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Tensar la cuerda

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a petición por unanimidad de la Duma y del Senado ruso para que el presidente Medvedev reconozca a las separatistas Abjazia y Osetia del Sur no sólo constituye un indudable agravio para Georgia. También puede enrarecer sobremanera las tensas relaciones de Moscú con las potencias occidentales tras la guerra del Cáucaso. El gesto del Parlamento bicameral refleja hasta qué punto Rusia está dispuesta a interpretar a su favor los acuerdos de paz que contemplaban el cese de las hostilidades en la región, pero también la apertura de un debate sobre la situación de las dos provincias independentistas. Si Medvedev admite la soberanía de ambas, ese debate habrá quedado rebasado por los hechos, agudizando la peligrosa inestabilidad internacional que ha generado el conflicto.