REHÉN. Un rabino ortodoxo besa a Netanyahu. / EPA
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La ultraderecha cerca a Netanyahu

La candidatura del jefe del Likud incluye una docena de radicales que amenazan su victoria como primer ministro israelí

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Si las encuestas de los dos últimos años no se equivocan, Benjamín Netanyahu será a partir de febrero otra vez el primer ministro de Israel. El derrumbe del laborismo a manos del ex primer ministro Ehud Barak, la falta de despegue de su máxima rival, Tzipi Livni, y la capacidad del histórico líder derechista para contemplar el ahogamiento de sus adversarios sin cometer errores, -sobre todo porque no habla- han permitido a Bibi flotar en las pantanosas aguas de los sondeos.

Todos los estudios de opinión indican que obtendrá más de 30 escaños de los 120 del Parlamento, casi tres veces los 12 que domina ahora y suficientes para formar Gobierno. Netanyahu aprendió de Ariel Sharon que el silencio también es poder, y esa ha sido su estrategia. Al menos hasta ahora. Porque esta semana, las tranquilas aguas en que se mece el jefe del Likud se veían sacudidas por un maremoto: el éxito del controvertido militante ultraderechista Moshe Feiglin, que el martes conseguía hacerse con el puesto número 20 de la lista de aspirantes a diputado durante las primarias del partido de cara a los comicios del 10 de febrero.

En un golpe de timón torpe, poco elegante, pero haciendo uso de los legítimos mecanismos internos del Likud, Feiglin era relegado en menos de tres días al puesto 38 de esa lista, fuera de toda opción de lograr un asiento parlamentario. Netanyahu lograba así quitarse de en medio a un racista, fanático y belicista. Un intransigente que lleva quince años intentando lograr un escaño desde el que imponer un ideario iluminado, según el cual, -dice-, Israel debe reocupar la franja de Gaza, si es necesario cortando el agua y la electricidad a los palestinos. De hecho, afirma que no hay un «pueblo palestino», y que nunca habrá un Estado palestino, que hay que pagar a los árabes para que abandonen Cisjordania y sacarles del Parlamento. Y sacar también a Israel de la ONU.

En Feiglin, Netanyahu había encontrado un halcón aún más agresivo que él. Un elemento capaz de arruinar, con su perfil rabiosamente extremista, el presunto centro que quiere representar el Likud, y con ello toda posibilidad de victoria electoral. Pero desplazando al incómodo correligionario, la pesadilla no ha hecho más que empezar: en los 35 primeros puestos de la lista que encabezará Bibi hay entre doce y catorce secuaces de Feiglin, más de un tercio de lo que podría ser el grupo parlamentario.

Contrapoder

En resumen: Netanyahu estará rodeado de rebeldes, -como los que hicieron la vida imposible a Sharon-, alérgicos a la democracia, dispuestos a incendiar los intentos negociadores de paz y a envenenar con sus discursos mesiánicos sobre derechos eternos e inalienables cualquier intento de gobernar con sentido común. Tienen nombres y apellidos, Sagiv Sulin, Yariv Levine, Boaz Haeztni... y amenazan con convertirse en un contrapoder inmanejable tras la depuración de su jefe Feiglin, al que se encargarán de mantener presente en la conciencia pública. No en el número 38, ni en el 20, sino en el uno. Con ellos en la lista, la candidatura del Likud está varios grados más a la derecha que su electorado. Mal asunto.

«Retorno a la ciénaga», titulaba el diario Yedioth Ahronoth de Tel Aviv su análisis sobre el oscuro agujero que ha empezado a cavar el Likud con riesgo de caerse dentro. Ante ello, Netanyahu ha emprendido lo que parece ser una carrera hacia el centro, hacia la izquierda, como única vía para salvar el precipicio. «Continuaremos las negociaciones de paz con sirios y palestinos», proclamaba el jueves deseoso de tranquilizar al público y la comunidad internacional, en un primer paso por distanciarse estratégicamente de los soldados de Feiglin. Y de esa ambigua fórmula suya mantenida hasta ahora, que hablaba sólo de buscar una «paz económica».

Netanyahu es un político inquietante y despreciado, pero «no es un mesiánico, ni un lunático», escribía el rotativo Haaretz. Ahora que empezaba a convencer de su moderación, con el estreno de la era Obama, una minoría fanática y decisiva va a tomarle como rehén. Las encuestas serán las que valorarán qué tal nada con estas ataduras.