CALLE PORVERA

Las pequeñas ferias

Qué gratificante me resulta comprobar cómo en los tiempos en los que vivimos aún nos llenan las cosas sencillas. Cómo muchos seguimos prefiriendo una tranquila charla entre amigos a un paseo por el centro comercial con tarjeta en mano, o cómo nos comeríamos con más gusto un plato de huevos con patatas que la mariscada más selecta del mundo.

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Todos estos ejemplos podemos extrapolarlos a acontecimientos tan importantes como las ferias de las distintas localidades. La del Caballo compite en grandiosidad con la de Abril, aunque en hermosura está claro que ya le ha ganado la partida. Sin embargo, por mucho que uno se lo pueda pasar bien en estas macrofiestas, no hay nada comparable con las pequeñas ferias y verbenas de los pueblos.

Ahora que Guadalcacín y Chipiona se encuentran en pleno apogeo, yo no puedo más que recordar con cariño y nostalgia la Feria de Algar, el pueblo de mi familia materna, que se celebra precisamente este fin de semana y donde tantos buenos ratos hemos pasado juntos. Allí el tiempo parece detenerse, los horarios y los móviles pasaron a mejor vida, y lo único importante es divertirse con todo el que uno tenga por delante, que casi siempre resulta ser algún pariente. La rivalidad no existe, puesto que sólo hay unas pocas casetas, y a pesar de que apenas se tienen atracciones tanto los chicos como los mayores son capaces de disfrutar con cualquier cosa. La comida y la bebida corre a raudales entre una comunidad generosa y desprendida, y todo el que la visita se siente por un momento parte integrante de ella. Con ese olor inconfundible que tienen los pueblos, visitarlo es dejarse llevar y olvidar todo lo malo que la vida cotidiana nos deja cada día.