REPORTAJE

De patrulla en la madrugada del sábado de Carnaval de Cádiz

LA VOZ acompaña a los agentes de la UPR de la Policía Nacional en una noche relativamente tranquila que se salda sin incidentes de gravedad y con menos afluencia de público que otros años

Imagen de una de las calles del centro desde dentro de un furgón policíal. F. J. / VÍDEO: M. ALMAGRO

María Almagro

El ritual siempre es el mismo. Todo debe de estar bajo control y por eso es primordial seguir paso a paso las indicaciones marcadas. Las aprendidas y fijadas. Pero la realidad, lo que les espera en la calle es completamente imprevisible . Puede complicarse o, por el contrario, discurrir mucho más tranquilo. Cuando en apenas unos kilómetros se concentran miles de personas en un ambiente de fiesta donde además el alcohol corre generoso y el riesgo es una constante, toda esa prevención es poca. Y el control se convierte en algo completamente necesario para que no haya que lamentar precisamente que la fiesta acabe antes de tiempo.

De eso, de cuidar que todo marche por el buen camino, se encargan los agentes de la UPR . Y para comprobarlo solo hay que pasar con ellos la madrugada del sábado de Carnaval. Un ir y venir de avisos. En estado de alerta constante. No vale distraerse. La seguridad de los que disfrutan depende de ellos.

«¡Vamos allá! A ver cómo se da». Son las once de la noche y los dos equipos que patrullarán la capital gaditana en una de sus madrugadas más movidas del año se disponen a partir en sus furgones desde el Pirulí. Apenas han cargado el material y salta el primero de los avisos. Alertan que en la plaza de la Catedral hay una carterista en acción . En apenas unos minutos ya están allí. Se localiza a la sospechosa, se habla con la víctima (a la que ha quitado 300 euros del bolsillo) y se le lleva a Comisaría a efectos de identificación. Le encuentran escondidos dos móviles sustraídos valorados en más de mil euros. Queda detenida por un delito de hurto continuado.

La noche sigue y por la radio desde la sala del 091 dan indicaciones sobre una posible agresión. «Un grupo vestido de militares le han pegado a un chico. Dice que les han visto correr dirección a las Tres Carabelas». De nuevo la sirena se abre paso . No será la única llamada que entre por peleas o agresiones durante la noche. Es lo más repetido.

Es medianoche y la Plaza de San Antonio está abarrotada de gente disfrutando de algunas de las agrupaciones que han participado en el Concurso del Falla. Los agentes acuden para supervisar la situación. Son expertos en control de masas y, mientras suena un pasodoble y la gente lo baila y canta, desde uno de los rincones estos policías vigilan atentos que no haya problemas. «No, estos son de verdad», «Qué disfraz más currado»... no se deja de escuchar estando a su lado, martilleante, una y otra vez... La paciencia es también una de las cualidades más importantes que se requieren con ese uniforme .

«Mira, acabamos de requisarlo», uno de los policías muestra un bate de béisbol que han intervenido a un chico. Este tipo de elementos que, de primeras pueden parecer inofensivos, dejan de serlo en el momento en el que se emplea en una de esas tantas peleas. Por ejemplo. O en el instante en el que caen en manos peligrosas. Pueden causar daño y por tanto no están permitidos en grandes concentraciones. Por mucho Carnaval que sea.

Aviso, agresión a una chica

La radio vuelve a cambiar los planes. Hay que dejar el control y montar en la patrulla. En la Plaza de San Agustín una chica denuncia que ha sido agredida. Minutos después se lo está contando a estos agentes mientras con un pañuelo e hielo se presiona uno de los pómulos donde le han golpeado. «Querían pasar por aquí y de repente uno de ellos me ha pegado y ha salido corriendo», relata. «Eran dos sevillanos, uno vestido de camarero». Se le invita a que presente la correspondiente denuncia y se avisa a todas las patrullas por si ven a alguien de las características que se aportan. La tarea es complicada en un escenario donde el disfraz es un buen aliado del anonimato, y la cantidad de público y el laberinto de las calles del centro, buenos cómplices.

El trabajo continúa. Un nuevo requerimiento lleva a la UPR a la Plaza de la Candelaria. Allí se encuentra una mujer tendida en un banco en extremo estado de embriaguez . Casi no puede hablar. En este caso la labor de los agentes, también primordial, es dar aviso urgente a las emergencias sanitarias que enseguida se presentan y se la llevan en ambulancia.

Pero mientras que esto ocurre los policías piden la identificación a un hombre por consumo de hachís en vía pública. Le levantarán un acta. Y como ese acta, vendrán muchos más. Lo mismo ocurre por ejemplo en Canalejas. Allí hay decenas de jóvenes haciendo botellón y, algunos de ellos, fumando droga. Los agentes se la requisan y los proponen para sanción. Una, otra, otra más... incluso menores. «Esto no me hace daño», dice una adolescente después de haber intentado esconder el porro al ver a la Policía.

La acción se desplaza otra vez a la Plaza de la Catedral. Allí intervienen otro objeto peligroso a un joven que en un primer momento se les abalanza pero lo tranquilizan y no va a más. «A veces complican las cosas ellos solos» , cuenta uno de estos policías. El ejemplo no tarda mucho en llegar. Dos chicos se suben a la estatua de Fray Domingo de Silos y sobre varios metros del suelo empiezan a bailar mientras que otros tantos ingeniosos los arengan. Agentes de radiopatrullas, que también forman parte del importante operativo puesto en marcha para este Carnaval, se dirigen hacia ellos. Nada más verlos acercarse, se bajan. Sin embargo, ya van a ser al menos identificados.

Según pasan las horas la noche se va calentando pero, aún así, está resultando calmada. «Está bastante tranquila. Recuerdo otros años que no podíamos ni pasar». Y el público que hay es en su mayoría muy joven. Lo que no ha cambiado es la suciedad. Cientos de botellas, bolsas y restos de comida se desparraman por el suelo y se mezclan con un nauseabundo olor a pipí por las zonas de mayor afluencia.

La patrulla, a pie o en coche, es constante. No descansan. Desde la Punta, hasta Puerta Tierra, San Juan de Dios, San Francisco... y vuelta a la Plaza de Mina. Es justo en esta plaza donde mayor número de personas se concentran pasadas ya las cinco de la mañana. Y de nuevo más actas por droga. Dos de los identificados llegan a insultar y amenazar a los agentes por lo que, otra vez ellos solos se han complicado el problema. Ahora en vez de uno, tienen dos.

La madrugada sigue marchando pero, sorprendentemente, zonas como la Plaza de la Catedral o San Antonio se comienzan a vaciar. Aún así los agentes de la UPR continúan con su trabajo. Como decíamos, todo es imprevisible y aquí el dar por hecho no tiene cabida.

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