EN CASA. El diestro portuense abrió la Puerta Grande gracias a las dos orejas que cortó. / F. JIMÉNEZ
Toros

El valor de Morilla

La corrida de Gavira fue sustituida por una de Camacho con la que el gaditano salió a hombros, Talavante corta una oreja y Caro Gil se va de vacío

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El festejo que cerraba temporada en El Puerto presentó la sorpresa de que el ganado anunciado de Gavira había sido rechadado por el equipo veterinario en el reconocimiento matinal. En su lugar, desde los campos asidonenses, se embarcó una corrida de María del Carmen Camacho que lució una presentación irreprochable. Más que digna para una plaza como la portuense, tan maltratada en este aspecto ganadero. Toros largos y cuajados, sus estampas evocaban al prototipo de su procedencia Núñez: enmorillados, de extremidades finas y cortas, un punto badanudos, mayor desarrollo de los cuartos delanteros, lomos curvilíneos y encornaduras astifinas, proporcionadas y serias.

Un tipo de toro de de lidia que tantos triunfos generó y que tanto abundó en los ruedos en décadas pasadas. Sangre brava que ha ido diluyéndose con el tiempo pero que aún mantiene esa casta ancestral con la que siguen triunfando los toreros. Éste fue el caso de Alejandro Morilla, que se encontró con un animal de embestida corta y violenta en el primer tercio. Muleta en mano del gaditano, el toro tardeaba pero que cuando se arrancaba, repetía con vibración y contenido. Se descaró con él Alejandro en cites con distancia y ligó tandas de derechazos que poseyeron temple, limpieza y enjundia. Realizó un verdadero derroche de valor y buen gusto en dos series de naturales postreros en los que el viaje de la res había menguado mucho en su recorrido.

Dos circulares invertidos y una tanda más de naturales constituyeron el preámbulo a una gran estocada. Feliz actuación que tuvo su prolongación en el cuarto, toro que se comportó como un inválido en los primeros tercios. Antes de tomar la pañosa, Morilla ya había cortado el aire de la plaza con un reunidísimo quite por chicuelinas, que resultaron escalofriantes por su extremo ceñimiento. Con evidente deterioro en los cuartos traseros, el de Camacho presentaba una acometida breve e incómoda. Alejandro Morilla no dudó en arriesgar y en meterse en el terreno del toro para exprimir hasta el último pase que el toro concediera. La faena del joven torero desbordó pundonor, arrebato y decisión, pero no pudo distinguirse por su limpieza ni por su deseada brillantez artística debido a las pésimas condiciones del astado. Manoletinas ajustadas pusieron broche a una valerosa labor, rubricada con una estocada algo desprendida.

El segundo de la suelta fue protestado por el público ante las evidentes dificultades en la tracción que presentaba. No se decidió Talavante a bajarle la mano para que el toro no se desplomara por lo que su trasteo resultó demasiado desangelado y frío. Siempre al hilo del pitón, dio la sensación de no tener muchas ganas de esfuezos ni sobresaltos frente a un enemigo noble que no planteó excesivas dificultades. El quinto fue un ejemplar de armónico trapío e impresionante arboladura, que pronto proclamaría su mansedumbre, pero que desplegó nobleza, recorrido y repetición en sus embestidas. El toro que presentó las mejores condiciones para el lucimiento de todo el encierro y con el que el pacense escuchó sus primeros aplausos de la tarde tras un ajustado quite por gaoneras. El trasteo de muleta consistió en una intermitencia de exquisiteces, en el que a muletazos profundos y pulcros le sucedían enganchones y desacoples. Con el ejemplar ya rajado en tablas, derrochó gusto en unos relajados pases por alto que pusieron en pie a parte del público. Manoletinas y bernardinas de milimétrica reunión acabaron por entregar de forma unánime a los tendidos.

Una eclosión de brillantez, un singular aroma de estilista capotero dejaron las mecidas verónicas con las que Caro Gil recibió a su primero. Desusada excelsitud que tuvo continuidad en el airoso y elegante galleo por chicuelinas para llevar el toro al caballo. Pero ahí concluyó todo el repertorio artístico que el jerezano desplegó en el ruedo. Con el huidizo tercero y con el incierto sexto no se encontró a gusto el joven espada y arrojó con premura la toalla de su empeño. Esfuerzo que sí derrochó Alejandro Morilla, que salió a hombros con todo merecimiento en la tarde de su oportunidad.