CRÍTICA DE TV

Pavos

Asómense a la curva de Sofres, el medidor de las audiencias, y verán cómo la caída del consumo televisivo en agosto supera cualquier gráfico sobre la crisis o la marcha de la Bolsa. No hay quien pueda con la playa. Los ojos le dan la espalda al televisor.

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En agosto, desenchufamos. Sólo los Juegos Olímpicos permiten levantar algún pico. Tele 5, la reina del share, levanta el pie del acelerador de la programación a fin de no incurrir en gastos para producir algo que muy pocos ven. No es que agosto marque el menor consumo del año, sino que realmente la curva se hace una recta plana. Con tan escasa clientela, lo paradójico es que la tele continúe llena de anuncios. Su ración de doce minutos a la hora, o más. Con la programación hecha a remiendos, el universo catódico parece contagiado de la fiebre YouTube: los anuncios como transliteración de los vídeos cortitos, graciosos y resultones. En 20 segundos, contemplamos atónitos cómo el colesterol se deshace igual que la suciedad de una cañería gracias a la ocurrencia gráfica de un creativo publicitario. Nos dejan ver la lejana playa a ritmo de jingle con tinto de verano. Hasta los pingüinos vuelan y se vuelven rosas para refrescarnos. A lo que hay que añadir el sinfín de tonos, politonos y otras gracias vía sms.

Mi favorito de este verano es el anuncio de los pavos. Pensé que se trataba de un calentón febril de la siesta cuando vi aparecer todos esos pavos, rescatados de un Nodo franquista o de una secuencia berlanguiana. No era un sueño, era una piara de pavos parlanchines. Los pavos nos anuncian un coche baratito, con precio ideal para tiempos de crisis. El fácil corolario es que nos veamos reflejados en la manada, comprando como tontos cosas caras. Todos dejándose las plumas en un gasto inútil. Los pavos de los pisos caros, los pavos de la gasolina astronómica, los pavos de la ropa de marca... Los pavos de la crisis que no fue y no se acabará. No seas pavo, por favor. Y desolado de contar pavos, entiendo que la verdadera programación del verano son los anuncios, mientras los programas siguen cantando y bailando vanidades al son de una crisis que nunca existirá.