Opinion

Desafío Olímpico

Los Juegos Olímpicos se proyectan cada cuatro años como una oportunidad excepcional para realzar el valor competitivo del deporte y principios tan preciados como la recompensa del esfuerzo personal, la satisfacción del trabajo en equipo o el hermanamiento pacífico entre los pueblos. La cita olímpica se ha convertido seguramente en el espectáculo que mejor representa la potencialidades de un mundo global, en el que la exhaustiva planificación y la búsqueda de rentabilidades materiales han difuminado el romanticismo asociado a los Juegos. Pero ni su paulatina profesionalización, ni la imprescindible maquinaria que los sustenta impiden apreciarlos como lo que siguen siendo, una fiesta colectiva que premia la entrega de los deportistas, su talento y el modo en que éste refleja lo mejor del espíritu olímpico. De aquí que todos y cada uno de los 11.000 atletas que pelearán por el podio de honor en China volverán a tener ante sí el reto desnudo de cumplir o no con sus expectativas y las del equipo al que pertenecen. Este desafío ha adquirido en esta ocasión un significado especial para los casi 300 miembros de la delegación española, de los que se espera un nivel competitivo acorde al vigor que está exhibiendo el deporte en nuestro país.

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Los recursos humanos y económicos que moviliza cualquier convocatoria olímpica se han desbordado en China, cuyas autoridades pretenden presentar sus credenciales ante el mundo como una gran potencia capaz de organizar un evento de esta envergadura y garantizar su seguridad ante amenazas como la del terrorismo. Los medios desplegados auguran unos Juegos brillantes. Pero su vistosidad no bastará para acallar ni las críticas contra la vulneración de derechos humanos en el país, que ha provocado uno de los recorridos más accidentados de la antorcha olímpica, ni el cuestionamiento que ha suscitado la concesión de los Juegos a un Estado regido por un autoritario régimen que impide y persigue la disidencia. Las restricciones a la labor informativa de los periodistas, el control de las comunicaciones y la evidencia de que el Gobierno de Pekín ha incidido en algunas de sus posiciones más antidemocráticas constatan la incapacidad de la comunidad internacional para articular una fórmula de presión más efectiva en la defensa de las libertades en el país, que preservara, al tiempo, la aspiración de los atletas de ver realizado su sueño de competir en los Juegos. El COI y comités nacionales como el español han justificado el silencio impuesto a los deportistas para que no se pronuncien sobre controversias políticas en las cortapisas que establece la propia Carta Olímpica a la expresión de ese tipo de opiniones para evitar conflictos indeseados. Pero convendría no olvidar que ese mismo documento consagra el olimpismo como una filosofía de vida incompatible con la falta de respeto a los principios éticos más elementales.