LOS LUGARES MARCADOS

Frente a áfrica

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Al pasar por la carretera N-340 desde Algeciras a Tarifa, hay un momento, en lo que se llama el Mirador del Estrecho, en el que las costas africanas se divisan con tal claridad que da la impresión de que estén al alcance de la mano. El arranque del Rif, el nuevo Puerto de Tanger-Med, Punta Ceres, el caserío blanco de Alcazarseguir, las playas de Seguir y de Dalia, similares a las de esta orilla. Un mundo paralelo con bandera diferente se nos ofrece a los ojos como reclamando atención. Y la frontera, que en este tramo se encontraría sobre el agua, en medio. Nos hemos empeñado en establecer líneas divisorias que no sólo quedan reflejada en los mapas, que no sólo se materializan en una aduana o en el deber de presentar un pasaporte o un visado al pasar de un lado a otro. La frontera es sobre todo un estado mental. Ese espacio que marca la pertenencia oficial de una tierra a un sistema político, social, cultural, es un constructo que sobre todo está en nuestro pensamiento, y que puede entenderse como una fractura o, al contrario, como una línea de sutura y unión. Dos países vecinos pueden colocarse de espaldas o de frente, esto es, mirando la frontera como motivo para diferenciarse o, por el contrario, entendiéndola como un nexo, una intersección, que los identifica de algún modo. Porque aunque la palabra 'frontera' tiene el significado común de 'límite' o 'término', el sentido primero es «lo que está colocado enfrente de». No de espaldas, sino enfrente. Cara a cara. Vis à vis. Si entendiéramos que cualquier frontera es movible (porque no es connatural sino convencional), y que no implica enemistad sino contacto e inmediación, empezaríamos a perderle el miedo. Podríamos violar las fronteras, borrarlas, ningunearlas. Y nuestras hambres (físicas y espirituales), como decía una canción, no estarían separadas.