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La crisis y lo que importa

En tiempos de crisis es fundamental saber distinguir lo que realmente importa, lo que tenemos que esforzarnos por salvar de la posible quema. La vivienda, en general, representa el esfuerzo por aglutinar la familia, del mismo modo que todo el sistema institucional tenía algo que ver con el bien común, aunque por escepticismo o apatía, incluso por abundancia económica, lo viéramos todo en términos más relativos. Existe la plaza pública donde la ciudadanía delibera sobre sus fines y deseos. Una anemia del bien común fragmenta la democracia en intereses de cada vez más contrapuestos; atomiza la lealtad nacional; desequilibra la retroalimentación entre deberes y derechos; deja el sentido del poder en la cuneta. Quizás sea una ingenuidad creer todavía que en el fondo los gobiernos existen para promover el bien común. La libertad, en primer lugar, lo cual significa la seguridad porque sin orden no hay libertad. Aún en época relativista, el parámetro del bien común no es nada sofisticado: es el sentido común. Para políticos y ciudadanos- votantes, en este mundo de buscadores de renta y de secuestradores del voto, lo esencial es obtener de forma libre un equilibrio entre la búsqueda del interés propio y el interés común.

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Del Estado de bienestar a la solidez de un sistema bancario, no pocos esfuerzos mancomunados concluyen en el bien común. Una recesión lo pone a prueba todo, incluso la confianza en los fundamentos del sistema. Desde luego, no hay ciudadanía sin bien común, ni propiamente libertad. Si se nos dice que el bien común coarta al individuo, lo cierto es que le aporta la posibilidad de elegir formas de actuar y estar en el ágora. El bien común nos supone la libertad de elegir, la de interpretar racionalmente la cosa pública sin relativizar conceptos como la rectitud, la ecuanimidad, la prudencia o la responsabilidad. Es una forma de verdad. No en vano fue redactado el preámbulo de la Constitución de 1978 donde la Nación española manifiesta su deseo de «promover el bien de cuantos la integran». Frente al relativismo, el bien público es un comportamiento del ser racional. Una cosa es el comunitarismo como ideología y otra es reconocer el declive turbador de la experiencia de comunidad en su sentido más plural.

Tiene que existir un homo sapiens capaz de formulaciones que respondan a los intereses de todos y no a unos intereses de parte. Aún tiene que ser posible buscar formas de pensamiento público válidas más allá de cada coyuntura particular y de los intereses parciales. Esa posición requiere una voluntad, es más, una vocación. A inicios del siglo XXI es posible y necesario recuperarla.