EL RAYO VERDE

Contra la crisis

Mientras el capitalismo se desmorona y el miedo a la debacle, al paro, a la pobreza se hace hueco en nuestro estómago; cuando la inseguridad hacia el futuro, la desconfianza en la gestión de las políticas, hasta el catastrofismo, nos quitan el sueño y todo son malos presagios, desde las páginas de la actualidad sale al paso un «breve» que da noticia del homenaje en Nueva York a Juan Ramón Jiménez. Permítanme que divague un poco, este domingo de otoño, precisamente porque son malos tiempos para la lírica. Pienso en el poeta anciano, enfermo, desterrado, sin dinero, que a pesar de todas esas calamidades, exiliado bajo los rascacielos, escribía esas maravillas; que sabía que en el Madrid vencido robababan su casa y violentaban sus pertenencias, pero él seguía su obra, minucioso, en busca de «la trasparencia/dios, la trasparencia»; y veía cómo «por debajo del Washington Bridge pasa el campo amarillo de mi infancia»; que en el viento de las esquinas de Brooklyn oía ladrar a sus perros de Moguer, y creo que sí, que la poesía es una esperanza y una respuesta. Pues es cosa que se ha presentado una edición cuidada de su obra completa a precios asequibles, a cargo de la Junta de Andalucía, en 48 tomos y con nobles prólogos. Estos días, además, Carmen Linares le canta en «Raíces y alas», como un ansia. Parece que el Trienio Juan Ramón- Zenobia al final ha servido. Ni siquiera la administración cultural, tan peligrosa a veces, ha podido evitar que la obra de Juan Ramón ocupe el lugar que le corresponde como la luz cenital de la modernidad .

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Todo este año 2008 me ha acompañado una agenda «Z-JRJ», las iniciales del poeta y su esposa, que me envió su sobrina, Carmen Hernández Pinzón, y que regala a cada día un pensamiento, un aforismo, que a veces coinciden con la vida de una forma misteriosa, como arcana. Por ejemplo, para hoy mismo: «Nada significa el aplauso de los demás».

Pues por debajo del verso de Juan Ramón pasa el río turbulento de mi oficio, cada día, y hoy pasa con un temblor. Un gran marco sobre el que descansan nuestras seguridades formales, económicas, tangibles, se desmorona. Pagaremos aquí de uno u otro modo las salvajes nóminas de los altos despachos de Wall Street, los riesgos desproporcionados, las decisiones erróneas de ejecutivos desmedidos, el mercado como absoluto, los axiomas de la economía capitalista llevados hasta sus últimas consecuencias. «Enriqueceos o morid en el intento», el lema de toda una época, ahora hace crisis.

Según datos del Worldwatch Institute, el consumo humano de bienes y servicios en 40 años, desde 1950 a 1990, ha sido superior al de todas las generaciones anteriores. Hasta tal punto se ha pervertido lo que Weber enunció en 1905 en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, leo a Vidal- Beneyto, que la exhortación a la autodisciplina, el trabajo duro, la austeridad ha dado en un régimen despilfarrador, en el que sólo vale consumir y cuyo objetivo «no es producir bienes para satisfacer necesidades, sino sólo producir beneficios». EE UU, por ejemplo, gasta en publicidad más que en toda la enseñanza superior.

Si es cierto que un mundo desaparece, no hay que llorar por él. Sólo cruzar los dedos para que el que venga no sea peor.

Además, siempre nos quedará Juan Ramón.

lgonzalez@lavozdigital.es