NERVIOS. Hamilton sufrió varias salidas de pista. / AP
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Heikki Kovalainen arruina la gran fiesta británica de Lewis Hamilton

El finlandés consigue la primera 'pole' de su vida en el feudo de su compañero Fernando Alonso, sexto, y con el peligro de Massa y Kubica a su espalda Alonso recibe miles de recomendaciones para poder enfrentarse en igualdad de condiciones a McLaren y Ferrari

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No se aprecia ningún indicio de fiesta en el majestuoso pabellón McLaren en Silverstone. A las tres y media de la tarde de ayer -enormes fresas en las bandejas, exquisito zumo de naranja- nadie diría que a esa hora y en esa escudería se celebra un primer puesto en parrilla en el gran premio doméstico, en la carrera donde miles de aficionados enseñan orgullosos la camiseta blanca-metalizada de McLaren. Las hermanas Williams destrozan sus pelvis a raquetazo limpio en las pantallas de la BBC. No es Lewis Hamilton el propietario de la pole, sino Heikki Kovalainen, el sorprendente finlandés.

El atasco matinal de ingreso en la jaula de Silverstone sirve para descubrir que el ídolo local ha convocado a una ceremonia de fieles en las inmediaciones del circuito. En el camping Hamilton del pueblo que da nombre al circuito no hay críticas para el piloto de McLaren por sus últimas actuaciones, sino banderas de Inglaterra con la cruz de San Jorge. En ese lugar no se comulga con la marea proveniente de la Prensa británica, que ha sacado el hacha y censura sin remilgos a Lewis Hamilton por sus malos resultados y su tendencia a la dispersión. «Debe poner los pies en el suelo», titulaba ayer el Times.

Los McLaren funcionaron como un reloj en las dos sesiones del viernes y, puestos a lanzar un pronóstico, todo inducía a pensar que Hamilton podría escalar hasta la pole y acabar mañana con la sequía británica de victorias en la cuna de Silverstone, que se remonta hasta 2000.

Fiesta a media

Ganó Kovalainen. Y en el motorhome McLaren había alegría, sí, pero de aquella manera. Ni fiesta ni cohetes. Esos parámetros que no miden las telemetrías ni la sofisticación milimétrica del excel que impera en la Fórmula 1. No había espacio para el regocijo cuando el primer espada no había cortado orejas ni dado la vuelta al ruedo.

Hamilton aportó su contribución a la pole de Kovalainen con un par de salidas de pista en la clasificación. La segunda penalizó claramente su asalto al primer peldaño porque estaba en su vuelta buena, rodando al límite. Presionado por sus dos descalabros en Canadá y Magny-Cours, por la Prensa británica, por el impacto de su personaje o por el motivo x de la responsabilidad, Hamilton trazó un dibujo de brocha gorda y acabó cuarto, pendiente del partido de las Williams en la tele McLaren.

Kovalainen conquistó la pole en una sorprendente competencia con el Red Bull de Mark Webber, que ha confirmado su continuidad en este equipo hace un par de días. El australiano nunca estuvo tan cerca de la victoria como hoy, pasajero de la primera línea. Fallaron los gigantes y se colaron de rondón los invitados. Patinó Hamilton por los nervios o lo que fuera, el Ferrari de Massa se atoró en el cambio de su neumático trasero, el BMW de Kubica no salió del garaje en el tramo final de la Q3, y Raikkonen mostró que lo suyo es la consistencia en carrera más que la pelea por las poles.

Alonso viajó en el vagón intermedio, como siempre este año. Sexto y con Massa y Kubica a sus espaldas, lo que puede equivaler a octavo en ritmo de carrera.

Aficionados envían misivas con soluciones mágicas para el R28

Agotados de esperar el fin, como en aquel estribillo de los Ilegales, los seguidores de Fernando Alonso han acentuado su presencia en las horas bajas de la cuenta de resultados. Desde hace dos carreras, el asturiano dispone de un aficionado profesional impulsado por ING, a 3.000 euros mensuales y con la misión de dinamizar la relación piloto-hincha. Y desde hace varios meses, los que dura su desdichada relación el R28, recibe puntual correspondencia de entusiastas que le ofrecen soluciones mágicas para mejorar el rendimiento del Renault.

Tiene usted una carta, señor Alonso, repica en las oficinas que gestionan su personaje. No un e-mail, un pdf, un excel o cualquier otro documento en la variedad informática de nuestro tiempo. Una carta con su sello. Y también sin él. Muchas de las recomendaciones que recibe el ovetense son entregadas en mano, en el domicilio de su familia en la capital asturiana o en los despachos de Madrid.

Hasta Inglaterra ha llegado el penúltimo consejo de un aficionado que deplora ver cómo Alonso no alcanza a competir con su Renault frente a Ferrari, McLaren o BMW. Enviada desde el cariño, pero con profusión de detalles. Un folio manuscrito con sus parábolas de revoluciones en la puesta en marcha, su rango de trabajo aproximado y un sinfín de explicaciones matemáticas que confluyen en un punto: el rendimiento óptimo en la salida. Si en la cultura deportiva española se acepta por unanimidad que cada hincha futbolero alberga dentro un seleccionador, queda claro que la pasión por la Fórmula 1 ha dibujado otro escenario: cada aficionado es un ingeniero en potencia.