Opinión

Del Concurso también se sale

Pasan el año pendiente de nombres, anuncios y cambios que comentan en las hediondas redes con su ordinaria tendencia al cotilleo

El Concurso del Falla no sólo está lleno de aficionados y espectadores, también de expertos semiprofesionales. L. V.

José Landi

De casi todo se sale fácil. Menos del pan por las mañanas, el tabaco y el odio recreativo. De eso, cuesta. El resto es sencillo. Un hábito, o su ausencia, suple a otro. Como nos enseña el maestro yogui -no confundir con el oso- Jah Veh Tuh se trata de dejar de hacer, más que de hacer. Uno deja de encender la tele, deja la radio y, a los tres días, tres horas, se le olvida que una vez quiso encenderlas. Se pregunta cómo pudo interesarle aquello alguna vez y ni siquiera está pendiente de qué canal o portal o emisora lo lanza. Será por cosas que ver, leer u oír. Aún más cuando la presunta costumbre a olvidar es extemporánea.

Sólo los muy adictos e iniciados siguen esta edición con el mismo interés que otras. Tienen el argumento del hambre atrasada. Perfecto. Como si les da por restaurar muebles o picarse con la apicultura. Aficiones, diversiones y pasiones son libérrimas, cada cual se apasiona con la que quiere. Ninguna es mejor que otra. A los aficionados particulares nada se les puede censurar. A los profesionales, semi o aspirantes, sí. Del Concurso también se sale. De hecho, es fácil si lo intentas. De paso te libras de la realea de concursólogos. Suelen ser jóvenes, de cuarentaypoco para abajo. Se presentan como expertos, colaboradores, fotógrafos, informadores, periodistas o cualquier otra cosa igual de indecente. A pesar de que sus padres se afanaron en darles estudios superiores, cierta comodidad económica, ellos decidieron convertir un concurso de cantos regionales en el máximo interés de sus vidas, en su especialidad absoluta, en su preferencia primera.

Pudieron viajar, leer, formarse, abrir horizontes, incluir esas coplas en un catálogo más amplio pero se inclinaron por la monografía. Estaban absortos, haítos de veneno, hipnotizados por el capitán, el niño, el piojo y otros similares. Más allá de estudios y obligaciones, no había sitio para más. Algo de fútbol, quizás. Si lo sacas de las tres ‘c’ –puede que les corresponda una cuarta– apenas conocen el resto del alfabeto. Pasan todo el año pendiente de cambios, nombres y anuncios que comentan en internet con su ordinaria tendencia al cotilleo. Su hábitat natural, las redes sociales. Serviles por naturaleza y necesidad –a intérpretes, autores, jefes, posibles pagadores– se saben autolimitados. Tuvieron más opciones y las desecharon. Quizás por pereza o cobardía. No le han puesto a nada en la vida ni la mitad de interés que al COAC. Pretenden ganarse así un sueldo o un sobresueldo en metálico o en vanidad digital.

Pero bueno. Este año son dos semanas. Los habrá peores.

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