MAR ADENTRO

Una montaña flotante

Guarda algo de justicia poética el hecho de que la última esperanza blanca de la Bahía de Cádiz se llame Cantabria y no guarde relación directa ni con la diputada Teófila Martínez ni con su colega Alfredo Pérez Rubalcaba, oriundos ambos de La Montaña. Se trata de un barco, que es la forma que María Teresa León creía que tenía Cádiz cuando vio la ciudad en lontananza camino de un largo exilio.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El montañés de la esquina se ha convertido en un buque logístico al que las autoridades bendijeron ayer bajo la denominación de la remota patria de los chicucos, en los astilleros de Puerto Real. Y la ceremonia oficial se convirtió en algo más que un trámite protocolario: era ver zarpar la mole y el todo Cádiz se veía de nuevo meneando el 'Pericón' en un 'bohío' de Santiago de Cuba mientras los muelles recobraban una algarabía antigua de 'panamás' y de 'jipijapas', de 'chisteras' y 'lepantos', entre tatuajes de estibadores, graznidos de pavanas, hombretones de la colla del muelle y busconas de la antigua calle Plocia o del callejón San Juan, en donde por malo que fuera el ron siempre estuvimos ansiosos de salones modernos.

Lo mismo que hace una semana el cadismo se manifestaba en contra de los infiernos de la Segunda B, Cádiz entero debiera salir a las calles para reclamar que el día de ayer se repitiera, que abrieran de nuevo las casapuertas de la esperanza de esta bahía, que los astilleros nos dieran alegría y trabajo, sin que la 'gaditanía' se sienta nunca más mendiga de sí misma, vagabunda a la cola de la sopa boba, pobre mantenida de un país que fue pobre y que ahora no se hace a la idea de dejar de ser nuevo rico.

Y la nave fue, mientras seguía subiendo el precio del petróleo, mientras la policía portuguesa daba por perdida a la niña de los McCann, mientras Mariano Mariano y ZP se preparaban para reunirse con la misma parafernalia con que Casius Clay concedía la revancha a los sucesivos candidatos del campeonato del mundo de los pesos pesados. El Cantabria enfilaba las aguas y de nuevo abría las puertas de la Casa de Contratación de Indias, mientras los fantasmas oteaban el horizonte de las torres miradores y el amanecer de Chiclana a San Fernando era un pelotón de bicicletas obreras y volvían los nuestros de Castellón y ya nadie miraba con prevención los índices del desempleo o la subida del Euribor.

Cádiz se entusiasma a menudo por el más mínimo gesto mientras que su gente sigue esperando a que el Estado le resuelva lo que no puede resolver por sí misma. El gaditano tiene a su favor que es capaz de ponerle buena cara al mal tiempo y celebrar, tal día como ayer, que la crisis fue un poquito menos crisis. Todo aquello que no le gusta termina convirtiéndolo en chirigota o en resignación: con las hambres que vamos a pasar, mire usted qué gracia tiene este país. El poder debería aprender de esta gente trimilenaria pero en cambio tan joven. Si así lo hiciera, comprendería por ejemplo que lo que importa es el nuevo puente sobre la bahía y no el nombre que finalmente se le ponga. Aunque a tal propósito también tiene respuesta el pueblo sabio que, hace unas horas, se le escuchaba decir a Nono García: «Al puente, unos le quieren llamar La Pepa y otros el de la Constitución de 1812. ¿No sería más sencillo que todos le llamásemos simplemente María José y tan contentos?». Lo importante del barco que entre todos fletamos ayer no es que se llame Santander o Massachussets, sino que le está poniendo nombre a nuestros mejores sueños colectivos.