VUELTA DE HOJA

Más ruido que furia

Todos volveremos a un antiguo silencio donde estuvimos. Como nadie nos dirigía la palabra antes de nacer, ni tampoco los impulsos, no guardamos memoria de una época sin duda apasionante y quizá como venganza nos gusta el estruendo, pero a algunos más que a otros. Por eso decimos que una fiesta ha estado muy animada y también por eso echamos de menos el silencio, que es el idioma que hablamos todos cuando nos callamos. El verdadero esperanto.

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En general somos bastante pacientes los habitantes de la variada España. Sobre todo en vísperas de explotar. Más ruido que furia.

Según los expertos en decibelios competimos con Japón en armar barullo, pero el de ellos tiene justificación demográfica y a nosotros nos basta con juntar a dos compatriotas, uno partidario del Madrid y otro del Barcelona, aunque ambos sean de Cuenca.

Aquí hasta los silogismos se berrean. Hay quienes confunden tener razón con tener facultades. Somos la nación donde se mueven más sillas y donde se dejan más puertas abiertas, quizá porque nos molestó encontrarlas cerradas. Hacen ruido no sólo los moteros, sino hasta los espías. Todo el mundo quiere pasar advertido.

Si es cierto que dos de cada tres personas conviven en España con un nivel de ruido superior al tolerable, merecemos la medalla de sufrimientos por la patria. Sólo quienes tienen el dinero suficiente para comprarse soledad pueden disfrutar de una vida apacible. Siempre que esa soledad sea voluntaria. El silencio se ha refugiado en las patas de los gatos y en los pies de los amantes clandestinos, que pisan con planta de lana, pero así como gatos sigue habiendo muchos, amantes secretos hay poquísimos. Saben que si sus amores no se divulgan jamás tendrán una oferta considerable de la televisión. Total, que no hay más remedio que pasarse la vida, si no se tiene vocación para residir dentro, visitando conventos. Entre las columnas de los claustros se establece un silencio paralelo. Siempre que el convento no caiga cerca de un aeropuerto.