vuelta de hoja

Los regalos

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Se han dado cuenta, ligeramente tarde, de que ser decentes es un buen negocio en política. Exige paciencia, pero a la larga es una excelente opción. El PP prohibirá aceptar regalos de empresas que contraten con el partido, que no es que esté partido sino hecho un puzle. A buenas horas, mangas verdes. ¿Por qué han esperado a que todo vaya manga por hombro? El Código de Buenas Prácticas ha tardado mucho en editarse: del enemigo el consejo. Obligará a todo dirigente a declarar ante la caótica formación el estado de su economía. Otros no tienen ese problema, ya que su economía estaba en estado de merecer.

Eso de prohibir lo que en El Corte Inglés se llama «la elegancia social del regalo», no es fácil. Hay que trazar fronteras. No es lo mismo que a alguien le regalen un bolígrafo, a condición de que no sea ágrafo, o que le regalen un jamón de pata negra, que es el mejor amigo del hombre, a que le obsequien con un terrenito urbanizable.

La gratitud no puede ser idéntica si el beneficiario puede escribir sus memorias o hacer una buena digestión, que si le han facilitado un capitalito, aunque tenga que repartir, por adjudicar una zona donde antes echaban carreras los lagartos.

Prohibir que los políticos reciban regalos, incluso en el caso de que lleven una vida regalada, requiere unas inspecciones laboriosas. Los hay a los que sólo les gusta que les regalen el oído en la tele o en la prensa. Otros compran décimos de lotería premiados o simulan herencias de un tío que tenían en Alcalá. ¡Quién te ha visto y quién te ve! les dicen los colegas. Los del partido contrario no les dicen nada, porque no les pueden ni ver. Están muertos de envidia esperando su turno.