Isa y Jesús, durante sus prácticas laborales en la cafetería.
Isa y Jesús, durante sus prácticas laborales en la cafetería. - F. J.
INSERCIÓN LABORAL

Ciencias del Trabajo estrena cátedra de conciencia laboral

La cafetería de la Facultad se convirtió el martes en el primer establecimiento de hostelería de Cádiz con trabajadores con síndrome de down cara al público

CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Cada uno tiene sus capacidades. Cada individuo tiene un potencial diferente. Es decir, como todos los seres humanos. Viven con una alteración cromosomática –no enfermedad– llamada síndrome de Down. El buenísimo imperante ha difundido la teoría de que pueden desarrollar las mismas trayectorias académicas y laborales que cualquiera. Que pueden ser licenciados universitarios, actores o músicos profesionales con sólo proponérselo. Enfrente, la vieja teoría proteccionista de generaciones anteriores que les ocultaba, les impedía explorar sus opciones individuales. Dos extremos indeseables, injustos.

La Asociación Síndrome de Down en Cádiz, formada por padres y familiares con el respaldo de cinco profesionales, mantiene varios programas que pretenden buscar el punto equidistante ideal: que cada uno de ellos puede desarrollar el potencial que tenga.

Tienen limitaciones físicas comunes (una menor esperanza media de vida o envejecimiento precoz, por ejemplo) pero las intelectuales son distintas, incluso leves o nulas, en cada individuo. El objetivo es que se formen, que se reten y superen sus limitaciones. El mismo que se le supone a todos los seres humanos. El programa de inserción laboral de la Asociación de Síndrome de Down en Cádiz cuenta con ocho meses de preparación específica por áreas: Cocina, Auxiliar Administrativo, Reponedor y Ordenanza. Luego viene lo más complicado, las prácticas. Inma Camacho, mediadora, monitora y profesora, admite que en la capital gaditana «aún es más difícil que en otros sitios. Aquí, el mercado laboral es muy duro para todo el mundo, hay menos oportunidades y para ellos, por lo tanto, también».

Hace años que algunas empresas han contado con trabajadores con síndrome de down de forma regular en sus plantillas. «Hemos tenido casos en las cocinas del restaurante El Español y McDonald’s o en la administración de comercios textiles como C&A» pero siempre en labores que les mantenían lejos del público.

Desde el pasado martes, un negocio hostelero se ha convertido en el primero en darles la oportunidad de trabajar directamente con clientes. La cafetería de la Facultad de Ciencias del Trabajo (ubicada entre el Mora y Valcárcel) cambió hace un mes de gerente.

Juancho Pérez se hizo cargo del establecimiento. Además de renovar oferta y carta «sin ningún producto congelado, todo artesano», de ofrecer guisos o bocadillos caseros a una clientela «concreta, muy amable, joven», se propuso impulsar con hechos la inserción laboral. Conocía la labor de la Asociación Síndrome de Down de Cádiz y se dejó asesorar. Inicialmente, cuenta con la colaboración de dos chavales, Isa y Jesús. Ellos han empezado el programa pionero aunque la intención es ampliarlo con otros trabajadores en su misma situación de forma continua. En un primer periodo de adaptación, acuden de 10 a 13 horas, dos días por semana. Siempre cuentan con la discreta presencia de Inma. Incluso Patricia, una de las psicólogas de la entidad, realiza visitas para ver cómo va todo.

«No saben parar ni engañar»

El principal problema es que hay que frenarles. «Por lo general, las personas con síndrome de Down que nunca desarrollan otras patologías o agresividad –que son la gran mayoría– son muy disciplinadas, muy responsables. Para ellos, conceptos como el escaqueo, la pereza y el engaño no existen. Quieren hacerlo todo bien, muy rápido, no decepcionar, son muy perfeccionistas. Se agotan antes de parar. Así que se trata de decirles que tienen que aprender, con cierta calma, que si cometen un pequeño error, no pasa nada, les sirve para aprender, que todos los cometemos. Pero ellos se preocupan más, no se los perdonan tan fácilmente».

Isa y Jesús no están quietos. Preparan un desayuno colectivo concertado en mesa grande, de grupo, sirven a pequeños tríos de estudiantes que buscan la taza caliente de media mañana, ordenan y limpian en la cocina, empiezan a prepararse para aprender con la máquina de café... La respuesta del público ha sido espléndida. «Se nota que los clientes les meten menos prisa –bromea Juancho– pero les tratan como a los demás. En esta cafetería hay un ambiente propicio para ellos, una clientela muy respetuosa. No es un bar común en el que podrían coincidir distintos tipos de personas». Patricia, la psicóloga, recalca la necesidad de «que se sientan útiles de veras. No es positivo que perciban un trato particular, que piensen que les exigen menos. Ellos quieren colaborar como cualquier trabajador y deben hacerlo».

Inma recuerda que «además del gesto de empresarios como Juancho», cuentan con «la complicidad de las familias. Sin ellos no sería posible. Hay una nueva generación de padres más abiertos a estas iniciativas. Hace unas décadas, los sobreprotegían y eso limitaba su desarrollo. Ahora, cada vez pasa menos», asegura Inma con cierta satisfacción.

La inserción laboral, con prácticas pioneras como las de esta cafetería, no son el único camino de formación que ofrece la Asociación Síndrome de Down. Las 56 personas que reciben atención en el centro, según su edad y características, participan en otros programas como los de transición a la vida adulta, independencia doméstica y independencia urbana. Distintas formas de intentar ser mejores. Seguro que les suena el reto.

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