COGIDA. El primero de la tarde empitona a José Tomás en la axila en una cornada grave que lo mantiene ingresado. / M. GÓMEZ
Cultura

La 'corrida del siglo' se salda con decepción en los tendidos y Tomás grave

El diestro resultó cogido en su primero y lidió con dos cornadas a sus tres toros de la ásperos y complicados toros de Núñez del Cuvillo

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Llegó por fin la tarde mágica tan esperada, esa por la que la vetusta plaza de El Puerto se convertiría durante una jornada en la gran catedral mundial del toreo. Una muchedumbre lo envolvía todo, una marea humana proveniente de todas las latitudes se agolpaba, expectante y circunspecta, como en peregrinación en torno al coso. Transcurrían los segundos lentísimos, de zozobra, hasta que ardieron las siete en punto de la tarde en el cenit del reloj. Y las notas punzantes de los clarines anunciaron que el festejo más esperado iba a comenzar. El sol de agosto quemaba las tejas mientras hacían el paseíllo, mano a mano, cairel frente a cairel, mito contra mito, dos toreros colosales. Dos diestros iluminados por una estela brillante que los acompaña, la poderosa estela de una incondicional feligresía.

Saltó el primer toro al ruedo y un atronador silencio envolvió toda la plaza, sólo roto con aplausos cuando José Tomás paró su huidiza embestida al recogerlo de capa. Silencio que se tornó en olés sonoros y rotundos al dibujar chicuelinas de escalofriante ceñimiento, rematadas con revolera. Franela en mano y tras unos pases por bajo flexionando la pierna contraria, sonó rotundo, vertical y dramático, el majestuoso pasodoble Manolete. Inmejorable marco musical para un cuadro excelso. Pero no fue este el caso, pues la faena, aunque los derechazos se sucedieron a veces ligados y limpios, careció de la vibración y de la emoción que no tuvo el toro. En un descuido, José Tomás se descubrió y resultó cogido con violencia y sin aparentes consecuencias. Luego nos enteraríamos que llevaba dos cornadas graves, una en el glúteo y otra en la axila. Por desgracia esta iba a constituir la tónica de la corrida, toros con movilidad pero sin entrega, que desarrollaron violencia y aspereza y que no regalaron más de tres embestidas francas seguidas. Así fue el primero de Morante, brusco y descastado, con acometida corta e incierta, al que el torero plantó cara con decisión y valor por el pitón izquierdo. Y hasta plasmó tandas de naturales de enorme mérito por su emotividad y exposición.

Rehén de su propio mito, José Tomás está condenado a triunfar todas las tardes. Tal vez este sea el verdadero dramatismo de su figura, la clave de los cites imposibles y de las geometrías arrebatadas. Lo que tanto asusta los públicos y que tantos incondicionales le ha reportado. Mas nada de eso se pudo ver ayer. Sus enemigos presentaron dificultades, como el agresivo y rebrincado tercero, toro serio de estampa y de comportamiento, que recibió dos varas en regla y no paró de embestir durante toda la lidia. Ante él, un quite de espeluznante reunión por gaoneras y unos naturales aclamados que no tuvieron continuidad, fue todo el bagaje artístico del de Galapagar. Labor decidida ante un toro nada fácil que evidenció un peligro palpable por el pitón derecho y que enganchó en numerosas ocasiones el engaño emborronando en exceso las series. Con el quinto, un precioso ejemplar piel de melocotón, intentó con denuedo el lucimiento que durante toda la tarde se le había negado. Pero fue también un toro incierto que se colaba ya en los lances de recibo y que deslució con sucesivos enganchones y desarmes un fallido quite por verónicas. Inició el trasteo con estatuarios de ajustadísimo ceñimiento, en los que demostró su acreditado estoicismo y valor, y prosiguió con tandas de redondos en los que tiraba del toro y, por momentos, ligaba y hasta templaba sus embestidas. Pero el animal, brusco y con genio, lanzaba permanentes gañafones y cabezazos que impidieron a Tomás hilvanar faena. Cierto es que no encontró colaborador adecuado para el triunfo la máxima figura de la torería, pero también es cierto que se le vio un tanto desanimado y sin la intensidad abrasadora de esos cites cruzados y de ese arrebato y hondura tan propios de su toreo. Tal vez, el menoscabo en sus facultades por las dos cornadas con las que ejecutó toda su labor, influyera en esa posible aflicción, heridas que no fueron advertidas en la plaza y que pasaron desapercibidas por los espectadores.

Se gustó Morante de la Puebla en las verónicas de recibo al cuarto, que fueron muy jaleadas por un público deseoso de aplaudir. Y tuvo ocasión de hacerlo en reconocimiento a los bellos ayudados a dos manos con los que Morante inició el trasteo y con los muletazos plenos de plasticidad y limpieza con los que prosiguió su labor. Fueron estos los efímeros pasajes más notables del festejo, pues el toro se rajó pronto y buscó con descaro las tablas. Con el áspero y ofensivo sexto, pródigo en miradas y derrotes, sólo pudo destacar en un quite por chicuelinas y una airosa media en la que meció con suavidad la capa hasta arremangarla en su cintura. Incrédulas y decepcionadas retornaban las masas de la romería esperada, sin aclamar a sus ídolos.