MAR DE LEVA

La patata caliente

Palabrita del Niño Jesús: yo no quería volver a hablar este verano del mismo tema de todos los veranos. O sea, el tema que nos vuelve cada agosto como un sueño recurrente, como una pesadilla provocada por la destemplanza, que siempre dicen que es peor que la fiebre. El tema que recorre la ciudad como el fantasma del padre de Hamlet señalando con el dedo la conciencia culpable de los gaditanos. O sea, las barbacoas. O el Botellón Carranza, como ya le llaman.

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Uno creía que ya estaba todo dicho, que las posturas estaban más o menos claras precisamente porque no están nunca nada claras, que hay una conciencia ciudadana que cada vez se opone más a este desaguisado ecológico y cutrural (ha leído usted bien, señor, cutrular, de cutre), y que a pesar de todo lo que se dice, se escribe y se opina, a pesar de las firmas que se recogen y que se ignoran, era una guerra perdida que continuará hasta que la cosa se vaya apagando poquito a poco y se olvide, que es lo que parece que viene pasando en los últimos años, donde cada vez hay menos gente haciendo el cafre en la orilla.

Pero no, qué va. Es imposible evitar el tema. Si el año pasado asistimos a un rifirrafe que no llegó a hacer sangre entre el Ayuntamiento y Costas, donde al final ninguno de los dos quiso mojarse, y donde se acabó por pedir que el personal llevara los tupperwares a la playa para no quemar carbón y dejarlo todo hecho un asquito, este año tenemos la polémica con RENFE. Se le pide a RENFE que no ponga más trenes de la cuenta para la fiesta, y RENFE dice que la cosa está muy chunga, que hay que nivelar la balanza de pagos y que un superávit de billetes no es para tomarlo a guasa. Tiene mandanga que haya que darle la razón a RENFE en esta historia, aunque me gusten menos las barbacoas que un pellizco en un ojo.

Pero es lo que hay. Y lo que hay es, y lo sabemos todos, un festejo artificial que ha crecido de manera desorbitada, de manera artificial, y que todo el mundo con dos dedos de frente quisiera quitarse de en medio. Tenemos una ciudad dormida y tan aletargada en tantos aspectos (hagan ustedes la cuenta) que quitar un día de matraca y borrachera donde, además, lo que queda claro es que hay más foráneos desfogando en la arena que gaditanos caminando por el Paseo Marítmo, que tomar esa medida impopular se olvidaría a las dos semanas.

Y eso es lo que no se quiere hacer. Por miedo a perder votos, posiblemente, aunque lo mismo se ganarían votos por otro lado. Amagar y no dar. Pasar la patata caliente y rezar al cielo para que no venga gente en tren, cuando antes se ha pretendido pasar a la efímera historia de los récords Guinness con el campamento de refugiados-de-ocio más grande del mundo. Demencial. No se puede, además, plantear esa decisión a menos de dos semanas del evento: parece, una vez más, que vivimos improvisando nuestros veranos.

No quiero ni imaginarme que, dentro de ocho años (pongamos ocho años, por los retrasos de las obras) se decida bloquear los puentes de acceso a la ciudad para que la gente no entre en días de fiesta. ¿Usted es de Cádiz? Abre la muralla. ¿Usted es de Rota? Pa casa. Los atascos de tres horas a la entrada y salida de Gibraltar, por la huelga de celo de la poli, serán una nadería comparados con los findes de barbacoa.

Lo que nos faltaba: si la mala gestión de la derrota futbolística nos puede llevar, y ya hablaremos de eso cuando empiece la liga, a enfrentarnos con las otras poblaciones de la provincia por ese catetismo futbolero que nos domina a todos, y ya se empieza a ver que dejamos de ser el equipo simpático que antes éramos ante quienes podrían verse perjudicados por la decisión judicial que parece que de todas formas no se producirá, ahora nos enfrentamos al riesgo de que el resto de la provincia (íbamos a ser una ciudad que se llamaría Bahía, ¿recuerdan?) se sienta justificadamente herida en su orgullo porque se les considera personas non gratas en todo esto de la playa. Que tampoco es de los gaditanos, por cierto, aunque solo saquemos pecho a la hora de defenderla después de que nos la hayamos cargado.