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El futuro del Candor

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En aquellos años de privaciones autárquicas, poder fumarse un Chester correspondía con el lúbrico ensueño de la orgía. Sin embargo, aquel mariscador de La Caleta, al que Peter Spe le ofreció uno con un autoritario: «Fumará usted un Chester.», dándolo por hecho, le contestó; «Lo siento caballero, prefiero caldo de gallina», con gesto soberano. «¿Le lío uno?»

Peter atónito asintió, y él se lo lió con una mano, en un alarde de malabarismo. A Peter le impactó su personal magnanimidad sin atisbos de altivez acomplejada. Este sentido de la soberanía de los gustos, responde a la esencia del candor.

Se caracteriza este don, por la sencillez, la sinceridad, la ingenuidad, entendida como ausencia de malicia, pero, sobre todo, por la pureza de ánimo.

El desuso de las palabras, no se debe a acatamientos del lenguaje a los dictados de los usos urgentes, de las modas y los modismos, sino a la volatilización de sus contenidos, de sus esencias; a la pérdida de los valores virtuosos que ellas expresan. La aterradora pérdida de valor vivencial de los actos sencillos, candorosos, arrinconados por la prepotencia, la soberbia y la estulticia, los convierten en arcaísmos éticos. El arrumbar a los gestos sencillos y esenciales, a las palabras nobles que los proclaman, supone un despilfarro ético y emocional.

De ahí, que el profesar el amor con un clamoroso «te amo», hoy se valore como una cursilada, una antigualla.

Un verso de Catulo, de hace dos mil años, convierte al candor erótico en un monumento de la sencillez:

«Dame tú besos mil/después un ciento;/luego otros mil;/después un segundo ciento;/después, hasta otros mil;/después un ciento.»