MAR ADENTRO

Bienvenidos al limbo

Siguen llegando sin pararse a pensar en el calor que hace ni considerar siquiera que el medallero de España en atletismo deja mucho que desear. Las gomas hinchables, antes de desembarcar en Tarifa o en Camposoto, se cruzan en el Estrecho de Gibraltar con los cruceros mientras quizá los turistas ociosos les fotografían con sus megapixels digitales mientras ellos sueñan en que más temprano que tarde serán pasajeros de los trasatlánticos del éxito e impresionarán con sus cámaras hambrunas, macroepidemias, tiranías, desde el relativo confort del jacuzzi de la cubierta.

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Los desheredados del mundo, desunidos, continúan arribando a España sin guardar el más mínimo recelo a las directivas de retorno, a la Europa de los precarios y a la de las sesenta y tantas horas de trabajo. Como no escuchan la Cope, ignoran que este país se rompe y que las comunidades y el estado central rinden homenaje a las navajas albaceteñas en el modelo de financiación autonómica: hay financiación, hay autonomías, hay estado, hasta hay tres comidas diarias y un mar de bares empetados -»tres cruzcampo light, una de chocos y dos medias de langostinos, ¿oido cocina!»-, frente a selvas que arden, sabanas que agonizan, niños con vientres hinchados a punto de convertirse en un poster de la FAO.

La Unión Europea tendría que hacer algo urgentemente para que leyeran más Le Monde o el Frankfurter Allemeigne en los suburbios de Dakar o en las masacres de Darfur: ¿cómo tienen ganas de venirse a vivir a la Europa de Berlusconi y de Sarkozy, en donde hasta el Papa denuncia que aumenta el racismo porque quizá esa circunstancia pueda perjudicar la próxima campaña de limosnas en las huchas del Domund? No se han enterado, seguro que no se han enterado que están arriesgando su vida para ser esclavos de nuevo cuño, en trabajos que ya no quiere nadie sensato, con los sindicatos volviéndoles la espalda y los patronos retrasando sus relojes dos siglos y pico, rumbo a aquel tiempo feliz cuando no existían los puños en alto, Carlos Marx ni leches.

Siguen viniendo, los jodidos siguen viniendo: negros como su esperanza, morenos como la miseria, sin reparar que en otoño se cumplirán 20 años de muertes en este mismo mar muerto. Deberíamos mandarles a la Armada para que les explicaran que entramos en una crisis severa, que la recesión acecha a un paso del calendario, que suben los tomates y nadie vende una casa, que baja el crudo pero no los precios de las gasolineras. Quizá ellos contesten con los espejismos habituales: que ellos están en crisis desde que nuestros antepasados les expoliaban, que llevan 20 siglos de matanzas, que sus países son ricos en yacimientos pero que los administran cuatro granujas y ellos no tienen fuerzas ni ganas para derrocarles y para que Washington, Al Qaeda o Moscú coloquen a nuevos peleles en sus tronos.

Habrá que avisarles de lo que se les viene encima: suburbios y varias generaciones marcadas con el estigma de la inmigración; plebeyos en un mundo de patricios; últimos escalones de una pirámide social que cada vez recuerda más a la del antiguo régimen. Pero será inútil: ellos vienen huyendo del infierno, así que dudo mucho de que les de miedo este continente gris y soso como una democracia, eso que sus voceros llaman estado del bienestar pero quizá, lejos todavía de cualquier cielo, tan sólo merezca el modesto calificativo de limbo. Bienvenidos, hijos de todas las pesadillas mundiales, a la rutina de los sueños cotidianos.