VUELTA DE HOJA

Tenemos que hablar

A los españoles nos ha costado siempre mucho trabajo ser contemporáneos. Hubo un tiempo donde se achicharraba al que discutiera el enigma geométrico que propone la llamada Santísima Trinidad o se prohibía desviar el curso de los ríos, ya que eso podría suponer alterar los planes divinos. La conquista de la racionalidad es muy lenta y no excluye el desamparo de los seres humanos. ¿Por qué el aborto y la muerte digna están suscitando tantas controversias? Son dos cuestiones -una inicial y otra final- que deben estar sometidas a criterios y discutirse serenamente.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

No se trata de ser partidarios del PP o del PSOE, sino de creer que la época en la que nos ha tocado vivir es nuestra y no pertenece a los ancestrales hechiceros que impusieron sus inamovibles reglamentos.

¿Quién puede discutir que tenemos derecho a morir con dignidad después de haber atravesado tantas penalidades? ¿Por qué prolongar una existencia doliente y sin esperanza de recuperación? Toda vida humana es sagrada, se dice, pero ¿a qué llamamos vida? Recuerdo los tiempos, no tan remotos, donde una banda entusiasta de altos clérigos prohibió, bajo no sé qué duros castigos de ultratumba, aliviar los sufrimientos de las criaturas afectadas por aquel medicamento llamado talidomida.

Al error de la farmacopea se unió el de la Teología, más precisamente el de los intérpretes de esa misteriosa ciencia. Nacieron niños ciegos y sin manos, pero era preciso prolongar sus vidas, más que nada para mostrar nuestra piedad. Ahora se debate si tenemos derecho a morir sin sufrimiento, cuando lo deseemos y además sea nuestra última voluntad. No suelo piropear a los políticos, que en general me parecen una subespecie interesada, pero creo que acierta Zapatero planteando esas cuestiones. Ánimo, muchacho. La crisis más ardua no es la económica, sino la de cejas para arriba. Que dura lo suyo y lo nuestro.