PADRE E HIJA. Javier Serrano y Sara, los dos protagonistas del libro. / LA VOZ
JAVIER SERRANO ESCRITOR Y PADRE

«Siempre tiene que haber un padre cuerdo de guardia»

El escritor afincado en San Fernando firma 'Papá, el niño también es tuyo', alegato en favor de la implicación de los padres en la cría de los hijos y una guía para hombres torpes

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Cuando Javier Serrano sujetó en las manos por primera vez el minúsculo cuerpo de Sara, se quedó «rígido, sin mover un músculo». Hasta que sufrió un calambre de espalda. La criatura había irrumpido en su vida y con ella decenas de tareas para las que no estába preparado. No así su mujer. «Ellas lo hacen estupendamente, pero tú eres un desastre», dice el periodista afincado en San Fernando que cosechó un gran éxito con Historia de España contada por estudiantes, un compendio de las barbaridades más grandes respondidas por los alumnos españoles. Ahora, de todas las anécdotas que vivió al crecer como padre, nace Papá, el niño también es tuyo (Ediciones Ambar), un divertido alegato en favor la implicación del hombre en la cría de un bebé, «siempre al servicio de ellas».



-¿Cuándo se dio cuenta de que no sabía ser padre?

-Todo parte de mi interés por implicarme como padre. Me metía en unos charcos... De pronto tenía que aprender a bañar al bebé, calmarlo, cambiarlo... Las chicas lo hacen estupendamente, pero tú eres un desastre.

-¿Porqué los hombres somos más torpes que ellas?

-No existe una explicación científica. Supongo que porque en muchos casos, cuando los padres cogen a su hijo es el primer bebé que cogen. Generalmente nosotros no pedimos coger en brazos a un sobrino cuando vamos a verlo con quince días. Ellas, sí. Las mujeres han mostrado interés por otros bebés, pero muchas veces el padre toma por primera vez a uno en brazos cuando es el suyo.

-¿El primer impacto es tan brutal?

-Intentas tomarlo en brazos por primera vez si tienes valor para asistir al parto. De pronto, la matrona te dice con naturalidad que los niños no salen peinados como en las películas americanas, sino que se parecen más a un pulpo. Y es así. Luego ya lo lavan y es más bonito. Pero parece un pulpo.

Odisea de pañales

-¿Cuál fue su mayor error?

-Un día, harto de que mi mujer estuviera vigilando con el rabillo del ojo, decidí vestir a mi hija yo solo. Y se me olvidaron los pañales. Una hora después llegó el desastre. Además yo era el que la lanzaba al aire alegremente. Mi suegra y la madre siempre me miraban mal. Un día fallé en la recepción y la cogí in extremis de una pierna. Me dí un susto enorme, aunque los niños no son de cristal. De toda maneras, es mejor que no se te caigan, claro.

-¿Somos tan torpes como nos pinta el libro?

-En general los hombres tenemos buena intención, pero todos nuestros errores vienen de nuestra torpeza, inexperiencia o nerviosismo. Es increíble además que a estas alturas quedan muchos chicos jóvenes que adoptan la actitud de Encárgate de tu hijo que está llorando, aplicando esa palabra como si el hijo fuera solo de la madre. Parece que los hijos son suyos cuando el trabajo debe ser de los dos. Cuando llegan derrotados del trabajo ambos ¿por qué el padre tiene que tirarse en el sofá y ella seguir trabajando dándole el biberón, bañando al niño y durmiéndolo?

No extralimitarse

-¿Siguen siendo ellas las jefas de la manada?

-Por supuesto. El hombre debe implicarse, pero no extralimitarse. Siempre debe de estar al dictado de lo que ellas digan. Van siempre tres escalones por delante. Toman el mando y es mejor así.

-¿Es cierto que el bebé crea tensión en la pareja?

-Es inevitable que surjan las tensiones entre los padres por mucho que se quieran. El sistema de normas y costumbres cambia con la llegada de un bebé a casa. De repente hay un ser que depende de tí, y tienes un punto débil. Se genera un estado de tensión que dura algunos meses hasta que todo se calma.

-¿Un consejo para manejar esa situación?

-Los principales problemas llegan por el nerviosismo. Eso que se dice de lo voy a tirar por la ventana o se lo voy a regalar al primero que pase se dice de verdad. En el libro hay consejos para gestionar ese nerviosismo. Siempre tiene que haber un padre cuerdo de guardia. El mayor consejo consiste en que el nerviosismo no permita traicionar la forma de educarlos. A veces pierdes los nervios y pegas tres voces o te desesperas y cedes, lo duermes en brazos...

-¿Tres normas básicas?

-No existen como tal, no hay un decálogo pero todo responde al sentido común. En primer lugar, el padre debe implicarse a tope al servicio de la chica. Además, hay que actuar en común aunque no se esté de acuerdo con lo que hace el otro. No mostrar fisuras ante el niño y consensuarlo todo, porque ellos son como pirañitas y si encuentran la grieta se van a tirar como leones.

-¿Cuál ha sido el momento de mayor colapso como padre?

-Cuando mi hija empezó a ir a la guardería con un año, encadenó todo tipo de infecciones de garganta, gastroenteritis, otitis, faringitis, estomatitis, encías... Y todas me las pasaba a mí. Estuvimos mucho tiempo sin dormir, algo que te deja sin diferenciar la noche y el día, sin reconocer a la gente. Es muy duro.

-¿Y el momento más mágico?

-Los padres tendemos a poner a los bebés al teléfono pensando que no van a decir nada. Un día lo hicieron y mi hija me sorprendió con una conversación. Me dijo «papá te quiero mucho, no trabajes tanto, ven ya».

-¿Qué le ha dicho su mujer del libro?

-Primero se preguntaba cómo le iba a mirar la gente a ella. Luego se ha divertido mucho con el libro, y también me ha atizado con él.

-¿Qué es lo que hace bien el padre?

-Siempre invito a derribar algunos mitos, como que el baño tiene que ser un momento de relajación antes de dormir. El padre tiene que salpicar, ponerse barbas de espuma, reirse. Nosotros hacemos muy bien el rol de gamberros. Si hacemos una construcción de madera y yo la rompo... a mi hija le encanta. Nunca esperaría eso de su madre. Mamá para los mimos, nosotros para jugar.

-¿Hay muchos mitos que destruir?

-Las madres tienden a hacer absolutos y a defender de manera integrista los métodos que leen en los libros como Duérmete niño o el que sea. «Si el niño llora, hay que esperar ocho minutos antes de entrar». ¿Y si se está ahogando? Hay que aplicar menos métodos de los libros y más sentido común.

apaolaza@lavozdigital.es