Un momento de la corrida de ayer. /J. FERNÁNDEZ
LA FICHA

Tratado de tauromaquia de Hermoso de Mendoza

A pesar de marrar con el rejón de muerte consiguió salir a hombros

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Dio comienzo el ciclo taurino de Jerez con la tradicional corrida de rejones, festejo que con tantos adeptos cuenta en una ciudad donde el cariño se profesa tanto al toro como al caballo. Y como ya es habitual, se escogió para la ocasión un encierro de Bohórquez, vacada de procedencia Murube-Urquijo -otro objeto de predilección de los ases del toreo a pie y que en la actualidad su presencia sólo es requerida, casi en exclusiva, en la faceta rejoneadora-. Como se comprobó en la tarde de ayer, la pausada y uniforme velocidad de sus embestidas convierte al encaste en el más idóneo para este tipo de festejos.

Algunos mansearon en exceso desde que aparecieron en el ruedo. Ello obligó a los jinetes a desplegar su técnica lidiadora con el objeto de encelar a la res y desengañarla del cobijo de su querencia. Cada rejoneador expuso sus particulares recursos para conseguirlo. Así, mientras Diego Ventura aprovechó tal dificultad para ofrecer un muestreo de sus frenéticas dotes de espectacularidad y arrebatado. Seguidamente le tocó el turno a un Hermoso de Mendoza que se limitó a dictar un auténtico tratado de tauromaquia ecuestre. Ante la escasa colaboración de un toro rajado y huidizo, el navarro respondió con las doctas armas de la maestría y suavidad.

Un dominio sereno de la situación, que revistió toda su labor de buen gusto y elegancia. Al manso cuarto le otorgó todas las ventajas al ofrecerle los pechos del equino en rectitud y aguantar hasta el último instante, en el que cambiaba de súbito el viaje, para prender luego reunido en todo lo alto. Perdió los trofeos con éste al marrar con el verduguillo. Pero ya había obtenido las dos orejas de su primero, al que la misma cola del caballo Chenel paró, templó y mandó, como si de un verdadero capote se tratara. Exquisito toreo ecuestre, que tuvo su punto culminante con banderillas de ceñidísima reunión y con garbosos quiebros por los adentros, que provocaron el consiguiente delirio en el tendido.

También lo pasó bien el público con la entregada labor de Ventura, que alternó pasajes de verdadero mérito con pasajes inesperados y abruptos.