El escudo azul
Las estrategias para preservar los tesoros culturales en situaciones de conflicto se remontan a 1954, cuando una convención de la Unesco celebrada en La Haya sentó las bases para su protección. Un segundo protocolo, no firmado aún por Estados Unidos, reforzó los procedimientos para combatir el tráfico ilícito de este tipo de bienes, acicate para la rapiña cuando la coyuntura resulta favorable.
Actualizado: GuardarSin embargo, la garantía de no agresión es difícil de obtener en contextos bélicos. Para favorecer su cuidado, se creó hace doce años el Comité Internacional del Escudo Azul (ICBS), un organismo que a la manera de las ONG de ayuda humanitaria establece medidas de emergencia ante catástrofes naturales o brotes de violencia. Entre sus cometidos, se halla el envío de equipos para evaluar daños y establecer fórmulas de cara a proteger el patrimonio amenazado.
A esta organización, formada por voluntarios, se ha sumado otra entidad similar como es el Centro Internacional de Estudios de Conservación y Restauración de Bienes Culturales (Iccrom) o el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos), organismo consultivo de la Unesco, la agencia de Naciones Unidas que ha protagonizado las últimas grandes operaciones de auxilio y que cuenta con una lista de patrimonio mundial especialmente relevante. El Icomos elabora un informe anual sobre los emplazamientos en condiciones más preocupantes con el objeto de poner en marcha políticas de protección, una iniciativa similar a la emprendida por el Foro Mundial de los Monumentos, otra organización que publica cada dos años los cien enclaves más deteriorados del planeta.
Además, en los últimos años, otras ONG, generalmente gremiales, y centros culturales como el Louvre o el Museo Británico han apoyado en la dotación material a galerías deterioradas y han fomentado la capacitación de su personal. A ese respecto, su labor ha sido especialmente relevante en situaciones tan extremas como los museos nacionales de Kabul o Bagdad.
