No suelen ser operaciones mediáticas en las que se incauten ingentes cantidades de droga. Pero es un goteo constante que está en la calle, estigmatizando una barriada o metiendo en el agujero a un hijo, un vecino, un amigo. De ahí su importancia. «Estos traficantes son los que más daño hacen y por eso le damos mucho valor a la lucha que se sigue contra ellos», destacan desde Nexos.

Asientan sus centros de operaciones en barriadas desfavorecidas, algunas machacadas ya por la misma lacra y desde ella reparten por la zona. Es decir, dejan aquí la mercancía, a diferencia de otros grupos que utilizan la provincia nada más que como puerta de entrada para trasladar la droga posteriormente al interior de España o Europa.

Desactivar estos clanes es muy trabajoso y a veces ingrato, ya que no se suelen coger grandes cantidades de droga

El menudeo surte directamente a los adictos. Es más. Los utiliza. La mayoría de estos clanes se valen de politoxicómanos como camellos o ‘aguadores’ (los que avisan si hay policía a la vista) a cambio de recibir una dosis de regalo. Además, muchos de sus clientes son otros vendedores, de menor grado, de subsistencia, que revenden lo que pueden. «Algunos viven de ello porque es la única forma que tienen para pagarse su propia droga».

Y la crisis, también

Y en ese círculo vicioso también se ha colado la crisis. Gente que no se dedicaba al narcotráfico y que lo ha convertido en su forma de sobrevivir. Y los que ya estaban, buscan y venden a precios más baratos por lo que la calidad también se ha resentido. Tanto es así que recientemente se advertía del regreso de la heroína. No a niveles tan altos como los 80 ó 90 pero sí versionado en combinados tan peligrosos y dañinos como el rebujito:la mezcla de cocaína con heroína.

Por esta y otras razones todas las fuerzas de seguridad que persiguen el narcotráfico insisten en la necesidad de dotar de más medios esta lucha. De darles más armas para poder enfrentarse a los que operan en el negocio. Además del desgaste de tiempo y fuerzas que les supone, en estas investigaciones las vigilancias y las intervenciones telefónicas tienen que estar muy medidas y controladas para que no caigan en saco roto o se utilicen como una recurrente vía de escapatoria para los acusados.

Cabecilla a los 27 años

En 2010 la Policía atacó una cadena de distribución al por menor de coca en la provincia. Arrestaron a 17 personas, que integraban tres clanes distintos. La UDYCO descubrió quién era la persona que abastecía a estos grupos durante los seguimientos que hicieron. Se trataba de una familia de Sanlúcar, conocida como el ‘clan del Manoplas’, que contaba con una amplia cartera de clientes de cocaína, hachís y MDMA. Hasta su ‘oficina’ de la calle Arcángel San Gabriel acudían compradores de dentro y fuera de la provincia. El continuo trasiego de consumidores y camellos les delató. El cabecilla de la red tenía entonces 27 años.

Tras el clan del Manopla cayó también el del Sosa. Los agentes tiraron del hilo de uno y llegaron a otro. En este caso se atacó a los proveedores. Tras la operación se comentó que era uno de los grupos más importantes dentro de la estructura jerárquica del negocio de la droga en la provincia. La clientela de esta familia, según fuentes policiales, eran exclusivamente traficantes.

Pero la lucha no para. Y una de las batallas más duras es seguir trabajando para dar con las pruebas suficientes que demuestren cómo estos clanes blanquean el dinero que consiguen del narcotráfico. Para ello se valen de decenas de testaferros que se prestan a limpiar unos beneficios millonarios. Ponerles nombre, números de cuenta y llevarlo a un juzgado es más complicado.

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