Editorial

Compromiso responsable

Estados Unidos afronta unas horas cruciales para la viabilidad del plan de rescate del sistema financiero que ultiman en negociaciones contrarreloj la Administración Bush y los partidos republicano y demócrata. La bolsas actuarán una vez más de termómetro para establecer el grado de confianza que hayan logrado inocular en el sistema financiero internacional los trabajosos avances en un proyecto que destinará 700.000 millones de dólares a salvar el mercado estadounidense del colapso, pero sin la garantía de que tan gigantesca intervención baste para contener la crisis y enderezar la situación económica. Los desencuentros que frustraron el pacto inicialmente han suscitado una comprensible exasperación, dado que las economías mundiales aguardan el definitivo desbloqueo con la respiración contenida. Pero es precisamente la excepcionalidad de las medidas planteadas, que prevén destinar ingentes fondos públicos para liberar a los bancos de los activos tóxicos vinculados a las hipotecas, la que justifica e incluso aconseja su revisión estricta y comprometida antes de que sean aprobadas. No sólo porque parece razonable que se discutan y consensúen los mecanismos de supervisión de esas partidas, la fórmula por la que los contribuyentes podrían ser compensados si las entidades hoy en riesgo consiguen remontar, el modo de extender la operación de salvamento a las economías domésticas acuciadas por las dificultades o la reducción en los millonarios salarios y primas de los ejecutivos cuyas compañías se acojan al plan estatal. También porque el rigor con que éste se refrende condicionará su eficacia para evitar que se repitan las arriesgadas licencias que han conducido a la quiebra financiera más profunda en décadas.

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La singular situación de emergencia nacional que ha forzado a aunar fuerzas en EE UU difícilmente tiene parangón con otras economías mucho más modestas. Pero la globalización de la crisis y sus gravosas consecuencias para países como España sí apelan a un compromiso de responsabilidad del Gobierno y, en distinto grado, de la oposición, que resultaría esencial tanto para establecer un diagnóstico lo más compartido posible, aunque se discrepe de las recetas contra sus efectos, y para tratar de reanimar la alicaída confianza de los ciudadanos. La invitación del presidente Rodríguez Zapatero a Mariano Rajoy para buscar puntos de encuentro sobre la forma de encarar las dificultades y el ofrecimiento de colaboración realizado previamente por el líder del PP podrían sugerir un avance hacia un entendimiento que tendría como único precedente los pactos de La Moncloa. Pero tanto Rajoy como, en particular, el jefe del Ejecutivo deberían abstenerse de alentar expectativas si no confían realmente en un diálogo fructífero, dado que ese fracaso agudizaría el pesimismo en la sociedad. Pero también porque dicho diálogo sólo podría ser verdaderamente efectivo si condujera a un acercamiento sincero sobre unos Presupuestos hoy de incierta aprobación.