El doctor en Historia, Fernando Sigler, autor de 'Cautivo de la Gestapo' (Diputación de Cádiz). :: LA VOZ
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Prisionero de la Gestapo

Fernando Sigler ha tenido acceso a la correspondencia entre el político y Araceli Zambrano, su pareja cuando fue detenido Un libro reconstruye las penurias del gaditano Manuel Muñoz en una cárcel nazi

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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El 20 de julio de 1941, Manuel Muñoz escribe en la prisión parisina de la Santé: «Hoy hace ya veinte días que dura este martirio y lo peor, en mi situación, es que no veo la solución a mi caso y, por consiguiente, no puedo tener una idea de cuándo ni cómo podré salir de esta horrible prisión. Procuro sacar fuerzas de las flaquezas que sólo me restan, y me dispongo a seguir soportando mi martirio con la ilusión de que algún día podré estar a vuestro lado tratando de considerar como un horrible sueño esta realidad espantosa del presente». La carta, dirigida a su compañera sentimental Araceli Zambrano, es uno de los testimonios manuscritos más conmovedores de cuantos ha documentado el investigador Fernando Sigler en 'Cautivo de la Gestapo', un libro que recoge «la vida y tragedia» del que fuera representante de Cádiz en el Congreso durante las tres legislaturas del periodo republicano.

El infortunio persiguió a Muñoz desde que en los primeros meses del 39, «con el gobierno ya agonizante», se decidió por fin a cruzar los Pirineos por Perthus. Fue en ese trayecto cuando María Zambrano, hermana de su pareja, distinguió la figura «derrotada y fantasmal» de Antonio Machado. Zambrano relató después cómo el poeta se negó a subir al coche que Muñoz compartía con ellas. «Prefirió seguir el camino a pie, acompañando a la multitud asustada y hambrienta que marchaba al exilio». Muñoz llegó a Salces enfermo, después de dormir varios días a la intemperie, arrastrado por la marea de civiles que llenaba las carreteras, huyendo del rugido cercano del frente. Poco más tarde consiguió que un primo suyo, Charles Fol, le diera cobijo en su casa de París. «En la capital francesa, Muñoz y Araceli Zambrano establecieron un círculo de amistades con el que intercambiaban sus anhelos y angustias a la espera de los acontecimientos», explica Sigler. Tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, y la invasión del territorio francés por el ejército alemán, «Muñoz no se sentía seguro, ya que él figuraba en la relación de dirigentes republicanos cuya extradición reclamaban los gobernantes franquistas. Tenía previsto embarcarse rumbo a México, como hicieron numerosos compatriotas. Sin embargo, cuando la capital cayó en manos de los nazis, comenzó su huida al Finisterre francés, donde fue apresado por la Gestapo».

Sigler explica que la prisión de la Santé era célebre por las terribles condiciones de vida de los internos. «Al principio estuvo en régimen de incomunicación y más adelante se le permitió recibir visitas de manera muy espaciada. La correspondencia era censurada y por eso no constan detalles concretos de las penas sufridas dentro, omitidas también para que Araceli Zambrano no padeciera aún más, cuya situación económica y personal también era muy delicada. Sí refiere constantemente el frío terrorífico y los frecuentes dolores de cabeza y estómago que le torturaban, además del tormento psicológico que le pesaba por no saber cuál sería su destino».

La desesperanza

Entre la profusa correspondencia que mantuvo entonces con Araceli, a la que Sigler ha tenido acceso gracias a los fondos documentales de la Fundación María Zambrano, hay algunas cartas en las que, a pesar de las penurias propias, se muestra intensamente preocupado por la suerte de su pareja: «Yo sé, niña mía, y me hago cargo de todo cuanto estás sufriendo, así como de los esfuerzos que haces para no dejármelo comprender. Yo quisiera que los consejos que tú me das seas la primera en observarlos. No te preocupes por mí y ten la seguridad de que seré lo suficientemente fuerte para resistir hasta enfermar el día en que volvamos a estar juntos. Cuídate mucho, mi niña, y no salgas ni vengas los días muy fríos o que haya nevado. Millones de besos...».

En otra le insiste: «No hagas ningún sacrificio para comprarme comida; yo tendré suficiente para alimentarme con lo que me den en la prisión». Después de quince meses de encierro, su salud física y su equilibrio mental están completamente destrozados. En una de sus últimas comunicaciones con Zambrano, no puede evitar transmitirle su desánimo: «La vida es dura. Los hombres, crueles. Si no fuera porque tengo miedo al momento de la muerte y porque no sé lo que hay en el más allá, querría morir. Este mundo me tortura y todo y todos me hacen daño». Aun así, se siente responsable por el destino de Araceli: «Yo podía haberte protegido de todas las impertinencias de la vida, haber formado un muro infranqueable alrededor tuyo».

A pesar de los esfuerzos de la diplomacia mexicana, y de que una parte del gobierno colaboracionista de Vichy se negaba a la extradición, Muñoz fue entregado por la Gestapo a las fuerzas franquistas, sentenciado a muerte en un proceso sumarísimo y fusilado el 1 de diciembre de 1942. Araceli Zambrano nunca lo superó.