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Un premio y un compromiso

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asta cien mil personas han llegado a reunirse este mes de agosto en Conil, un pueblo de veinte mil habitantes. La ocupación hotelera ha subido cuatro puntos. El secreto que atesorábamos cuantos conocíamos de antiguo este pequeño paraíso ya lo es a voces. De nada ha servido que intentáramos que no se divulgaran sus maravillas, porque por sí solas, boca a boca, son ya planetarias. El pueblo marinero y campesino que acababa en La Fábrica y luego era todo carretera, hasta la 340, 2,5 kilómetros casi en línea recta, ha visto en pocos años cómo se extendía su blanca mancha sobre el mapa y las nuevas urbanizaciones corrían como un mar de espuma, cuesta arriba, esa misma cuesta que en sentido contrario, hacia el Arco de la Villa, ofrece una de las más hermosas vistas del lugar, con el mar que sube sobre las azoteas. La Bodega, La Atalaya, donde las margaritas en primavera llegaban hasta la cintura, son ahora pisos, comercios, chalets, hoteles. El pueblo ha sabido hacer del turismo su principal fuente de riqueza y lo ha hecho con delicadeza, con sostenibilidad, que es mucho para los tiempos que corren. El miércoles el Patronato de Conil nos dio un premio a LA VOZ. Como diría Cortázar -o el anuncio- «no nos regalan (un reloj), somos nosotros los regalados». Es un honor y un compromiso.