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Aquellas épocas veraniegas

Nos remontamos a un 15 de julio de mil novecientos cuarenta y tantos. Por la mañana nos han administrado un purgante, bien de Naranjil o bien de aceite de Ricino, por aquello de limpiar la tripa, ya que mañana es el día de la Virgen del Carmen, lo que supone el inicio oficial de los baños playeros. Ya mañana marcharemos todos a la playa, iremos a tomar el tranvía a la jardinera, bien al Gobierno Civil, junto a la iglesia del Carmen o a la antigua de Labra, en la esquina de antonio López. Otro lo cogerán en la plaza de San Juan de Dios, junto a los pabellones, si quieren ir a la playita de San Severiano.

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Una vez en la playa se alquilarán algunas garitas de aquellas de mimbre que disponía la familia Acuaviva y que evitaban tomar el sol de plano. Aquellos artilugios con sus ventanillas en los costados también servían para vigilar a los alrededores y practicar ese deporte tan antiguo del critiqueo. Por supuesto que los bañadores tenían que ser de cuerpo entero, tanto el de las mujeres como el de los hombres. Y con faldas para ellas y pantalón corto para ellos. Los baños eran quince consecutivos, saltándose el día de Santiago por aquello de las célebres mareas tan peligrosas que existían, aunque no recuerdo que, afortunadamente, hubiese alguna incidencia. Las digestiones como mínimo eran de tres horas y al salir del baño, a las jóvenes, se las esperaba de pie y con una toalla por aquello de que no fuera a transparentarse el traje.

Asimismo, y entre otras cosas, en la playa existían zonas acotadas para tomar el sol para señoras y caballeros. Y, por supuesto, nada de pasear por la playa sin pantalón de deporte en los caballeros y falditas en las señoras. Las distracciones nocturnas en la playa se basaban en asmarse a la terraza del hotel Playa por fuera para ver cómo bailaban los que estaban dentro, al son de artistas como José Guardiola. Esto de la playa ya ha cambiado.