La Rayuela

Altruismo, caridad o solidaridad

Existen pocas palabras tan manoseadas como solidaridad. El problema es que pierden su frescura y se ensucian como esos billetes ajados, llenos de manchas y microbios, que tanto asco da tocar. Pero es necesario hacerlo.

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Hay dos palabras que suelen usarse como sinónimas y que sin embargo separan dos mundos: caridad y solidaridad. Cada una contiene en sí una carga de significados tan clara, que bastan para saber cómo es la representación del mundo de quien la utiliza. La diferencia entre una y otra es que la caridad se entiende desde la generosidad de quien, por un imperativo moral, da algo de lo que considera suyo mientras la solidaridad nace de la convicción ética de que las diferencias excesivas responden a una desigual distribución de las oportunidades entre los miembros de una misma especie y, por tanto, de la necesidad de corregir, aunque sólo sea un poco, la injusticia atroz de este mundo.

En ambos casos se trata de ayudar a alguien a quien no le unen lazos familiares o afectivos, sin esperar nada a cambio, más allá de la satisfacción de hacer algo que la generalidad de los humanos considera un valor universal: el altruismo. Un sentimiento que muchos científicos considera que está en el origen de la sociabilidad humana y por tanto en nuestra naturaleza. En el mundo científico anglosajón, se ha desarrollado desde el año 1975 una nueva disciplina la Sociobiología (Eduard Wilson) que trata de explicar la conducta social humana en clave biológica. La generosidad, la caridad o la solidaridad estarían así escritas en los códigos que ordenan el genoma humano, en esos pocos genes que nos diferencian de la mosca del vinagre o de los chimpancés. Escribo esto al socaire de las continuas muestras de altruismo de la sociedad española y en concreto, la gaditana, hacia esos hombres y mujeres que buscan desesperadamente nuestras costas para encontrar un futuro esperanzador para ellos y sus hijos. Y lo hacen desafiando la ley y cometiendo, a sabiendas, un delito. No es la primera vez que alguien tiene que responder ante los juzgados por haber socorrido a un inmigrante extraviado y hambriento cerca de Tarifa. Entre los Delitos contra los derechos de los ciudadanos extranjeros el Código Penal advierte que castigará al «que directa o indirectamente, promueva, favorezca o facilite el tráfico ilegal o la inmigración clandestina de personas»

Les contaré una historia susurrada entre mis amigos en estas semanas. Varios inmigrantes llegados en pateras que consiguieron zafarse del control del SIVE y la Guardia Civil aparecieron, mojados y hambrientos en el Pinar de Roche. Después de la sorpresa inicial les hicieron pasar, les cambiaron de ropa, les prestaron el móvil y comenzó un zafarrancho en el que intervino toda la familia para poder saciar tanta hambre y ansiedad. Nadie preguntaba nada, sólo se actuaba con eficacia. El más pequeño de los hijos, cuando ya había pasado lo peor, dijo: «Lo malo es que nos separarían. A vosotros os llevan al trullo, pero a mí me llevan a un correccional». Días después, los inmigrantes llamaron a su familia en África y a la que les había acogido en España, desde la ciudad a la que se dirigían, para comunicarles que habían llegado con bien. El mundo desde entonces es un poco más hermoso.