EN FAMILIA. Carmen juega con 'Spika' ante la mirada de su hija Mari Carmen. / M. ATRIO
CARMEN JUAN PORRINO VIVE CON SUS HIJAS

«Mis hijas son dos auténticos soles»

«Mi madre nos cuidó, ahora la obligación la tenemos nosotras», dicen ellas

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Resulta curioso cómo la memoria de los mayores responde mejor cuando se la pone a prueba con sucesos ocurridos hace cincuenta o sesenta años. Y la de Carmen Juan Porrino resiste bien el envite de la edad. En julio cumplió 84 años y con la misma lucidez con la que desgrana los achaques que le complican un poco la vida, recupera los recuerdos de su niñez en el pueblo zamorano de Fermoselle, que se alza en un empinado cerro a sólo ocho kilómetros de Portugal. Allí, los viñedos y los olivares ocupan una generosa franja de tierra que se precipita hasta los ríos Duero y Tormes.

«Vendimiando, apañando aceituna y limpiando casas» creció Carmen en el pueblo. Luego conoció al que se convertiría en su marido y juntos fueron saliendo adelante, pero la desgracia la dejó viuda con 45 años y al cargo de dos hijas adolescentes: Mari Carmen y Flori, que poco después empezaban una nueva vida lejos de Fermoselle. «La primera se marchó a Madrid y luego a Bilbao y la otra estuvo más de 20 años en Suiza». El apego de Carmen por su tierra castellana y la compañía de una hermana y de los vecinos le hizo más soportable la vida en solitario durante su madurez.

Pero a punto de cumplir los 70, su salud, delicada, empeoró con una seria afección de bronquios que exigía mayores cuidados que los que ella sola podía dispensarse. Entonces, Flori, la hija menor, que hoy tiene 54 años, hizo la maleta y regresó de Suiza para instalarse en Granada, la tierra natal de su marido. Carmen se fue con ella. «Cuando me quedé embarazada lo pasé muy mal y mi madre vino a Suiza y cuidó de mí. Entonces pensé que en ese momento la obligación la tenía yo».

La compañía y los cuidados de Flori tuvieron un efecto inmediato en la salud de Carmen, que pronto se recuperó físicamente y anímicamente. Incluso superó sin problemas la añoranza por «la casita del pueblo»-. Allí regresa cada año, por las fiestas de agosto. «Cuando me ven, los vecinos me gritan: ¿Ya vino la Porrinica!, y me da mucha alegría», comenta Carmen en animada charla. También a sus hijas les gusta reencontrarse con su niñez en Fermoselle. Allí se citan cada año para llevar y recoger a su madre, que pasa los inviernos con Flori y su familia en Granada, y la primavera con Mari Carmen y los suyos en la localidad vizcaína de Basauri.

El suyo es un caso poco frecuente y que cada vez lo será menos pero ellas creen que es la mejor solución para las tres. «Cuidar una sola de una persona mayor es mucha carga, pero turnándonos lo llevamos bien. Mi madre está feliz y rodeada de sus nietos -tiene uno en Granada y tres en Bilbao, además de «un biznietico» que le vuelve loca-. Para nosotras es una manera de disfrutar de ella», explica Mari Carmen, de 55 años. Y Flori asiente. «Yo pasé muchos años lejos de mi madre, casi no la conocí, y ahora quiero estar a su lado porque el tiempo pasa muy deprisa». Procurando que no la oigan, Carmen baja la voz. «A ellas no les gusta que lo diga,pero mis hijas son dos auténticos soles y me cuidan muy bien. Eso no se paga con dinero», susurra. Luego, se despide y vuelve a la tarea que ahora le ocupa. «Es que estoy haciendo unos calcetines hasta la rodilla para mis nietos», se excusa.