Cultura

Caetano tropical, Cádiz antillano

El segundo de los históricos conciertos en el Castillo de San Sebastián trae a una leyenda de la música americana en un entorno más reposado e intimista que el de la primera cita

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También la música y los acontecimientos entienden de fechas. Un lunes, por mucho julio que sea, es bien distinto a un sábado. El ciclo del conciertos en el Castillo de San Sebastián, organizado por el Ayuntamiento de Cádiz y la productora La Silla Verde, vivió anoche su segunda entrega con unas claves distintas a las de su señalada inauguración del sábado. El pasado fin de semana todo eran expectativas, probaturas, curiosidad, ansiedades por ver lo que se puede hacer, lo que hay que conservar y potenciar, lo que hay que arreglar y, sobre todo, por intuir lo que puede llegar a ser este mágico recinto dentro de cuatro años. En cambio, la cita de anoche tuvo algo menos de novedad y todavía más mitología musical.

El máximo baluarte del tropicalismo (ese movimiento artístico que tanto aportó a la cultura popular mundial desde América durante dos décadas) conquistó la pieza maestra del perfil amurallado de Cádiz, ese que le da un aire antillano tan reconocible al otro lado del charco, aunque en latitudes algo distintas a las que vieron nacer a Caetano Veloso. «Soy de Bahía», dijo anoche. Y vino a parar a otra. El océano que rodea la patria chica del artista grande, el escenario que ocupaba ayer y las ciudades gemelas es el mismo. Hace que todo tenga un lejano parecido, un vínculo.

Los asistentes eran menos que en la primera cita (unos 3.000, con unas 200 sillas vacías, las más lejanas a la entrada) y, además, iban con la lección aprendida, con una útil experiencia. Menos bullas; una mejor distribución del auditorio; más conocimiento a la hora de saber que un largo paseo forma parte del disfrute; imágenes mentales de lo que se iban a encontrar... detalles, en suma, que ayudan a la hora de obtener las claves que abren un castillo encantado acorde a las expectativas que muchos gaditanos.

La cita musical era propicia para otro ritmo y todos (público, medios, Ayuntamiento, organización, seguridad...) tenían ya un tiro pegado, que ayuda mucho.

Leyenda de ultramar

El protagonista de la velada era una leyenda a la altura de pocas que hayan pasado por la provincia en muchos años. Sólo Prince o Dylan, con sus particularidades, gastan la talla de prestigio que los años, los especialistas y los discos dan a Caetano Veloso (Santo Amaro da Purificaçao; Bahía; Brasil. 1942). Sin apenas demora, sentado en el enorme escenario bajo un foco, demostró que es pensamiento, voz y guitarra, sin más, que no es poco en los tiempos que corren. Ni en los que correrán. Así que su propuesta concitó a un público todavía más sereno que el de Morente y Pontes. El brasileño compareció con su enjuta figura, de verde (que siempre viene bien), con su más holgada sonrisa, su repertorio de siempre, para siempre, y algún regalo. Un acontecimiento inolvidable para los que siguen sus 40 años de carrera y que ayer se hicieron notar en el Castillo de San Sebastián con el rictus inconfundible de los grandes momentos. Los había que llegaban de Baleares o Asturias, únicamente para la ocasión. Habrá pocas en España.

A otro sector de público menos familiarizado, quizás le pareciera muy sobria la propuesta, desnuda de respaldo musical y escenografía. Pero a dueños de repertorios como el de Veloso llega un momento en el que les sobra cualquier tipo de adorno.

Su voz parecía mecer al compás el giro de la luz del faro y llegaba igual de lejos, con idéntica suavidad. Pocos pueden permitírselo, sin escolta, en un escenario gigantesco. Alternó joyas de siempre, como su paloma, agrupadas ya en Quarenta anos Caetanos (Universal, 2008), aunque reservó protagonismo para piezas incluidas en Cê (2006), su disco de estudio más celebrado por crítica y público entre los recientes. Incluso, se marcó el lujo de cantar y silbar un tema «tan nuevo, tan nuevo, que aún no lo he grabado».

Todo castillo tiene un tesoro. Y anoche fue descubierto.