REFERENCIA. Planinic (a la izquierda) abraza a su compañero en la selección Rozic. / AP
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Un torero de pellizco

Planinic, el base croata que deja Vitoria para ir al CSKA, alterna carencias en la dirección del equipo con una elegancia exquisita

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Yugoslavia saltó en cinco pedazos progresivos, seis tras la independencia última de Montenegro, porque mantener un país de etnias diversas y religiones distintas es mear contra el viento. Aquella unión política que Tito trató de preservar con loctite severo no sólo era un intento de juntar nacionalidades-estanco marcadas por la fe (los serbios, ortodoxos; los croatas, católicos; los bosnios, musulmanes). Muchas ciudades, además, albergaban bajo su paraguas municipal diferentes distritos. Por ejemplo, Mostar, la localidad bosnia donde nació el 12 de septiembre de 1982 Zoran Planinic, rival mañana de la selección española. De familia católica, el ex base-escolta del TAU, vivía desde chico en un barrio de mayoría croata, la nacionalidad que desvela su pasaporte.

Zoran era un crío de apenas diez años cuando la gente más perjudicada por la guerra intentaba desviar la vista de tanta destrucción fabricada por el odio. Planinic se formó para el baloncesto en su verdadero país, Croacia, en la prestigiosa cantera del Cibona. Hace siete años, durante el torneo que la entonces novísima Euroliga organizó en Liubliana, el protagonista asombró por ese pellizco que acaricia a los toreros con la muleta hecha de alma.

Rara vez se había visto a un base de dos metros manejar los ataques con tanta elegancia. Dos temporadas más tarde atendió la llamada de la NBA para enrolarse en un destino equivocado. A la sombra infinita de un Jason Kidd aún espléndido, no el actual base ya en declive, Planinic memorizó cada detalle del banquillo de New Jersey Nets. Llegó el verano de 2006 y, con él, el reclutamiento de Josean Querejeta. El Baskonia y Zoran firmaron un pacto de tres años, que realmente se ha ceñido a dos. Planinic se quedó el primero de ellos bastante lejos de unas expectativas infladas. El tiempo demuestra de manera terca que es mejor fichar a un jugador con minutos de calidad en Europa que traer a alguien sin participación alguna en la NBA, donde apenas se entrena. Durante la segunda temporada, Planinic ha alternado tardes de sombra con detalles majestuosos.

Indefinible en la pista, base en cuerpo longitudinal de alero, ha desvelado sus carencias para guiar el juego colectivo. A cambio, ha alegrado la vista con su soberbia interpretación del uno contra uno, las ventajas que se cobra en el poste bajo y algunos pases para ilustrar un cartel de toros. En la línea de Curro Romero antes o Morante de La Puebla ahora, merece la pena pagar la entrada para poder decir 'yo estuve allí' si llega el milagro. El hincha de su equipo no lo quiere como base, pero lo adora en la pista junto a un verdadero director de juego.

Dudar de su calidad es discutirle a Galileo la redondez de la tierra. Si no, de qué iba a pagar 800.000 euros el potentado CSKA al Baskonia a cambio de liberar su última campaña de contrato. Y nada menos que para sustituir a Papaloukas, el pendenciero base griego de dos metros que ha gobernado el baloncesto europeo antes de su actual recesión con esa capacidad que tienen muy pocos de prevenir las dos o tres jugadas siguientes.

La selección croata anuncia con la boca pequeña que Planinic, ausente ayer por lesión o tal vez por precaución, quizá no juegue contra España. Si tienen entrada para el partido no la devuelvan. Lo mismo Zoran se abre de capa y arma la tremolina. O no. Con los artistas nunca se sabe.