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In memoriam

A la vida le pasa lo que a las películas buenas, que por mucho que sepamos lo que ocurre al final, cuando llega nos sobrecoge.

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Es lo que tiene la vivir, que en la última escena te mueres, y por mucho empeño que hayamos puesto en que hac lacrimarum valle sea lo más parecido a un parque temático, termina uno por darse cuenta de que se van muchos más de los que llegan. Porque es ese uno de los indicadores más ciertos de que nos vamos haciendo mayores, justo el momento en el que empezamos a contar más amigos en el otro barrio que en este, justo el momento en el que nos enteramos de más muertes que de nacimientos.

Este verano se ha empeñado en señalar muchos días del calendario con noticias tristes, con nombres de personas para los que el game over ha dejado de ser una posibilidad, con muertes repentinas que no se esperaban -bendita ignorancia la que nos hace creer en la inmortalidad-, a estas alturas.

Antonio Martín era un implacable lector de LA VOZ. Abandonando sus costumbres, fue el primero en darse cuenta y en advertir que el tamaño reducido de sus letras podía restarle audiencia al periódico y a pesar de eso, seducido al principio por copas, cajas, y tenedores, se convirtió en uno de esos lectores que todos querríamos tener. De los que te dicen lo que no les gusta, pero que siguen fieles miércoles tras miércoles a tus comentarios.

A Antonio Martín se le acabó la partida la semana pasada, antes de haber sacado todas las cartas. Simplemente se fue sin que los suyos pudieran despedirse. Pero esté donde esté, hoy teníamos una cita. Y por él, y por Victoria, yo no podía faltar. Descanse en paz.