Editorial

El reto es prevenir

El inicio en México de la XVII Conferencia Mundial sobre el SIDA ha centrado de nuevo la atención en la pandemia, cuya transformación en una enfermedad crónica en los países desarrollados y los avances logrados en los más desfavorecidos pueden llevar a minusvalorar la gravedad de un mal que afecta a 33 millones de personas en todo el planeta. El reciente informe de ONUSIDA, el programa específico de Naciones Unidas, ha confirmado un esperanzador estancamiento en la propagación del virus y la reducción, por primera vez, de los fallecimientos que provoca cada año hasta los dos millones de personas. Los progresos en la prevención y en los tratamientos médicos y sanitarios caminan parejos a los éxitos en la investigación científica, a la multiplicación desde 2001 de los compromisos financieros destinados a la lucha contra la epidemia en los estados con menos recursos y también a una mayor concienciación sobre las devastadoras consecuencias de la infección. Pero el drama colectivo que supone una mortalidad tan notable, unido a la aparición de relevantes focos de contagio en gigantes como China o Rusia y a la conversión del SIDA en un factor de desigualdad social y geográfica, obligan a perfeccionar no sólo los mecanismos de respuesta frente al contagio, sino, sobre todo, los que puedan evitarlo.

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Resulta sintomático que al tiempo que se contiene en áreas del África subsahariana, donde se concentra el 72% de la mortalidad mundial, la pandemia se esté extendiendo en sociedades en las que el desarrollo económico propicia una liberalización de las costumbres sexuales. Como lo es que haya crecido el número de mujeres infectadas, un dato negativo que contrarresta la valiosa disminución en la cifra de niños que mueren anualmente víctimas del SIDA. Las luces y sombras que presentan las estadísticas ponen de manifiesto tanto la imposibilidad de determinar cuál será la evolución cierta de la enfermedad, como la necesidad de popularizar los progresos obtenidos, combatir legal y socialmente la discriminación de quienes portan el virus y extender las medidas profilácticas. Este último objetivo implica remover aquellas trabas políticas, económicas o de índole moral que entorpecen los programas contra la enfermedad en los países pobres. Pero también interpela a los gobiernos occidentales para que no bajen la guardia con colectivos potencialmente de riesgo como los jóvenes y adolescentes. No hay que olvidar que a pesar de que el SIDA es ya un mal controlado en España, la mitad de los nuevos contagios se produce por prácticas sexuales sin la necesaria protección. Lo que significa que el paulatino conocimiento sobre la epidemia y el acceso a la información para paliarla no han redundado aún en una sensibilización lo suficientemente efectiva como para minimizar las conductas más irresponsables.