CRÍTICA DEL FESTIVAL IBEROAMERICANO DE TEATRO

Amargo y dulce

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O riginalmente escrita como novela y con sonada repercusión internacional, El beso de la mujer araña ha pasado prácticamente por todos los soportes para llegar al público. El mismo autor hizo la adaptación teatral que se nos presenta y estuvo implicado entre los años 70 y 80 en la versión al teatro musical y al cine; de aquí que la obra nos suene aunque no sepamos nada sobre ella. La trama es sencilla, más no el trasfondo. Nos cuenta la historia de dos prisioneros que comparten celda en un país oprimido por una dictadura. Uno de los dos presos, confeso comunista y militante de una organización revolucionaria; el otro, un homosexual refinado condenado por corrupción de menores. Ambos entablan una relación compleja llena de verdad, cariño, amistad, comprensión, lealtad, respeto y amor.

La compañía peruana Teatro La Plaza Isil, logra dar la vuelta a la mala fama que desafortunadamente pesa sobre esta obra, y que ha sido alimentada por la ingente cantidad de montajes que han tratado la obra con cierta frivolidad y falta de rigor. Y es que el texto de Puig requiere precisamente de sutileza y fuerza a partes iguales, y de un estudio sobre el pensar y sentir del ser humano que aquí se logra gracias a una cuidada contención emocional desde la dirección escénica. El experimento de ésta compañía funciona porque tiene dosis justas que equilibran las distintas vertientes que subyacen en el texto y que emergen sólo si está bien cuidado el planteamiento. La obra es cruel y tierna; está llena de vida por la postura vital e ideológica de sus personajes, pero plagada de referencias en las que la muerte está presente como destino.

El calado de las ideas de Puig, en boca de los actores está relacionado directamente con su perfecta elocuencia y presencia escénica. Los personajes protagonistas, muy bien llevados por Paul Vega y Rodrigo Sánchez Patiño, viven entre la fantasía y la cruda realidad, entre el futuro y el presente, entre sus anhelos y sueños. Ambos actores saben planear con soltura sobre una situación que mantiene tensión y ritmo a buen nivel. Mención aparte merecen las excelentes aportaciones de José Balado en el diseño del espacio sonoro, pues impregna al montaje de un extraño aire nostálgico, íntimo y espiritual que no deja indiferente al espectador, por el contrario, ayudan perfectamente a transitar por el paso del tiempo que pide la obra. Por otro lado, hay ciertos planos en la iluminación que juega con convenciones no respetadas en todo momento y que dan cierta incoherencia al espacio/tiempo.

En definitiva, un montaje comprometido, redondo, amargo en su temática, pero dulce y estético en su resultado.