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La medalla 100 es de bronce

José Luis Abajo aguantó hasta el último suspiro, «a vida o muerte», y logró el primer metal de la historia para la esgrima española

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«Tenía que ser a vida o muerte». Lo dice el segundo medallista español de estos Juegos, el madrileño José Luis Abajo (30 años). Bronce en esgrima. En duelo con el húngaro Gabor Boczkko. Con la medalla número cien del olimpismo español en juego. Con empate a siete 'tocados' y el cronómetro al borde de la bocina. «Que venga a por mí, que le espero». La igualada le valía a Abajo. La urgencia le pudo al húngaro. Tocado. La estocada perfecta del esgrima español, la primera medalla que se logra con la espada. Tanto tiempo de espera para el único deporte del programa olímpico que nació en España, país de capa y espada. El viejo sonido de escaramuza que escalofriaba las calles de la Castilla empedrada. El tirador madrileño, alto, rápido y brusco, enredó a su rival. Como cuando la espada no era un deporte: sólo cuestión de vida a muerte. A un tocado. Al pecho. Y no salió sangre, sino bronce.

Media hora antes de la final, Abajo había entrado al vestuario arrastrando hasta el apellido. El italiano Matteo Tagliariol, el nuevo talento del esgrima, vencedor del torneo olímpico, le había noqueado. Tagliarol es de guardia alta, de muñeca eléctrica. Dibuja garabatos cortantes en el aire a la velocidad del parpadeo. Abajo es otra cosa: bravo. El arrojo. Sin miedo a la espada contraria. Empezó ganando esa semifinal y la acabó perdiendo. La espada es la modalidad más táctica de la esgrima. Una especie de ajedrez mezclado con las artes marciales. El italiano dio jaque mate: 15 tocados a 12. En la otra semifinal, el francés Jeannet -plata al final- acabó con Boczko. Abajo entró laminado al vestuario. Nunca antes había podido batir al húngaro, su retador en la lucha que le quedaba, la del bronce. En la novela de Pérez Reverte 'El maestro de esgrima', Jaime de Astarloa, el viejo caballero, ve cómo su mundo se acaba. Los jóvenes se alejan de la esgrima, de sus códigos. Y con la esgrima se va el honor. A Abajo le esperaban en el vestuario su maestro, Ángel Fernández, y Charo, su doctora. Honor le sobra. «Es demasiado valiente», dice su preparador. «Y a veces eso le pierde». Sangre caliente. Espadachín. Los dos, Ángel y Charo, recurrieron al orgullo. Le hablaron de Lucía, su bebé de cuatro meses. «No puedes volver sin esa medalla para ella», le azuzaron. Bofetada para despertarle. Guante. Reto. «Me dijeron también que una oportunidad así no vuelve». El gran duelo. Agarró su música y la incrustó en su cabeza: el tema 'Lo bueno que es perdonar', de Gilberto Silva. Lo escuchó una y otra vez. Para emocionarse a solas. Así subió a la pedana donde esperaba el húngaro.

Los tiradores dicen que están 'eléctricos' cuando su trajes blancos de Kevlar están conectados al monitor. Así se detectan los tocados. Abajo apareció con el voltaje anímico a tope. Punta y talón al dar el paso. De perfil, para quitarle diana al rival. Espada en mano. Como conoció a su padre, militar y esgrimista. Código de honor. Dicen que la esgrima es fácil: tocar y que no te toquen. Para redondear esa frase, los tiradores pasan años delante de un espejo. Danzando. El duelo ante Boczko arrancó mal: 0-2 para el húngaro, la vieja escuela europea. Sudaban bajo la rejilla negra impermeable a las estocadas. Sin sangre; sólo gotas de sal. Abajo echó hacia delante: 3-3. Y luego 6-6 y 7-7. Se acababa el tiempo. Antes de cada combate, por sorteo, se decide a quién beneficia el empate. El azar había apostado por Abajo. Al húngaro sólo le quedaba buscar la última estocada. Como a Jaime de Astarloa, el maestro que vivió siempre tras ese golpe perfecto. «Gabor quería forzar mi error». Lo notaba. Usó la táctica, el ajedrez. Esquivó. Y cuando, ya al borde del final, el húngaro se lanzó, Abajo sacó su mano. Una filigrana. Instintiva. «Ni sé lo que he hecho».