Artículos

Raros

Uno ha pertenecido siempre a esa rara especie que nunca acaba de encajar del todo en el patrón de una ideología o un partido. Uno se esfuerza y de verdad que le gustaría sentir que por fin pertenece a un grupo. Y a veces tiene hasta la ilusión de que lo consigue. Pero de pronto la caga. Siempre acaba soltando un inconveniente, una observación que se sale del guión, un detalle inquietante, algo que no acaba de gustar a quien ya le tenía por alguien de su bando. A uno le están hablando de políticas sociales, de acabar con los contratos basura, de libertad, solidaridad, igualdad... y uno asiente. Hasta que tu interlocutor te habla en serio del Ministerio de la Igualdad o de Pepiño. En ese instante te sale una carcajada y termina la conversación.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

A uno alguien le habla después del hiriente caso del etarra De Juana, de que no se le debe hacer la menor concesión al terrorismo... y uno también asiente. Hasta que la persona que me habla de ese asunto me intenta comer el coco y se anima a meter en el mismo saco de la lucha antiterrorista «la defensa de la familia y de los valores cristianos»; hasta que me empieza a explicar con un oportunismo repulsivo que «la negociación con ETA es el resultado de un relativismo moral que empieza por aceptar el matrimonio gay, la enseñanza laica y el sexo sin amor». Es en ese momento en el que le explico que los integristas católicos no se pueden apuntar el tanto de la lucha contra ETA, porque nunca se ha podido contar con ellos, siempre han ido a lo suyo y han dividido a los que estábamos unidos.

Uno es de esa rara gente capaz de releer con emoción los Evangelios y de reconocerse a la vez en aquel personaje barojiano de La lucha por la vida que, cuando está agonizando, le suplica a su hermano que impida que se le acerque un cura porque desea «morir en paz». Uno es de esos ciudadanos a los que les gustaría que en España hubiese una derecha por fin liberal y una izquierda que no traicione a las víctimas del terrorismo para poder así elegir, pragmáticamente, entre dos o más opciones. Uno sabe que los que somos de ese modo pertenecemos a una especie muy rara, porque cada vez tenemos menos sitio en el espacio público... y, sin embargo, somos la inmensa mayoría de los españoles.