PEQUEÑO CUENTO

Diálogo de carlos y rafael

Era una tarde otoñal y fría en un Madrid sin romances ni parques paseados. Un poeta arcense, de nombre Carlos Murciano, daba los últimos retoques a una conferencia que preparaba para Jerez, en su reencuentro anual con la Academia. Iba a hablar de un bardo grande del Sur, de nombre arcangélico y torero y bravos y nobles apellidos que escribió versos cultos y sentidos y canciones intemporales.

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Un poeta que, como la niña de Peñaflor, era señor de escudo y rentas por sus títulos de nobleza, y llevaba el alma herida por amores imposibles. Carlos, ese maestro de los versos exactos que hablaría por y de él, sentía en aquella atardecida la tentación de lo imposible. Le llovía en el alma el agua limpia de una esperanza imaginada. ¿Si pudiera .!

De pronto, pulsó en el lugar exacto e intemporal de su Fe, la clave secreta para hablar con el amigo, con el maestro: una voz, al otro lado de su corazón, se escuchó con claridad de arroyo:

-¿Dígame?

-Buenas tardes. Soy Carlos Murciano. Poeta de Dios y de los hombres. Quisiera hablar con Rafael de León.

(Había tenido suerte). Al otro lado, en el Cielo, un angelote flamenco, moreno y riente, que había sido monago en San Gil le dijo:

-Espere Vd. un momento que voy a ver si no está muy liado. Es que este año está preparando el retablo de villancicos para las Fiestas de Navidad, ¿sabe Vd? Que es que le ha tocado, que el año pasado fueron Ochaíta, Valerio y Solano, y en esta ocasión han llamado a Quintero y a León y, claro, tenía que estar él. No me cuelgue, maestro.

Pasó un ratito, y se escuchó la voz inconfundible de Rafael: -¿Quién es?

-Rafael, soy Carlos Murciano (los poetas, en una u otra vida, se conocen todos y no hay que dar mas datos). Mira, hombre, que me voy a Jerez a hablar de ti a la Academia de San Dionisio, que Pacote está muy ilusionado y no le puedo fallar. Lo tengo todo listo, pero yo había pensado ¿No te puedes escapar un día y te vienes a Jerez conmigo? Así me dices qué te parece la selección musical que he hecho, y si no te gusta me la cambias, que para eso son tuyas las canciones.

-Hay hijo, pero si es que tú no sabes la que tengo aquí, que esto es la Gloria, pero también se trabaja. Ya te han dicho lo del retablo de Navidad, ¿no?, pues fíjate. Estoy en la mitad y me pillan las fechas, y ya sabes tú como son Quintero y Quiroga. Además, tengo a los artistas todo el día de ensayo. ¿Cómo les digo ahora ? Y al Jefe, ¿Qué le digo yo al Jefe ahora, que llevo tres salidas en esta temporada y me van a mandar al Purgatorio!

-Venga Rafael. ¿Lo que tú no consigas!

- Bueno, espera, voy a ver. Oye, pero con una condición. Nos vamos juntos hasta Sevilla, y allí yo me bajo y ya llegaré a Jerez a tiempo, no te preocupes. Que quiero dar una vueltecita por mi tierra. No me cuelgues que hago la gestión con San Pedro.

(Pasó un tiempo que a Carlos, en la tierra, le pareció una eternidad, pero que allá arriba viene a ser como menos de medio segundo. De nuevo sonó la voz de Rafael).

-Oye, hecho, pero ni te imaginas la que has liado con tu petición. Resulta que se ha enterado Nicolás Sánchez y se lo ha dicho a Rafael Farina, a Caracol y a no se cuántos mas. Casi hay un motín. Menos mal que ha intervenido mi pariente Toto León, que lo he dejado mediando en la trifulca. ¿Cuando nos vamos?

-Gracias, Rafael. Sabía que podía contar contigo. Dile al Señor que le debo un libro de poemas, por lo menos. Te espero mañana.

Al día siguiente, Carlos y Rafael tomaron camino de los Jereles. Rafael le iba canturreando a Carlos los villancicos nuevos que iba a estrenar en el Cielo aquella Navidad, y Carlos le recitaba a Rafael el villancico del capitán Pirata, el del reloj de su hermano Antonio, el del contable y no se cuántos mas. Se lo estaban pasando en grande.

En Sevilla se quedó Rafael, según lo tratado. Como Carlos andaba preocupado con la puntualidad, Rafael lo tranquilizó:

-No te preocupes, que llego bien, que yo no soy como tu hermano, hombre. Tú échale arte, que lo demás corre de mi cuenta. ¿Que vamos a poner la Academia boca abajo!

Y tal como lo dijo uno y lo hizo el otro, así lo hicieron y cumplieron. Porque la otra noche, cuando los viejos relojes daban las nueve, Rafael de León y Arias de Saavedra, poeta y mito del cancionero andaluz y español, bajó del cielo hasta el Consistorio para acompañar a su poeta amigo. Volvieron a sonar sus versos musicados, en las voces de Miguel de Molina, Concha Piquer, Marifé de Triana y Manolo Caracol. Carlos hablaba mientras Rafael esparcía el duende de la copla por la sala. Aquella noche, por la Gracia de Dios y de la poesía, un aristócrata y un poeta del Sur hicieron que nos sintiéramos en la misma gloria.