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Escuela de padres

Lo que se puede aprender en una familia es tan importante, o más, que lo que aprende en la escuela

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Cien años atrás, tal vez en 1908 ó 1909, una niña muy despierta lloró amargamente en un caserío guipuzcoano pobre cercano a la frontera francesa. No podría ir a la escuela porque debía ocuparse de cuidar a sus otros hermanos, mientras su madre llevaba, andando varias horas todos los días, unos pocos litros de leche para venderla en el mercado. Su abuela analfabeta era una mujer sabia, gran contadora de historias y las utilizó para consolarla aquel día y muchos otros. Su abuela le enseñó también a leer la realidad. Celestina, así se llamaba la niña, sentía una fuerte curiosidad por todo lo que le rodeaba y aprendió a leer y escribir con 20 años. Un punto de astucia natural y de sentido del humor le ayudaron a sortear capítulos amargos en la travesía azarosa de la vida, como al Ulises de los poemas. Ella también fue una gran contadora de sus historias como el mismo Ulises. En esa infancia dura y pobre tuvo, pese a todo, una educación en todo lo que se puede aprender en una familia, que es tan importante y necesario -o más- que lo que se puede llegar a aprender en la escuela.

Cien años después, en 2009, se acaba de celebrar un juicio en Pamplona con la educación familiar como tema central. En el mismo país de tantas familias analfabetas hace décadas, la sanidad y la educación son universales y existe una red de asistencia social que jamás habrían soñado los que nos precedieron en los albores del siglo XX. Pues bien, un padre ha sido absuelto -menos mal- de la acusación de maltratar a su hija de 13 años, a la que se llevó de una plaza pública bajo los efectos del alcohol. La sentencia, según relata 'Diario de Navarra', establece que el hombre «no quería» que la menor «permaneciera en esa plaza bebiendo porque tenía 13 años recién cumplidos». Pero la hija, «al desobedecer primero y luego al oponer resistencia física es cuando produce, con su actitud, que la actuación del padre deba imponerse, por su bien, no porque quisiera agredir, ni siquiera corregir o castigar, sino por preservar su integridad». No puedo imaginar el tormento emocional que tiene que acarrear tener que demostrar la inocencia por pretender enderezar a un hijo en un comportamiento que puede causarle daño, después haber sido acusado por él mismo ante la justicia.

Que el caso haya llegado a los tribunales es extraordinario, sin duda, pero la crisis de autoridad en la familia y en la escuela -y por tanto en la sociedad- es real y palpable. No viene en el periódico, pero un crío de una familia de la media, de 12 años, que volvió a casa cuando le dio la real gana fue castigado por su padre a ayudar en una huerta familiar. La criatura respondió que podía denunciarles por explotación infantil. Urge una escuela de padres como propugna José Antonio Marina. Que sí.