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¿Crisis? ¿Qué crisis?

La Feria de los Millonarios reúne en Moscú a potentados de todo el mundo, que tiran la casa por la ventana para adquirir sus caprichos

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Mientras las empresas rusas empiezan a quebrar, sus empleados se ven en la calle, los grandes almacenes se vacían y la población se lanza como loca a sacar sus ahorros de los bancos y a cambiar los rublos por dólares, los ricos no renuncian a sus caprichos. Acaba de cerrar sus puertas en Moscú la cuarta edición de la Feria de los Millonarios, un evento que, a lo largo de cuatro días, ha sido visitado por 40.000 personas. El volumen de ventas, según los organizadores, ha alcanzado los 500 millones de euros, 100 menos que el año pasado, aunque la prensa moscovita cree que la cifra podría estar maquillada para no herir la sensibilidad del sufrido ciudadano de a pie.

Había más de 200 expositores de artículos de lujo, entre ellos varios españoles: la joyería vizcaína Dámaso Martínez, la firma de alta decoración Colección Alexandra, la inmobiliaria ibicenca Vitaeibiza Homes y la promotora Construcciones Hispano Germanas. Tampoco podían faltar en esta cita las principales casas de moda del mundo, las marcas más exclusivas de automóviles y los principales fabricantes de aviones privados y megayates.

Feria de las vanidades

Rusia es el segundo país del mundo en número de fortunas superiores a los mil millones de dólares. Tiene 110, de las que 74 están en Moscú, la ciudad con mayor número de ricos después de Nueva York, y una de las más caras del planeta. Por eso, y pese a la crisis, los pudientes rusos y de otros muchos países acudieron en masa al Crocus Expo, un peculiar supermercado para potentados donde se puede adquirir desde un potro pura sangre turkmeno, cuyo precio no baja del millón de euros, hasta un teléfono móvil con la mejor cobertura: el oro y los brillantes que lo adornan. Por un millón y medio de euros se vendió el jueves un barco de 18 metros de eslora; nada de particular. Mucho más caro salió un helicóptero con decoración interior de Versace (12 millones de euros costó el capricho) y un particular se convirtió en propietario de un castillo en Irlanda tras pagar la friolera de 65 millones.

Entre los artículos más accesibles estaban los automóviles. Un Aston Martin se vendió por 300.000 euros, mucho menos de lo que se gastó un hacendado japonés en adquirir un Mercedes Benz con incrustaciones de diamantes. Si el año pasado se pusieron de moda los minisubmarinos entre los adinerados rusos, en esta ocasión hubo quien compró uno de estos sumergibles por 18 millones de euros.

Esta feria de las vanidades se viene celebrando en la capital rusa desde 2005. El certamen incluye la presencia de estrellas mundiales de la canción, el cine o el deporte. Este año acudió invitado el tenista Rafa Nadal.