ESTUVIERON ALLÍ. Paloma y Luis Miguel Luza participaron en la superproducción.
Cultura

Soy de Trebujena y rodé con Spielberg

La localidad conmemora los 20 años del estreno de 'El Imperio del Sol', cuyo rodaje dejó en la provincia una lluvia de millones y marcó un antes y un después en la historia del pueblo

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El día que Steven Spielberg atravesó la marisma al mando de un ejército de jeeps, grúas y trailers, José Barbosa, bracero de 54 años y arrendatario de una pequeña taberna, dio un codazo a su vecino y le preguntó, sin salir de su asombro: «¿Eso que viene por ahí es un tanque?».

Era primavera de 1987 y hacía un calor fatigoso. Sobre la tierra seca y cuarteada de Trebujena, los técnicos comenzaron a levantar la carcasa de un palacete japonés. Después, en la finca del cortijo Alventu, cientos de obreros se afanaron durante semanas en cerrar el vallado de un enorme campo de concentración. La productora alquiló almacenes, reservó todas las habitaciones de la única pensión con la que contaba el pueblo y contrató a peones, electricistas, escayolistas y carpinteros. El director más famoso del mundo ultimaba los preparativos para rodar, en plena campiña gaditana, El imperio del Sol.

El amigo americano

Trebujena, comunista por vocación y subsidiaria por necesidad, contaba por entonces con 1.300 parados. El jornal medio era inferior a las 4.000 pesetas. No es de extrañar que, poco después de la llegada del equipo de rodaje, algún anónimo agradecido adornara la entrada del pueblo con una gigantesca pintada: Welcome, Mr Spielberg. Las esperanzas de los lugareños en que el amigo americano les ayudara a paliar, aunque fuera circunstancialmente, la eterna crisis agraria, venían refrendadas por algunas declaraciones del alcalde, Juan Antonio Oliveros, que se anotó un tanto importante: «El presupuesto de la producción para el rodaje en España es multimillonario -explicó a los vecinos-. Muy mal se nos tiene que dar para no pillar tajada».

Buena parte de ese dinero se quedó en poblaciones cercanas, como Jerez o Sanlúcar, que albergaron al grueso del personal. Pero Trebujena obtuvo, en esos seis meses de fusilamientos, trajines y bombardeos, lo que más necesitaba: mucho trabajo.

Unas 1.500 personas cobraron entre 8.000 y 15.000 pesetas diarias por participar, como figurantes, en las escenas centrales del filme, cuando el ejército japonés comienza a capturar y recluir a ciudadanos británicos. La fiebre por conseguir un empleo como prisionero en el rodaje se desató hasta el extremo de que los sindicatos se vieron obligados a intervenir. «Es normal -recuerda Paco Luza, uno de los primeros encarcelados-. Los peones se llevaban el doble de un jornal en el campo por pasearse, vestidos de presos, durante cuatro horas por donde el jefe les iba indicando». Hubo familias que lograron colocar hasta a cinco miembros «rubitos y flacos» - según indicaban los requerimientos del cásting- dentro del campo de concentración japonés. «Haz las cuentas -explica Luza-. Para muchos fue un respiro del que disfrutaron durante algún tiempo; otros compraron coches o arreglaron la casa».

Choque de culturas

Además de un reguero de millones, el Imperio del Sol dejó en Trebujena una larguísima colección de anécdotas. Antonio Malo (15 años, en 1987) no olvidará la cara de su madre cuando, días antes del inicio oficial del rodaje, se encontró con una chica oriental que callejeaba el pueblo «ligerita de ropa». «¿No será una película de esas de dos rombos?», le preguntó al chaval. «Porque si esto no lo arregla el alcalde, lo tendrá que arreglar el cura», sentenció.

Luis Miguel Luza -que ejerció de figurante hasta que un resfriado le hizo ceder el privilegio a su hermano-, se ríe al rememorar la fila de «señoras morenas, cincuentonas y entraditas en carnes que se presentaron a un cásting en el que pedían chicas rubias, pálidas y delgadas que pudieran pasar por inglesas hambrientas. Al encargado lo traían loco». Cada mañana, los extras pasaban por maquillaje, después por vestuario y finalmente iban al comedor. «Era una fiesta. Los jóvenes cobraban por jugar a ser actores. Lo único que no aguantábamos era la comida».

Spielberg le hizo cosquillas

Isabel Galán -que acabaría casándose con uno de los responsables de los efectos especiales de la película- fue una de las líderes del motín culinario. «Estábamos hartas de rosbeef, de habichuelas dulces y de puding, así que le dijimos al responsable del comedor que no pensábamos subir al autobús hasta que no comiéramos en condiciones». Con sus ropas ajadas y empolvadas de falsa arena, se subieron a las mesas y comenzaron a bailar sevillanas. Media hora más tarde apareció Spielberg, escuchó al traductor y ordenó que se contrataran cocineras del pueblo. «Después le pidió a una chica que continuáramos bailando, se sentó tranquilamente en una silla y disfrutó un rato de la escena surrealista». Soldados japoneses, aristócratas apresadas y técnicos de producción se daban el cruce por Los Romeros de la Puebla.

Paloma Luza, que entonces tenía ocho años, también puede presumir de algo insólito: «A mí Spielberg me hizo hormiguitas en los pies». La niña tenía que divertirse ante la cámara, en una de las últimas tomas del filme, «pero no había manera». El director se sentó al borde la cama, le quitó los calcetines y no paro de hacerle cosquillas hasta que rompió a reir.

No es la única persona que tendrá un recuerdo de por vida del famoso cineasta. Que le pregunten a un trebujenero de 21 años que, por nacer en abril de 1987, se llama Steven.