LA HOJA ROJA

LA CARA Y LA CRUZ

No se tiene en cuenta que es precisamente la Iglesia católica la que está llenando los estómagos de la mitad de los parados

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Celebrar la normalidad se está convirtiendo en una peligrosa costumbre que tarde o temprano nos pasará factura y que de momento, nos está situando en uno de los peores puestos de la pole mundial. Celebrar ruedas de prensa por mareas, inaugurar la primera piedra de un edificio que conocerán -con un poco de suerte- nuestros nietos, anunciar que se ha construido un edificio que ya luce desconchones, hacer la presentación de un candidato a perdedor, declarar intenciones que nunca se van a cumplir, son el pan nuestro de cada día, ese que cada vez cuesta más que nos den hoy. Por eso no es extraño que la -de momento- última entrega del asqueroso y españolísimo -usado con la peor connotación que pueda tener el término- Torrente esté arrasando de esa manera en los cines, para escándalo de boquita pequeña de nuestros sesudos administradores de la cultura hispana.

Decía Luis Carandell que con su sección Celtiberia Show, publicada a finales de los sesenta en el semanario Triunfo, sólo pretendía mostrar un escaparate a modo de «museo» de las andanzas, milagros, ocios y negocios de los celtibéricos -término acuñado por Ortega y Gasset- contemporáneos, sin más pretensión que la de exponer el talante rústico que los españoles venimos demostrando desde los tiempos del poeta Marcial. Con las perlas recogidas por Carandell se podría hacer un rosario de misterios luminosos, aunque con las perlas que venimos recogiendo desde entonces ya tenemos para completar los misterios gozosos, los gloriosos, y lo que es peor, los dolorosos. Porque no hay nada que duela más que ser el protagonista del 'Retrato de Dorian Grey' y no poder hacer nada por remediarlo. Hace casi una década, cuando la Asociación de Detallistas de Mercados celebraba su veinticinco aniversario, el presentador del sarao anunció la presencia de la alcaldesa llamándola «don Teófila Martínez», un lapsus diría usted. Sí, un lapsus que fue corregido por uno de los concejales allí presentes y que fue rematado nuevamente por el presentador que llegó a afirmar que se había expresado bien «porque don es más que doña y la alcaldesa es una persona muy importante». Celtiberia en estado puro, y lo peor es que la cosa no ha mejorado mucho desde entonces, por mucho observatorio de género y número y por mucha ley de igualdad de trato y de truco que tengamos encima. Seguimos siendo el reducto ultramontano de la boina y la cesta de pollos que tan bien lucía Paco Martínez Soria.

España es diferente. Ya lo dijo Laura Campos, la flamante ganadora de la nosecuantas edición de 'Gran Hermano', a la que sometieron a un test de cultura general muy parecido a aquel escarnio público al que sometieron a Miss Melilla en 2001, recuerde, Rusia es un país muy bonito donde hay rusos maravillosos. En fin, que Laura Campos dijo que en la península Ibérica no había países y se quedó tan fresca como su examinador, que le sopló que había dos. Y como si fuera el cazador cazado, las tintas se cargaron contra la ignorancia del equipo de 'La Noria' por no haber consultado antes la wikipedia. A lo mejor, tenía razón la chica de Parla, porque entre el plan de austeridad portugués y lo que tenemos nosotros, no sé yo si la piel de toro da para mucho más.

Según dice Laura, ella es una mujer iletrada de barrio, sin cultura pero digna y humilde. Lo mejor del Género Chico, la revista y el sainete corto llevado a su máxima expresión. Aunque no es la única. En Medina del Campo andan como locos porque al escultor zamorano Ricardo Flecha le ha dado por hacer una escultura mostrando a Cristo en toda -toda, toda- su desnudez, algo muy habitual en la historia del arte pero muy desconocido para el gran público -el pacomartinezsoria de turno- al que van dirigidas todas las políticas de este país. Tanto es así, que para la apertura del museo donde se exhibe la pieza han decidido cubrir los genitales con una tela «ocre satinada» que no diera lugar a comentarios burdos y fundamentalmente, por la presencia de la prensa en el acto. Un calzón de quita y pon que hace apto para todos los públicos, que vulgariza, el arte y la cultura.

Es lo que tiene malgastar la harina y aprovechar el afrecho, que ya vemos como normal que una madre británica inyecte botox a su hija de ocho años y nos sorprende extrañamente que la Iglesia católica celebre la llegada de la cruz de Juan Pablo II a nuestra ciudad como preparación de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en agosto en Madrid. Porque con la Iglesia hemos topado que diría Don Quijote, todo lo que haga la institución religiosa se suele poner en cuarentena por si acaso contagia. No se tiene en cuenta que es precisamente la Iglesia católica la que está llenando los estómagos de la mitad de los parados, y la que está pagando la luz de cuantos se quedan a oscuras por no tener con qué pagar el recibo, la que está procurando eso que llaman una muerte digna para los que están enfermos y desamparados y la que procura que muchos jóvenes en situación de riesgo no caigan en el eufemístico estado de «exclusión social».

Por eso, deberíamos dar la cara de vez en cuando y reconocer que no todo es tan blanco ni tan negro como lo pintan, que no todo se limita a un reparto de túnicas y a la compra de una papeleta para salir en una procesión. Deberíamos respetar y hasta agradecer que haya quienes procuren un ocio para la juventud lejos del botellón y de la noche. Deberíamos acoger esta iniciativa con la misma calidez con la que nos tiramos a la calle para cualquier otra. Deberíamos, insisto, dar la cara, porque la cruz ya la traen ellos. Y desde anoche está en Cádiz.