Opinion

Una política marginal

Los que, alegando razones de realpolitik, explicaban la reciente visita del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, como un juicioso movimiento diplomático del Gobierno, no han tenido que esperar mucho para ver desmentidas las expectativas depositadas en el apaciguamiento del caudillo caribeño después del episodio del «¿por qué no te callas?».

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La nacionalización de la filial del Banco Santander por parte de Chávez, con el veto previo y arbitrario a una operación de venta del banco a otra entidad privada venezolana, ha sido una medida adoptada con la arrogancia populista típica del aló, presidente que contiene un mensaje de inequívoca desconsideración hacia las relaciones bilaterales y el esfuerzo -ciertamente sobreactuado- de los anfitriones de Chávez en España para cerrar el episodio de la cumbre iberoamericana de Santiago de Chile.

Chávez, sin embargo, no es más que un síntoma -cualificado, pero síntoma al fin y al cabo- de los tumbos que la política exterior española sigue dando, y en el sentido más literal de la expresión. Parecía que después de una primera legislatura que Rodríguez Zapatero pasó recreándose en la crisis con Estados Unidos, el segundo mandato socialista recuperaría la política exterior para las prioridades del Gobierno con objetivos más claramente definidos y más inversión de trabajo político por parte del presidente. El alejamiento de posiciones extravagantes y las enseñanzas de los cuatro años anteriores completarían -así se esperaba- una rectificación que también en política exterior era necesaria.

Pues bien, todo indica que habrá que esperar si es que aún quedaran esperanzas de que el Gobierno socialista pueda salir de los terrenos marginales en los que sigue moviéndose cuando se trata de pensar y actuar en el ámbito internacional. El enfrentamiento con la Administración Bush no ha situado a nuestro país en una mejor posición ante la redefinición de la relación transatlántica que se planteará después de las elecciones presidenciales en Estados Unidos sea quien sea el ganador. La exclusión de España en la gira electoral de Barack Obama es un claro indicio en ese sentido. Tampoco la pueril autoproclamación como los primeros en Europa al ratificar el difunto Tratado constitucional de la Unión Europa ha asegurado un papel central en las decisiones de Bruselas. Bien al contrario, la pasmosa renuncia a negociar seriamente el futuro de los fondos comunitarios -¿sería ahora tan generoso el Gobierno?- con el único objetivo de evitar cualquier rastro de enfrentamiento con los socios de la Unión, el abandono de cualquier pretensión protagonista en la política mediterránea de la UE de la que Sarkozy se ha convertido en dueño y señor como si nuestros intereses fueran siempre coincidentes, la exclusión de nuestro país del núcleo de diálogo sobre la crisis económica formado por los grandes de la Unión constituyen algunas de la etapas del proceso de centrifugación de España de los principales ámbitos de decisión internacional que más directamente nos afectan.

Estas carencias cruciales derivadas de la falta de un modelo coherente de política exterior han querido ser compensadas por el Gobierno con el desarrollo de un conjunto de acciones en el exterior que, aderezadas con la retórica pretenciosa tan del gusto de Rodríguez Zapatero, han convertido esa vertiente de la actuación del Gobierno en un instrumento más para consumo interno. A ello responde una iniciativa tan engañosa y estéril como la de la Alianza de Civilizaciones, o la insistencia en el esfuerzo de cooperación internacional que, aun siendo una loable dedicación de recursos, debería ser analizado en cuanto a la eficacia y el destino de ese dinero. Es cierto que España se ha convertido en lo que en términos deportivos sería un patrocinador oficial de la ONU. Las continuas donaciones a las más diversas iniciativas aseguran al Gobierno la disponibilidad del secretario general de la organización, siempre necesitada de dinero y bajo continua y fundada sospecha sobre su capacidad para administrarlo correctamente. Pero por gratificantes que sean las fotos con Ban-Ki Moon, como antes con Kofi Annan, las relaciones públicas no agotan la política exterior.