Sociedad

Los 40 latigazos de Lubna

La activista sudanesa, «una buena musulmana» perseguida en su país, aprovecha su estancia en España para denunciar la interpretación torticera del Corán en el Día de los Derechos Humanos

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Más de 1.800 millones de personas se inclinan ante el Corán y las palabras de Mahoma. Eso sí, muchas de ellas, como Lubna Ahmada al-Hussein Hussein, creen que ni uno ni otro se preocuparon por los pantalones que deben llevar las mujeres. Ni tampoco de si ofende terriblemente al Islam lucir «un modelo holgado, verde y ligero», como detalla Lubna en conversación telefónica desde París, donde ahora vive tras abandonar Sudán. A duras penas se libró de 40 latigazos por haber osado enfundárselos, a juego con una túnica amplia y un velo que le cubría la cabeza y los hombros. La Policía de Orden Público, que cuida de la 'decencia' en aquel país, la detuvo el pasado mes de julio en un restaurante de Jartum junto a 13 mujeres por infringir el artículo 152 del Código Penal, que reza: '(...) Cualquiera que vista prendas obscenas (...) será castigado con la flagelación (...)'.

Así arranca la odisea que relatará esta periodista sudanesa y ex funcionaria de la ONU en la conferencia que va a ofrecer hoy en Jerez, y que ayer también concedió en Cádiz, invitada por la Asociación de la Prensa. Y aprovechará para promocionar su libro: '40 azotes por unos pantalones', publicado hace poco en Francia. Lubna quiere ajustar cuentas, cueste lo que cueste, con un régimen que tiene debilidad por el látigo; en 2007, sin ir más lejos, una maestra inglesa fue condenada a 40 zurriagazos por apodar 'Mahoma' a un osito de peluche en una escuela de Jartum. Tras los ruegos del Consejo Musulmán de Gran Bretaña, la pena no llegó a aplicarse. Lubna, en cambio, no ha necesitado que intervenga ninguna potencia extranjera, bastó con su perseverancia y habilidad para concitar el interés de los medios de comunicación. Tiene mérito, ya que lo suyo no es nada nuevo.

Su caso se suma al de otras 43.000 mujeres que sólo en Jartum, capital del país africano, fueron arrestadas el año pasado por llevar atuendos 'deshonestos'. Un calificativo que interpretan los agentes de seguridad como Alá les da a entender, es decir, que muy bien puedes salir a la calle con la cabeza descubierta y los rizos teñidos al aire si tienes la suerte de encontrarte con una patrulla que hace la vista gorda. Eso siempre ocurre con la llamada Policía Turística que custodia los hoteles de cinco estrellas; allí se puede bailar la danza del vientre sin que nadie ponga el grito en el cielo. El doble rasero y la injusticia están a la orden del día bajo la dictadura de Omar Hassan Ahmad al-Bashir, que se alzó con el poder en 1989 y ha impuesto una aplicación fundamentalista de la ley islámica (sharia) en el norte del país, donde la mayoría de la población es musulmana.

La periodista sudanesa, de 34 años, lo ha denunciado en innumerables ocasiones, sobre todo en la columna 'Men Talk' del periódico árabe Al-Sahafa. Está acostumbrada a fustigar a las autoridades y llegar hasta el final. Por eso, renunció a la inmunidad que le proporcionaba su condición de funcionaria de la ONU, y se empeñó en hacer frente al castigo que le imponía el juez de Jartum: 40 azotes o una multa 'indefinida'. Era la única manera de llegar hasta el Tribunal Superior «y presionar para cambiar las leyes», recuerda con vehemencia. Se resiste a bajar la guardia.

Ablación del clítoris

Como «buena musulmana» y profesional de los medios de comunicación, se sentía en la obligación de poner en evidencia un par de cuestiones: la interpretación torticera de la ley islámica y la violación de la Constitución de 2005, «que respeta las libertades individuales y los derechos humanos». No quería dejar pasar la oportunidad de poner a Al-Bashir en su sitio. «Sudán nunca ha sido un ejemplo de democracia pero antes, cuando yo era más joven, no se llegaba a estos extremos». Ahora bien, un dato: la ablación del clítoris siempre ha formado parte de la vida diaria de las familias, como las judías guisadas con pan. No es una exageración.

Son poquísimas las mujeres sudanesas que se cuestionan esa mutilación. La propia Lubna pasó por ella a los 7 años y reconoce que le extraña «lo poco que protestan mis compatriotas de clase acomodada, las que más se quejan son las más humildes». Todavía no ha encontrado una explicación a esa pasividad; por otra parte, tampoco es su batalla en estos momentos. Ella ha invertido todas sus energías en poner bajo los focos las vergüenzas del sistema judicial de Sudán: distribuyó 500 'tarjetas de invitación' para asistir a su flagelación y mandó otros tantos e-mails con un mensaje escueto, 'periodista sudanesa te anuncia su martirio que tendrá lugar mañana'. Sencillo pero efectivo.

Se armó tal barullo -más de 50 mujeres con pantalones se manifestaron ante el tribunal el día de su comparecencia-, que no tardaron en meter baza organizaciones como Amnistía Internacional, la Comisión Africana de Derechos Humanos y autoridades como el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. A simple vista, llovía sobre mojado. Y es que tras la orden de detención contra Al-Bashir por crímenes de guerra y contra la humanidad en Darfur, la imagen del país africano andaba por los suelos. Sea como fuere, Lubna tuvo suerte: el juez dio marcha atrás.